La guinda de la reciente gira del presidente chino Xi Jinping por Europa fue el encuentro celebrado en París con Macron, Merkel y Juncker para aclarar posturas y limar asperezas en vísperas de la nueva cumbre UE-China que tendrá lugar en la segunda semana de abril.
La UE de Juncker se queja de que China abusa de la buena fe de Bruselas. Lo cierto es que probablemente nunca tanto como las multinacionales europeas se han aprovechado durante décadas de las “ventajas” ofrecidas por el mercado chino, incluso atreviéndose en más de una ocasión a lamentarse las patronales europeas de los intentos de mejorar una legislación laboral inadmisible según los propios parámetros comunitarios. La señora Merkel, adalid del paradigma neoliberal, descubre ahora la importancia de que los sectores estratégicos de los países europeos permanezcan en manos públicas tras lustros abanderando la privatización de cuanto fuer posible parece que solo a condición de que no recayera en manos del Estado-Partido chino (el Estado debe estar al servicio de las empresas pero las empresas no deben estar al servicio del Estado). Y hasta el alicaído Macron, con la influencia gala en retirada en África, se atreve a reconocer la necesidad de aprender de la experiencia china en el continente negro y no solo en el ámbito de la lucha contra la pobreza donde la ayuda de Occidente ofrece un balance más próximo al fracaso que al éxito.
Así está Europa. Lo que la divide no es tanto el trato bilateral o subregional de China con sus integrantes, en gran medida producto de las indefiniciones de una UE incapaz de asumir su papel como potencia mundial, como su pérdida de identidad. La UE que renuncia a la defensa del estado de bienestar, la UE que se resigna a la sumisión al dictado de los mercados, que secunda a pies juntillas las estrategias de EEUU ya sea en el ámbito geopolítico como comercial o tecnológico, es una Europa que produce creciente desafección entre sus ciudadanos y división entre sus socios.
Y a todo esto, es verdad que China ha incrementado en este contexto su presencia e influencia en Europa. Cosa inevitable a la vista de su progresión en las últimas décadas. Hablamos de la segunda potencia económica del mundo. Sus inversiones en el viejo continente han pasado en pocos años de 800 millones de dólares a casi 50 mil millones, pero adviértase que el stock acumulado no alcanza a representar ni el 1 por ciento de las inversiones extranjeras en nuestro continente frente, por ejemplo, al 32 por ciento que representan las procedentes de EEUU.
La exageración descontextualizada de las cifras no responde a un peligro real, aunque a la UE le asiste todo el derecho y toda la razón a la hora de reclamar una relación equilibrada a todos los niveles. China se ha puesto el parche antes de la herida al aprobar una legislación en materia de inversión extranjera que podría allanar el entendimiento. Veremos lo que da de sí aunque con seguridad no evitará la persistencia de las tensiones.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta y los PIGS
China está ganando la partida a Bruselas. Dejando a un lado los países del Este, de los despreciados europeos PIGS (¿se acuerdan?), Italia se ha sumado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta quizá con la esperanza de que China le ayude especialmente a renovar sus deterioradas infraestructuras principales; Portugal se anticipó en la anterior gira de Xi de finales de 2018 en la seguridad de que las inversiones chinas pueden ser un auxilio de gran valor para un país sin capacidad económica; Grecia encontró en China el balón de oxígeno que la UE le negaba… Por tanto, de los PIGS solo queda España al margen, quizá confiada en que el Brexit le aúpe al núcleo duro de la UE, a cuyos integrantes no quiere contrariar ahora. Por lo pronto, Macron no invitó a Sánchez al maXi-encuentro con los principales líderes europeos.
Desde que se lanzó en 2013 y se presentó el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras al año siguiente, los principales países europeos se mostraron receptivos con la iniciativa china. Nadie puso impedimentos a los cientos de trenes que llegan ahora a Europa, también a Madrid, la ruta más larga. Capitales como Berlín, Roma, París o Madrid (también Londres) forman parte del BAII. ¿Qué lo cambió todo? La llegada de Trump y la definición de China como el gran rival estratégico de EEUU, desatando una guerra en todos los frentes para impedir el relevo en la primacía global, no solo comercial también ideológica y, por supuesto, tecnológica, incrementando las presiones en todo el mundo para elegir bando. Y Europa se debate. ¿Diríamos lo que ahora se dice si antes no nos lo indicaran los conservadores think tanks estadounidenses? ¿Piensa Europa por sí misma? ¿Tiene una visión propia?
China no quiere ser Occidente pero tampoco está planteando que Occidente sea China. Quienes antes le reclamaban la asunción de mayores compromisos internacionales ahora rechazan su implicación porque China ejercita con demasiada ambición su autonomía de criterio y busca la expansión geopolítica. Lo que se pretendía era otra cosa, que secundara los puntos de vista de Occidente.
La nueva relación Europa-China debe tomar nota que Beijing no va a seguir el modelo liberal, siguiendo fiel a su modelo de económico y político; aun así, esa relación puede ser a la larga más estabilizadora y comprometida con la UE que la ofrecida hoy día por la proteccionista Administración de Donald Trump (con su Steve Bannon haciendo de padrino de la extrema derecha antieuropeísta).
China es el imperio de los matices. Y procederá con sumo cuidado en su relación con la UE para establecer una relación constructiva que tenga impactos positivos en la gobernanza global, en las instituciones multilaterales y en la cooperación internacional. En dicho contexto, la relación bilateral China-UE puede ser mejorada en detalle en todo cuanto afecte a la garantía de la reciprocidad.
La relación con China puede ser decisiva para recentrar la UE a condición de que Europa quiera ser Europa. Y la actitud de la UE puede ser determinante para seguir alentando la apertura de China, también en lo político.