China e India, los dos gigantes de Asia, mantienen unas relaciones complejas. Con el paso del tiempo (la guerra de 1962 va quedando atrás), especialmente tras la visita de Rajiv Gandhi en 1988 y la de Jiang Zemin en 1996, las desconfianzas y los recelos se han ido disipando, pero muy lentamente, alternando los acercamientos con gestos que apuntan en dirección contraria.
Desde su toma de posesión en mayo de 2014, inevitablemente, el primer ministro Narendra Modi ha tenido a China en su agenda, pero es ahora aun cuando realiza su primera visita a Beijing. Los asuntos económicos y comerciales siguen avanzando, aunque a menor ritmo de lo esperado, y ambas capitales comparten una visión multipolar del orden global que apunta maneras en los BRICS. Precisamente, una buena noticia previa a esta visita es el nombramiento por parte de India de su candidato a presidir el Nuevo Banco de Desarrollo, K.V. Kamath, quien debe liderar desde Shanghai el equipo llamado a ponerlo en marcha. Ambos coinciden en la apuesta por un nuevo orden global a través de la creación de nuevas instituciones a la vez que se cuidan de no despreciar las existentes.
Dicho proyecto, de gran alcance estratégico como es sabido, tiene sus contrapuntos en otro orden. El nuevo equipo dirigente chino (tanto Li Keqiang como Xi Jinping ya visitaron Nueva Delhi) ve con recelo las aproximaciones de India a Vietnam (país que Modi visitó a mediados del año pasado) y con quien ha establecido una agenda en materia de defensa y explotación petrolera en aguas disputadas, o a Japón, países con quienes Beijing mantiene, a diferente nivel, serias controversias. India, por otra parte, fue tomando nota del estrechamiento constante de lazos por parte de China con la práctica totalidad de países que le rodean, desde Pakistán, Sri Lanka a Bangladesh o Nepal.
Para China, lo que más importa ahora es evitar que India bascule hacia una coalición anti-china que EEUU trataría de armar con una alianza no declarada entre Tokio, Manila, Canberra y Hanoi, con voluntad y capacidad para hacer contrapeso de sus ambiciones territoriales y políticas en Asia.
La cuestión fronteriza, por lo general encauzada (al igual que el affaire tibetano) y con voluntad de apaciguamiento por ambas partes, sigue pesando lo suyo en la agenda común y sobresalta a cada paso, como ocurrió durante la visita de Xi en septiembre con un incidente en el que intervinieron fuerzas del Ejército Popular de Liberación. Por su parte, Modi visitó en marzo de este año la zona disputada de Arunachal Pradesh, gesto calificado por China de “inútil provocación”.
Los titubeos de India con EEUU y la UE, especialmente tras el acuerdo nuclear civil de 2008, como el acercamiento a Tokio, se compensarían con una intensificación de los diálogos estratégicos y de defensa, ejercicios navales, maniobras militares terrestres conjuntas (en Yunnan) o los intercambios culturales, amén, claro está, del aumento de los intercambios comerciales y las inversiones, aunque los resultados de la visita de Xi quedaron por debajo de las expectativas. No obstante, China es ya el principal socio comercial de India, con un comercio que el año pasado superó los 100.000 millones de dólares. Nueva Delhi es clave ahora para que los planes de revitalización de la Ruta de la Seda avancen hacia el Índico, sumándose el interés común por afianzar la conectividad y las infraestructuras de comunicación y energéticas en la subregión.
China, en suma, concede gran importancia a la relación con India. En los últimos años han visitado este país los más importantes líderes del PCCh, pero esa misma intensidad revela que gestionar la agenda bilateral (desequilibrio comercial, querellas fronterizas, cuasi alianza Beijing-Islamabad, entre otros) no es cosa fácil.
Tras los acuerdos de 2003 (Declaration on Principles for Relations and Comprehensive Cooperation) y 2008 (A Shared Vision for the 21st Century of the Republic of India and the People’s Republic of China), China e India precisarían un nuevo documento que realce y guie las nuevas tendencias en aquellos escenarios en los que debe primar la complementariedad y la cooperación para ensanchar la intersección que les permite converger. La quiebra de la hegemonía occidental que ambos países anhelan exige, como poco, pasar a muy segundo plano las fricciones que constituyen aun hoy un verdadero talón de Aquiles.
La escenificación de esa capacidad de compromiso, sin tener que elegir entre China o EEUU (recuérdese que Modi visitó Washington en septiembre de 2014), reafirmará la tradicional voluntad de no alineamiento de India, una actitud que China juzga beneficiosa para una región que también aspira a autogobernarse sin más interferencias exteriores que las libremente consentidas. Una vez más, los gestos de China para desarmar las desconfianzas resultarán decisivos. ¿Podrán pasar página con un generoso acuerdo que dé carpetazo a las desavenencias fronterizas?