La reciente escalada de tensión entre China y Japón por la detención de una embarcación pesquera en aguas disputadas evidencia la fragilidad de la relación bilateral, a cada paso sacudida por desencuentros de diversa naturaleza, asi como las enormes hipotecas existentes en materia de seguridad regional en Asia-Pacífico, un pesado lastre que complica su futuro como epicentro alternativo del sistema internacional.
Pekín y Tokio llevan mucho tiempo enfrentados por la pertenencia de las islas Senkaku (Diaoyu, para los chinos), una región rica en hidrocarburos. Las islas Diaoyu han sido territorio chino desde principios de la dinastía Ming (1368-1644), dice Pekín. Japón anexó este archipiélago en 1895, durante la colonización de Taiwán. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, las islas pasaron al control de EEUU que las traspasó a Japón en 1972. Taiwán y China sostienen que Japón controla las islas ilegalmente. Las disputas en el mar de China oriental, inseparables del interés por el yacimiento petrolífero y gasífero de Chunxiao, se encauzaron tras un amplio acuerdo logrado en junio de 2008 para la exploración conjunta de la zona, pero no ha habido avances desde entonces.
Superado ya por China en su condición de segunda potencia económica del mundo, Japón necesita reafirmar y proteger sus intereses estratégicos no solo por razones de política interna sino también ante el temor de que el aumento del poderío de Pekín le aboque a una situación de inferioridad global cada vez más dificil de gestionar satisfactoriamente. No es que Japón digiera mal el hecho de haber sido sobrepasado por su vecino en términos absolutos. Tokio necesita un acuerdo ahora, a sabiendas de que a la vista del imparable avance de su competidor, a cada día más preeminente en la zona, le resultará cada vez más dificil lograr un equilibrio beneficioso.
Cabe señalar que China recientemente recuperó, cien años después de haberlo perdido, el acceso directo al mar de Japón al alquilar por 10 años un muelle en el puerto norcoreano de Rajin, una zona franca en la que invertirá unos 4 millones de dólares. Los avances estratégicos de Pekín generan inquietud en Japón y otros vecinos. Ese mismo temor se abriga en el mar de China meridional, donde EEUU encuentra la receptividad anhelada para erigirse como mediador en las disputas territoriales situándose frente a China y a favor de los países de la ANSEA. Hillary Clinton defendió en julio en Hanoi los “intereses nacionales” de EEUU en dicha zona.
China ya ha anunciado que no flaqueará en cuestiones relacionadas con su territorio y soberanía. Las manifestaciones contra Japón desarrolladas en las últimas semanas mostraron un nacionalismo a flor de piel. Dicha tendencia puede gestionarla internamente con relativa facilidad. No obstante, en el marco regional, clave para consolidar su emergencia y acreditar la voluntad armoniosa de su desarrollo, precisa promover medidas institucionales que inspiren respeto, posibiliten la solución de las rivalidades desde dentro y eviten la temida internacionalización de los litigios marítimos.
Las relaciones entre China y Japón saldrán a flote tras esta crisis, como ha ocurrido en las anteriores. No obstante, las espadas seguirán en alto en tanto ambas partes sean incapaces de generar un clima de elemental confianza.