BEIJING, 21 ene (Xinhua) -- Después de jurar el cargo el domingo para un segundo mandato, el presidente estadounidense, Barack Obama, no tiene mucho tiempo para celebraciones. Entre las difíciles tareas que enfrenta se incluye el manejo por parte de Washington de la sumamente compleja, al tiempo que extremadamente importante, relación con China. (Por Yang Qingchuan)
Históricamente, las relaciones entre las dos principales economías del mundo y entre una potencia dominante y una emergente nunca han sido fáciles, llegando incluso a un estado de deterioro donde la supervivencia del planeta ha estado en peligro.
Resulta contraproducente en este contexto que varios políticos estadounidenses hayan mirado hacia el supuesto principal rival de su país con tanta inquietud, y más recientemente han visto el papel emergente de China en la escena internacional con cierta ansiedad.
Sin embargo, para Obama, el «desafío de China» constituye a la vez una oportunidad oculta durante su segundo mandato y realmente disfruta de una muy buena oportunidad para ayudar a moldear un nuevo paradigma de las relaciones entre potencias y hacerlo parte de su legado.
La reelección de Obama el año pasado coincidió con el cambio de la dirección de China, un fenómeno que sucede únicamente una vez cada dos décadas y brinda la oportunidad para repensar las relaciones entre los dos países.
China ha propuesto la creación de un nuevo tipo de relaciones interpotencias entre Beijing y Washington, basado en la cooperación de beneficio recíproco, la confianza mutua y la interacción favorable.
Esta es una clara señal del intento de Beijing por poner fin al ciclo de ahora sí y ahora no en las relaciones bilaterales y cambiar el diseño histórico de aparentemente inevitable conflicto entre una potencia emergente y una establecida.
China ha dado el primer paso y ahora la pelota está en cancha de Estados Unidos.
Ahora, libre de todas las ataduras y presiones de la campaña por la reelección, Obama goza de mucha más libertad de acción en política internacional. Además, los cada vez más profundos vínculos económicos e interpersonales entre las dos naciones también podrían facilitarle más canales y recursos para ajustar su política hacia China.
Sobre la base de lo ocurrido en su primer mandato, uno debe ser cautelosamente optimista sobre la posibilidad de que el presidente se incline por la idea de mejorar la relación EEUU-China en lugar de perseguir la confrontación.
Por ejemplo, Obama ha reiterado en varias ocasiones que Washington da la bienvenida al ascenso de China y que considera el hecho de que una poderosa y próspera China puede ayudar a la estabilidad y prosperidad de la región y el mundo.
Durante la campaña electoral estadounidense, pese a que el mandatario no quedó inmune al envenenado ambiente de ataque contra China, asumió un tono comparativamente más sensible que el de sus rivales.
Al mismo tiempo, como cualquiera de sus predecesores, Obama continuó con la antigua política de Washington hacia China de doble rostro durante su primer mandato y fracasó en mejorar significativamente la confianza estratégica entre las dos naciones, pese al florecimiento de las relaciones en otros terrenos.
Con la aguda política de «pivote a Asia», la creciente presencia militar estadounidense en el Pacífico Occidental, la intromisión en el tema del Mar Meridional de China y el encubierto apoyo a Japón en la disputa que mantiene con China sobre las Islas Diaoyu ponen en evidencia la estrategia de desconfianza de Washington hacia Beijing.
Para muchos chinos, esas acciones constituyen una señal preocupante. Sin embargo, China nunca ha pensado en negar el papel de Washington en Asia y no tiene la más mínima intención de dominar la región.
Evidentemente, la falta de una confianza estratégica se ha convertido en el principal obstáculo para una relación EEUU-China madura, de manera que construir la confianza es el primer paso para promover un nuevo tipo de relaciones interpotencias entre las dos naciones.
Desde una perspectiva histórica, Obama tiene una oportunidad única para construir un nuevo modelo dentro de los vínculos EEUU-China en que los dos países, y todo el mundo, puedan disfrutar de la paz y la prosperidad duraderas.
El mandatario norteamericano ha defendido «un nuevo tipo de política» como su estandarte político, y China y muchas partes del mundo esperan ver si puede ayudar a construir un nuevo modelo de relaciones entre Washington y Beijing.