A salvo de una traca final incierta, las celebraciones relativas al cuadragésimo aniversario (1973-2013) del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y China están ofreciendo un perfil notoriamente bajo. Y si me apuran, casi diría que mostrando más entusiasmo la parte china que la española. Con el Ministerio de Asuntos Exteriores (¿y cooperación?) ocupado en ajustar cuentas con las autonomías y ayuntamientos para que nuestra sinfonía exterior suene sin estridencias y sin descuidar el maquillaje de la controvertida Marca España, lo cierto es que, desde el exterior, lo que perciben es que nos centramos en lo secundario y no en lo verdaderamente importante, perdiendo impulso a pasos agigantados con ocurrencias inauditas (como la de compartir embajadas con los países de América Latina) que causan desconcierto cuando no hilaridad.
Hace unos días se celebró en Shanghai un encuentro entre diplomáticos, funcionarios, profesores y empresarios chinos para analizar las dificultades de penetración de Beijing en los países de la Unión Europea. Se trata no solo de un ejercicio de brainstorming sino de una metodología usada con frecuencia y con vocación netamente práctica que deriva en acciones concretas. Y probablemente las notaremos pronto. Un evento similar dio como resultado en 2011 al Consenso Xinhua que sirve de fundamento al enorme despliegue que hoy realiza la diplomacia china por todo el mundo- ¿Alguien se puede imaginar algo así en España? Sería lo más natural a la vista de las dificultades conocidas para transformar las posibilidades que todos reconocen en relación a China en realidades palpables. Una puesta en común que afiance una estrategia compartida y capaz de arbitrar sinergias. No es que falten recursos, faltan método e ideas. Y otras cosas, sobran.
En una entrevista concedida a la agencia oficial Xinhua en vísperas del Foro China-España celebrado en Beijing el pasado septiembre, el ministro Soria se esforzaba por exaltar las bondades turísticas del suelo patrio destacando el incremento “considerable” de turistas chinos que visitan España en comparación con el año anterior. Pero la periodista china le recordó que en los primeros siete meses de 2013, ese tráfico se redujo en un 30 por ciento en comparación con el mismo periodo de 2012. Lo importante no es la verdad, es contar un cuento que suene bien. Y España parece haberse especializado en cuentos, incluso chinos. Si uno compara con la reacción de la industria turística británica (Londres duplicó en los tres últimos años el número de visitantes chinos), la tan celebrada excelencia española queda a años luz, simplemente acomplejada por no adoptar medidas de suficiente alcance para no solo responder a esa nueva tendencia sino para tirar beneficio de ella y liderarla. De eso se encargarán los propios chinos, con ambiciones y objetivos concretos ya definidos al menos en los segmentos de mayor enjundia. Tiempo al tiempo.
Este año, China se ha afanado por enviar mensajes y concretar acciones inversoras en España, a pesar de lo difícil que a veces resulta. Ha sido posible en sectores que van del turismo ya citado a la comunicación, pero falta aun una hoja de ruta que ponga sobre la mesa los intereses de ambas partes para que el beneficio sea reciproco y se dote de valor estratégico dicha cooperación. Un pequeño grupo bilateral de trabajo podría concretar líneas de acción, despejar temores y ayudar a abrir los ojos, mejorando el conocimiento mutuo y la acomodación de los intereses respectivos.
No es solo un problema del gobierno, lo es también de la oposición. Afuera tampoco se comprende, por ejemplo, que renunciemos a una singularidad como el estado de las autonomías que en un país como China, aquejado de importantes tensiones territoriales, tiene gran interés ya que precisa de experiencias comparadas en las que pueda encontrar inspiración para evolucionar. Pero en España, si una comunidad autónoma plantea un diálogo directo con una región autónoma china, paradójicamente posible en dicho país, resulta que está mostrando “deslealtad” al gobierno central cuando no quebrando la imagen de España en el exterior, criterio sostenido igualmente por no pocos bienpensantes de la oposición hasta en sus think tank. Y así nos va.
En suma, China vive un claro momento de expansión de su presencia e influencia en todo el mundo y España va desapareciendo paulatinamente de las apuestas iniciales como uno de los aliados referenciales en Europa, hoy claramente volcadas en Alemania y Reino Unido mientras explora la sintonía con los países de Europa central y oriental. Sorprendentemente, lo fue un tiempo. El modus operandi del gigante asiático va mucho más allá de la coyuntura. No es la crisis económica lo que impide un afianzamiento de las relaciones bilaterales dotándolas de contenido, sino la ausencia de un planteamiento estratégico e integral que ilustre y dote de coherencia las acciones. Algo que, hoy por hoy, no existe. Y se nota y lo notan.