La visita a China que el 5 de febrero inicia* el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, alimenta ciertas expectativas de un ajuste en las relaciones bilaterales; sin embargo, se antoja difícil revertir la tendencia actual claramente determinada por el avance inexorable de una espiral de desacuerdos que no parece tener límite.
Hay dos cuestiones clave que podrían sustanciarse en este encuentro, del que se espera una mejor atmosfera respecto a los precedentes, sobre todo al celebrado en marzo de 2021 en Anchorage, Alaska, cuando ambas partes se tiraron los trastos a la cabeza. Primero, si son capaces de trascender los agudos diferendos bilaterales para cooperar en otros asuntos de alcance global, muy especialmente en la agenda climática. Segundo, si pueden definir aquellos límites infranqueables que permitan soslayar el riesgo de un conflicto a gran escala, o incluso la guerra.
Ha habido contactos previos a esta cumbre, protagonizados por Xie Zhenhua y John Kerry en el marco de la COP27 en Egipto, de Janet Yellen y Liu He, en Suiza, o entre Dan Kritenbrink, subsecretario de Estado estadounidense para Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico, y el viceministro de Relaciones Exteriores chino Xie Feng que habrían servido para pavimentar el rumbo, al menos parcialmente. Y cambios importantes en los responsables chinos que podrían completarse en las próximas semanas.
Las relaciones bilaterales llegaron a su punto más bajo con la visita de la ex presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a Taiwán en agosto pasado. Ahora, según fuentes del entorno de su nuevo titular, el republicano Kevin McCarthy, podría decidirse a visitar la isla en algún momento de la primavera, lo cual solo puede generar más problemas y de nuevo poner en la picota cualquier entendimiento bilateral, por tímido que sea. China, aunque los conoce, podría rehuir de los matices en la política estadounidense que aconsejarían cierta prudencia si no advierte garantías suficientes de la Administración Biden.
Y en medio, llegan las invectivas del general Michael Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea, vaticinando un conflicto abierto para 2025, mientras el almirante retirado Philip Davidson, quien advirtió sobre un posible ataque chino contra Taiwán para 2027 mientras se desempeñaba como jefe del Comando del Indo-Pacífico de Estados Unidos de 2018 a 2021, se encuentra en la isla para discutir temas relacionados con la seguridad regional. Todo ello ayuda poco.
En otro orden sensible para China, el contencioso tecnológico, ha trascendido el acuerdo de EEUU con Holanda y Japón para reforzar los controles de exportación de chips en otra vuelta de tuerca por forzar e imprimirle más velocidad al desacoplamiento tecnológico con el propósito de evitar que China tome la delantera en este campo. No es probable que Washington reduzca la intensidad de su ofensiva.
La narrativa de EEUU se completa con el llamamiento a un cierre de filas de las democracias contra el ascenso autoritario aunque, en realidad, lo que esconde es la preocupación por la pérdida de su hegemonía global. Más que el pretendido afán de China por dominar el mundo, lo que pone en peligro la vitalidad de las democracias es la ausencia de autocrítica, el agravamiento de sus taras internas y la escasa voluntad de afrontarlas. Otro tanto podría decirse del creciente recurso a las preocupaciones de seguridad como argumento para frenar a China. ¿Habrá más seguridad con más OTAN, más QUAD, más AUKUS, etc….?
China ha dado muestras de cierta voluntad de querer reducir el nivel de la confrontación y aunque no va a renunciar a sus ambiciones estratégicas, es posible cierta distensión que necesita y buscará de manera activa tanto de forma directa como dando un rodeo, apelando a algunos países aliados de EEUU, ya sea en Europa, con Australia u otros. Esto incluiría ajustes en su política inmediata hacia Taiwán que podrían anunciarse en los próximos meses, con el denominador común de mitigar el alcance de esa opción militar que es blandida como riesgo principal por Washington y que podría atemperarse mucho más si en enero de 2024 asumen el poder en la isla los nacionalistas del Kuomintang. Esa será la apuesta de China y a ella supeditará sus enfoques y acciones.
Los tiempos pasados no volverán
La sintonía sino-americana previa a la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump es irrecuperable. La reafirmación por parte de China de la soberanía de su proyecto tiene implicaciones que EEUU interpretará siempre como una expresión de desafío que, mientras pueda, intentará contener, alejándose la posibilidad de cualquier compromiso duradero. La opción entre una cosa y otra, la confrontación o el acuerdo, se sustancia en esta década y EEUU se la está jugando a todo o nada para impedir que China le supere. Incluso si para ello es necesario expulsarla del sistema económico y financiero mundial, como se ha ensayado con Rusia. Todas las hipótesis están abiertas.
Interpretar los cambios en la política de China como una muestra de debilidad de la posición de Xi Jinping o un cuestionamiento de su estrategia y apostar por prolongar y hasta intensificar el conflicto tiene riesgos añadidos. Son muchos los problemas estructurales que tiene China pero no debiera subestimarse ni su capacidad para superarlos ni tampoco su determinación para ganar influencia en el propio sistema económico global aun gobernado por los Estados Unidos. Aunque nadie está en condiciones de asegurar cual será el modelo interno resultante, en lo inmediato, la exacerbación de la presión parece derivar en una apuesta por aumentar la autoconfianza y la autosuficiencia en detrimento de la cooperación.
A la postre, la fuerza de su economía decidirá la posición de China en la relación bilateral y en el posicionamiento general de China en la economía global. Es por eso que priorizar el crecimiento económico en 2023, apuntalando el consumo y la inversión, se considera crucial. Y aunque ahora proliferan, otra vez, los catastrofistas respecto a las posibilidades de la economía china, lo cierto es que la tasa promedio entre 2020 y 2022 fue del 4,5 %, superior a la media de 3 años de la economía mundial del 1,8 %. Estados Unidos, la zona euro, Francia y Alemania registraron un avance del 1,6 %, 0,7 %, 0,3 % y 0,2 %, respectivamente, en dicho periodo. En tanto Japón y el Reino Unido reportaron una tasa negativa de -0,3 %.
Los resultados del XX Congreso del PCCh, celebrado el pasado octubre, apuntan, además, a dimensionar en mayor medida el alcance de la política en esta dinámica. Se trata de persistir en el proceso abierto en la última década de no solo perseverar en el tránsito hacia otro modelo de desarrollo sino en recuperar ideales, creencias y valores morales asociados con la tradición cultural propia, apostando por la cohesión política y una más firme voluntad de plantar cara a los desafíos para tirar provecho de lo que denominan oportunidad estratégica.
La cuestión de los límites
La encrucijada actual se asemeja en gran medida a la expresada a finales de la primera década de este siglo cuando el giro estadounidense iba tomando cuerpo en forma de Pivot to Asia, de G2, etc., que finalmente confluyeron en la formalización de múltiples diálogos estratégicos establecidos en los años siguientes. Nunca llegaron a cuajar ante la falta de reconocimiento mutuo de que los intereses de ambas partes eran divergentes.
Pedir a China que reduzca sus ambiciones equivale a exigirle que ponga fin a cualquier estrategia de modernización y expansión que pueda ir en contra de los intereses de los Estados Unidos, es decir, que dificulte ese afán de asentar su dominio global tras el fin de la Guerra Fría.
A pesar de las críticas a la política estadounidense de figuras poco sospechosas de prochinas como Henry Paulson, secretario del Tesoro entre 2006 y 2009, quien apela a construir una relación más positiva con la segunda economía del mundo en lugar de apostar por la confrontación directa que hoy prima, el cambio de mentalidad es difícil en tanto Washington no asuma que China tiene su propio proyecto, que no se someterá a sus designios y que no le queda otra que tratarla como su par.
No es algo que se explique únicamente en razón de la hegemonía interna del PCCh o el signo ideológico del xiísmo sino que forma parte del bagaje histórico y civilizatorio de una China que a lo largo de los siglos siempre se ha conducido de manera soberana e independiente, muy alejada de la tradición imperialista occidental, ya fuera de signo liberal o no.
Ambas partes tienen fragilidades y también encaran importantes riesgos. Buscar razones para acabar librando una guerra en todos los frentes no resulta difícil a día de hoy. El compromiso con la estabilidad aconsejaría evitar daños en la relación integral bilateral ponderando lo construido a lo largo de los años, reconociendo que China y EEUU, por encima de sus diferencias, han podido establecer lazos económicos y comerciales bien potentes y reduciendo, en paralelo, el alejamiento que predomina en las elites y que amenaza la comprensión en aspectos sustanciales.
Pero ni republicanos ni demócratas parecen dispuestos a aceptar que China se resista al sueño americano. Beijing, por su parte, replica con el viejo aserto de que “se puede dormir en la misma cama y no compartir el mismo sueño”. La urgencia ahora es identificar y balizar los límites y cooperar y competir en el futuro en base a ellos para evitar el estallido de un conflicto a gran escala que algunos ya se atreven a señalar no solo como posible sino también como probable. Y si me apuran, hasta deseable.
(Para CTXT)
*Estados Unidos ha suspendido sine die la visita de Blinken tras detectar un globo chino sobre el espacio aéreo estadounidense. La noticia se conoció después de que se publicara este artículo.