La tensión vivida en los últimos días en torno a Corea del Norte se ha desarrollado en paralelo al convencimiento de que ninguna de las partes en litigio se atrevería a sobrepasar los límites de una calculada gesticulación. Tal íntima certeza no solo deviene del hecho de la habitual fanfarronería atribuida a los lideres norcoreanos sino también a la combinación de autocontrol y caución de sus rivales inmediatos. El único riesgo, muy real y alimentado por la sensación de que nadie parece dispuesto a dar marcha atrás en su teatralización, es que un simple accidente pueda dar paso a una espiral de consecuencias irreversibles.
Por cínico y trágico que parezca, a nadie le interesa ahora mismo el hundimiento del régimen norcoreano, cosa que pudiera suceder si llegara a cuajar un enfrentamiento directo entre Pyongyang y Washington. A EEUU y sus aliados en Asia Oriental (Japón y Corea del Sur) no le perjudica del todo cierta tensión controlable en la zona en la medida en que a todos facilita un argumento incuestionable frente a la opinión pública para dar pábulo a las desconfianzas estratégicas que justifican sus rearmes, reforzar sus alianzas defensivas y revalidar la condición inobjetable de la presencia estadounidense en la región. Un hundimiento del régimen norcoreano supondría un gravísimo problema económico, social, político y estratégico de difícil gestión para todos ellos. La última encarnación de la dinastía Kim lo sabe y por eso persevera sin temor en la conocida tradición familiar de jugar al límite.
Quien más pierde en este escenario es China y quizás sea ella la destinataria final del teatro de operaciones y sus consecuencias. Pese a lo incómodo que pueda resultarle su aliado, los imperativos históricos, estratégicos e ideológicos le dejan poco margen de maniobra. El hundimiento de Pyongyang supondría que las fuerzas de EEUU, estacionadas en Corea del Sur, podrían alcanzar su frontera. Por otra parte, la estrategia nuclear norcoreana enerva las tensiones y pone en serio peligro la estabilidad en su espacio inmediato.
La crisis le ha recordado a Xi Jinping, de gira por Rusia y África para quizás bosquejar su proyecto de nuevo orden alternativo al mundo post-occidental que se pergeña, las urgencias que le presionan en su entorno más próximo y las dificultades de plasmar en la práctica la política de apaciguamiento de las tensiones que ha transmitido en sus primeros gestos de política exterior. En relación a Corea del Norte, será muy difícil revivir el diálogo hexagonal (entre Rusia, EEUU, Japón, China y las dos Coreas) que en años recientes había hecho brillar su diplomacia. Esa posición de aparente neutralidad se ha quebrado ligeramente al abandonar su habitual abstención y conceder un cerrado apoyo a las sanciones acordadas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tras la prueba nuclear norcoreana de febrero. Tanta exhibición de musculatura militar estadounidense en las proximidades no puede ser de su agrado, pero sus resortes para influir en el comportamiento norcoreano semejan débiles a pesar de la enorme importancia de su contribución al sostenimiento del régimen (energía, alimentos, comercio, etc.).
Kim Jong-Un es quien más fortalecido sale de esta gran crisis verbal. Le ha brindado el argumento perfecto para acrecentar su liderazgo interno, galvanizar a la población con el terrorífico mensaje de la inminencia de una guerra nuclear y presentarse ante ella, una vez más, como la viva encarnación de una dinastía salvadora, comprometida hasta las últimas consecuencias con la defensa de la soberanía del país. Ese blindaje emocional le confiere la aureola que necesitaba para emular a sus antecesores y la tentación de multiplicar el juego cuantas veces resulte necesario para reforzar su poder es de muy fácil encaje en tanto no se afiance otro rumbo para disipar los temores mutuos. Para sus rivales bien pudiera convertirse en el tonto útil de las estrategias dirigidas realmente a contener la emergencia china.
La tesitura de Beijing ante este escenario no es de fácil resolución. Implorar calma es lo más parecido a un brindis al sol. Plegarse formalmente a las exigencias occidentales es una cosa; aplicar a rajatabla las sanciones es otra bien distinta. No parece que vaya a suceder de la noche a la mañana. Congraciarse con EEUU le aleja de Corea del Norte y tampoco parece de fácil acomodo. Coordinar acciones con Moscú para una ofensiva diplomática, por el momento no parece una opción madura y efectiva. Insistir en dar prioridad nuevamente a la economía acelerando las negociaciones trilaterales con Corea del Sur y Japón y templar con Tokio los desacuerdos recientes a propósito de las islas Diaoyu/Senkaku requiere tiempo y esfuerzos adicionales que solo tímidamente pueden influir en una evolución sometida a la impronta de giros imprevistos.
En suma, la presión estratégica aplicada en los confines de su periferia marítima inmediata, a norte y a sur (los problemas con algunos vecinos del sudeste asiático están lejos de haberse superado), sugiere a China un reto de primera magnitud que tiene en Corea del Norte un crisol privilegiado para poner a prueba las bondades de sus capacidades diplomáticas.