La espiral de tensión en la península coreana va sumando enteros desde que el pasado 12 de febrero Pyongyang llevó a cabo su tercera prueba nuclear. A las nuevas sanciones aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU se han sumado las reacciones de sus principales vecinos rivales (Corea del Sur y Japón), abundando en un reforzamiento de la alianza defensiva con EEUU cuyo reflejo se manifiesta en la reiteración de maniobras y ejercicios militares que sirven a Corea del Norte para decirse amenazada y herida en su dignidad (así se expresan en sus notas oficiales) y justificar la subida del listón de las declaraciones, a cada paso más contundentes, desde la anulación del pacto de no agresión al corte de la línea de comunicación militar y las repetidas amenazas de guerra. Pese a lo virulento de esta belicosidad verbal, la normalidad preside el funcionamiento del parque industrial conjunto localizado en la ciudad fronteriza de Kaesong pero la sucesión de epítetos a uno y otro lado podría llevar a todos a pasarse de la raya de la mínima cordura.
Tanta exhibición de altisonancias le está permitiendo a Kim Jong-Un reforzar su liderazgo interno, aglutinando tras de sí los segmentos burocráticos y militares además de una ciudadanía sin elección blandiendo la espada de la amenaza exterior y engrandeciendo su figura salvadora hasta niveles similares al de su abuelo, el Kim fundador de la dinastía. Lo cierto es que a nadie interesa ahora un hundimiento de su régimen ya que supondría importantes riesgos y problemas de difícil gestión a todos sus rivales, en especial, Corea del Sur, paradójicamente la más amenazada. Kim Jong-Un lo sabe y utiliza la crisis para aumentar su poder. El pulso podría tener otras lecturas internas de difícil interpretación a día de hoy a la vista de sus alusiones recientes a una construcción económica que ha permitido la sorpresiva rehabilitación del ex primer ministro Pak Pong Ju, destituido en 2007.
Coincidencia o no, el agravamiento de las tensiones en Asia, al Norte en la península coreana y las diferencias entre China y Japón a propósito de las islas Diaoyu/Senkaku, y al Sur para preservar la libertad de navegación supuestamente en peligro por el afán chino de asegurarse el control de las pequeñas islas (y sus recursos adyacentes) sitas en los mares de China meridional, viene como anillo al dedo a la estrategia de EEUU (Pivot to Asia) para justificar el aumento de su presencia militar en una región a la que tiene previsto trasladar hasta el 60 por ciento de su flota en los próximos años. La conjunción de tantas señales en un mismo escenario evidenciaría que, indudablemente, el rival no es Corea del Norte, sino China. La eclosión de tantas tensiones en su periferia marítima explicita una presión estratégica que deberá gestionar con sumo cuidado justamente cuando en pocos años podría superar a EEUU en el ranking de las economías más poderosas.
Los lazos de China con Corea del Norte son bien conocidos. Como es tradicional en su diplomacia, la apuesta inicial para desactivar el programa nuclear se centró en la promoción del diálogo hexagonal (junto a EEUU, Rusia, Japón y las dos Coreas) a fin de generar medidas de confianza entre las partes que pudieran disipar los recelos. Estas iniciativas pueden darse por fracasadas y de muy difícil recuperación. China no atribuye en exclusiva a Pyongyang la responsabilidad por tal estado de cosas y ha tratado de conducirse con cierta apariencia de neutralidad de difícil encaje a la vista de los vínculos históricos, económicos e ideológicos que le unen a Pyongyang. Por razones estratégicas, contra viento y marea ha mantenido su apoyo a Corea del Norte. Incluso tras respaldar el último paquete de represalias de la ONU ha renovado su ambigüedad y escepticismo al señalar la inutilidad de unas sanciones que difícilmente aplicará, en especial las de orden financiero. Otra es cosa es secundarle en una guerra que tampoco nadie quiere.
El enfriamiento de la tensión solo parece viable a través de la reanudación del diálogo entre EEUU y Corea del Norte. Por razones diversas, ni uno ni otro parecen por la labor. En Pyongyang, este ambiente permite una nueva vuelta de tuerca a su estrategia nuclear cuyo reforzamiento ha sido ya anunciado. A Washington le proporciona una cobertura muy efectiva para su nueva estrategia en la región. Así las cosas, salvo que China se implique a fondo en lograr un cambio de actitud en su aliado, tarea que no se ha demostrado fácil en el pasado reciente y que se contradice con el sacrosanto principio de no injerencia, podríamos asistir a una prolongación de la crisis, con altibajos constantes y el riesgo añadido de que un accidente o exceso de celo provoque una espiral de consecuencias imprevisibles.
El empeño chino en la promoción de la integración económica como antídoto frente a todos los males posibles pudiera no ser suficiente e incluso derrapar si una dinámica de guerra fría abre paso a la conformación de bloques en el área con fundamento en el establecimiento de alianzas militares reforzadas. El momento parece decisivo y la habilidad para evitar dicho escenario se antoja clave para deducir la naturaleza del liderazgo de la región, ya sea en torno a la economía, como anhela China, o en torno a la defensa, como sugiere EEUU. Este juego está bien lejos de la retórica pero probablemente le preocupe mucho menos a un Kim Jong-Un obsesionado con preservar su poder.