«Poder blando» y «poder duro» en el ascenso chino

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(SPANISH.CHINA.ORG.CN) – La reemergencia de China como actor global dominante ha generado grandes discusiones sobre el “poder duro” (hard power) de China así como su “poder blando” (soft power). Al hablar sobre uno, resulta ineludible referirse al otro.


Está más allá de toda duda que el “poder duro” de China se ha incrementado. Desde el cauto proceso de apertura del país iniciado por Deng Xiaoping en 1978, la economía del país se ha cuadruplicado en tamaño y se espera que vuelva a duplicarse en el curso de la próxima década.

A día de hoy, China se ha convertido ya en la segunda economía más importante del mundo. Pero China no sólo ha crecido económicamente; su poderío militar también está en ascenso. Desde 2008, China es el país con el segundo mayor gasto militar del mundo. Es el único país que emerge como rival tanto militar como económico de Estados Unidos, por lo que está generando un cambio fundamental en la distribución global del poder y la influencia.

Al mismo tiempo, el “poder blando” de China también va en aumento. El “poder blando” es un concepto muy atrayente, pero a la vez difícil de definir. Tal y como el profesor Joseph Nye concibió originalmente el término, “soft power” se refiere a la capacidad de conseguir lo que uno quiere a través de la atracción y la persuasión más que de la coerción.

El exitoso desarrollo de China la ha hecho, sin duda, más atractiva para muchos. Los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, elaboradamente puestos en escena, impulsaron la reputación de China en el exterior, y la Expo Shanghai 2010 atrajo a más de 70 millones de visitantes. En los años 2009-2010, Pekín invirtió 8.900 millones de dólares en labores de publicidad exterior, incluyendo un canal por cable de noticias 24 horas.

China ha contado siempre con una cultura tradicional atractiva y ha creado Institutos Confucio en todo el mundo para extender la lengua y la cultura chinas. La matriculación de estudiantes extranjeros en China aumentó hasta 240 mil el año pasado, frente a los 36.000 de hace una década.

Algunos expertos chinos consideran que al hablar del “poder blando” de un país en este mundo globalizado, sólo podemos acentuar lo que es único sobre ese país, pero también lo que posee en común con el resto del mundo. Estoy de acuerdo con esto. El reto para China es hallar el equilibrio correcto entre excepcionalismo y universalismo.

Para emerger en el futuro, un país necesita confianza mutua, y la mejor manera de poner esto en marcha es a través del establecimiento de acuerdos institucionales o reglamentados.

El juego limpio de las políticas gubernamentales no traerá espontáneamente una verdadera cooperación internacional. La colaboración entre gobiernos debe ser intencionada, diseñada y controlada. Esto precisa de un cuerpo de reglas consensuadas y maneras de hacerlas efectivas.

Por supuesto, en el mundo de hoy, más diversificado, tales instituciones no pueden basarse exclusivamente en valores occidentales. Los acuerdos de cooperación efectivos necesitan reflejar la diversidad de las identidades y ser así plurales. Necesitamos movernos hacia lo que llamaría “multilateralismo ilustrado”, que es sensible a la creciente diversidad cultural global y arranca del principio de socialización recíproca. Tanto las culturas occidentales como asiáticas deberían abrazarse.

A fin de cuentas, todos los países persiguen sus objetivos actuando según intereses domésticos, preferencias y élites gobernantes, así como valores sociales modelados por la historia. Por ello, deberían tratar las posiciones políticas de otros de igual manera, con un énfasis en acciones pragmáticas orientadas a buscar soluciones. Si las posiciones políticas divergen, parece razonable negociar compromisos.

La cuestión entorno al ascenso de China, en especial su “poder blando”, no es si China constituye una amenaza; en lugar de ello, es importante reconocer la dinámica de un mundo que incluye a China. China debería también prepararse para afrontar riegos y retos y aprovechar las oportunidades.

(Artículo publicado originalmente en Global Times, basado en una entrevista con Gustaaf Geeraerts, profesor y director del Instituto de Estudios Contemporáneos de China de Bruselas, Bélgica)