¿Primacía o hegemonía? Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China

In Análisis, Política exterior by Xulio Ríos

¿Qué persigue China? Según el fiscal general Barr, “atacar a los EEUU”; según Pompeo, “acabar con el mundo libre”. ¿Responden estas aseveraciones a una mera estrategia electoral interna del equipo Trump o nos hallamos ante un arrebato histérico que refleja el temor a perder el liderazgo global o es incluso, realmente, una objetiva descripción de los propósitos de China?

De entrada, cabe pensar que dadas las características de un Estado-continente como China, por su geografía, demografía y dimensiones de todo tipo, no es en modo alguno ilógico que como aconteció durante muchos siglos ostente de forma natural la primacía mundial en algunas magnitudes relevantes (como el valor de su PIB, por ejemplo). Lo realmente anormal es lo contrario y si así ha ocurrido en los últimos siglos ello se debió a su estado de postración y crisis, derivado tanto de las agresiones extranjeras como también del propio agotamiento del régimen imperial.

En la segunda mitad del siglo XX y sobre todo en su tramo final, partiendo de unas condiciones realmente dramáticas, logró trazar una senda de recuperación de su viejo estatus. En ritmo ascendente, de la emergencia pacífica bosquejada por Zheng Bijian a la comunidad de destino compartido de Xi Jinping, la China más reciente ha buscado su reconocimiento exterior como “un país grande”, moviéndose con cautela y cuidando de no provocar alarma, cosa extremadamente difícil para un gigante.

La proyección global de su renacido poderío ha tenido un enorme impacto a nivel económico, financiero, tecnológico, etc. China es hoy el primer socio de 120 economías en el mundo y su presencia ha crecido de forma exponencial, interfiriendo, se pretenda o no, en equilibrios de larga data protagonizados por actores de indiscutible peso que en consecuencia han incrementado su nivel de alerta. Y de hostilidad.

China, como todos nosotros, atestigua que la expectación inicial se ha convertido en desazón in crescendo. Habiéndose logrado su conversión en un socio progresivamente activo de la comunidad internacional a todos los niveles y siendo más interdependiente que nunca en toda su historia, la estrategia de su principal rival, los EEUU, consiste ahora en propiciar su aislamiento, quizá con el convencimiento de poder al menos reinar en una parte sustancial del mundo como antaño aconteció con la URSS. El desacoplamiento, la escisión del mundo tecnológico, la nueva guerra fría, etc., parecen responder a esa lógica y para ello, obviamente, es indispensable demonizar al rival, única manera de justificar tal desarrollo de los acontecimientos.

Indudablemente, hay en China muchos motivos para la crítica, empezando por la situación de los derechos humanos o los límites de sus reformas en lo político. No obstante, por ejemplo, que EEUU la acuse de representar un “peligro militar” cuando dispone de más de 800 bases militares en todo el mundo o sus portaaviones se desplazan como Perico por su casa a miles de kilómetros de distancia de sus puertos de origen, suena a licencia excesiva.

EEUU apeló a otras naciones a sumarse a su empeño pero buena parte del mundo, incluso sus aliados, desconfían de tal estrategia y quieren seguir cooperando con China. Con ambos. La explicitación de una guerra fría, con el ensayo de una nueva bipolaridad, no será nada fácil para la Casa Blanca. Trump no inspira confianza en el exterior ni el  poder de su país es tan boyante como hace medio siglo. EEUU tiene déficit comercial con 102 economías del mundo. No solo con China. Y como pilar del orden internacional, esta se antoja más previsible y responsable que Washington. Y China tampoco es la estancada URSS. Aún así, esta China ni puede ni quiere dominar el mundo. Ni tiene vocación mesiánica. No reúne condiciones para sustituir ni por supuesto para atacar a EEUU. Y los retos globales, cada vez más trascendentales,  requieren del máximo concurso.

Por otra parte, tal como ha ocurrido históricamente, es probable que China necesite más tiempo para digerir y adaptar los que llamamos valores universales y será este un proceso determinado por los ritmos que marque su sociedad. No estamos ante un pequeño país al que se pueda someter de nuevo a base de opio y cañoneras.

Convendría que otros actores, especialmente Europa pero también Rusia, India, África o América Latina, hicieran oír más su voz para evitar que el sistema internacional se proyecte de nuevo hacia el pasado en función del interés exclusivo de la actual potencia hegemónica. El llamamiento a terceras naciones a cerrar filas en torno a EEUU para liquidar la tiranía china es un exabrupto sin sentido. Lo que procede es estimular la cooperación internacional, trazar nuevos mecanismos, principios y procedimientos que reflejen la nueva realidad global y nos permitan avanzar con los tiempos. Estos otros actores no pueden permanecer de brazos cruzados, viendo los toros desde la barrera.  Esto no es cosa de dos.