El diálogo que celebran China y EEUU los días 27 y 28 de Julio en Washington estrena un nuevo formato, más amplio, ya que no solo incluye en su agenda asuntos económicos sino también de orden estratégico global. La representación de ambas partes también refleja un mayor nivel. Barack Obama pronunciará un discurso al inicio y se reunirá con la delegación china al final de los encuentros. El nuevo modelo supone una mejora de status respecto al Diálogo Estratégico Económico de la era Bush, que desarrolló un total de cinco rondas, y fue pactado por Obama y Hu Jintao en el pasado abril en Londres.
El formato para la definición de una ambiciosa estrategia integral y de largo plazo en las relaciones bilaterales fue largamente perseguido por China, más cómoda en dichos planteamientos, y EEUU, acostumbrado a contextos más tácticos y de compromisos más puntuales, deberá realizar un esfuerzo de acomodo. La elevación de la categoría de los encuentros también es del gusto chino ya que supone el reconocimiento de la importancia y trascendencia de esta relación, que no admite parangón similar con ningún otro estado, lo que viene a sentenciar el carácter notablemente singular de su diálogo. Siempre temeroso de los cambios de administración en Washington, especialmente ante el arribo de los demócratas, esta vez Beijing ha logrado transformar el desafío en una oportunidad y mejorar significativamente el nivel de partida. A diferencia de sus predecesores, que normalmente no incluían a China en sus primeros viajes al extranjero, la secretaria de Estado de EEUU Hillary Clinton visitó Beijing en febrero en su primera gira por el extranjero. Pocas semanas después, Obama recibió al ministro de Relaciones Exteriores de China, Yang Jiechi, en la Casa Blanca, en su primera reunión oficial con un canciller de otro país. Hay, pues, predisposición clara para establecer unas bases nuevas de la relación bilateral.
En los días previos, China ha dado a conocer su agenda. Entre los temas, cabe significar la prevención de actividades dirigidas contra China desde territorio estadounidense, en clara alusión a los incidentes de Xinjiang del pasado 5 de Julio y el apoyo que en EEUU recibe el Congreso Mundial Uigur y Rebiya Kadeer, residente en este país; o la seguridad de las inversiones chinas en EEUU y la exigencia a Washington de políticas económicas responsables para mantener la estabilidad del dólar. China es el principal acreedor de bonos del Tesoro de EEUU (801.500 millones de dólares a finales de mayo) y la caída del dólar podría dañar seriamente el valor de sus activos. Ello quiere decir que las garantías ofrecidas por el secretario del Tesoro de EEUU, Timothy Geithner, en su visita de Junio a China no se consideran suficientes.
Las relaciones económicas bilaterales son un asunto clave para ambos: la recuperación, el proteccionismo comercial, la reforma del orden financiero mundial, la diversificación del sistema monetario internacional, el déficit presupuestario y sus implicaciones globales, la cooperación en el sector energético. Otros temas como la seguridad alimentaria y la seguridad de los productos, el cambio climático y el calentamiento global, también figuran entre los temas a tratar. En ninguno de ellos cabe esperar, por el momento, algo más que la simple puesta a punto, dejando los compromisos concretos para una ocasión posterior, una vez fijados de común acuerdo los procedimientos de actuación.
Además de la evolución de las relaciones bilaterales, los asuntos regionales y de alcance internacional también estarán sobre la mesa y, entre ellos, el primero, el litigio nuclear norcoreano, actualmente sin perspectivas de solución y con el diálogo hexagonal, la principal apuesta china, en entredicho.
El contexto global en que se desarrolla este diálogo incide en el empeño de EEUU de retomar la senda del liderazgo global, apostando en firme por la recuperación del terreno perdido durante la era Bush, en una señal que pudiera entenderse como la vuelta a una política de contención de China. Así, mientras los reajustes introducidos en la política exterior estadounidense apuntan al reforzamiento de su presencia en Asia Central (Kirguizistán), meridional (India) y el Sudeste asiático, tal como quedó reflejado en la reciente cumbre de los países de la ANSEA, aumentan las voces que reclaman a China una disposición mayor para dirigir los destinos de un continente, Asia, donde no solo es ya la primera región económica sino muy pronto también la mayor economía al superar a Japón. Esa doble dirección sugiere un difícil ensamblaje.
El temor al regreso de los “reinos tributarios”, cuando los países vecinos rendían pleitesía a China con efectos limitantes respecto al ejercicio de su soberanía y, sobre todo, la persistencia de numerosos litigios y desencuentros territoriales en el mar de China meridional o en el mar Oriental, facilitan una hipotética atracción garantista de la presencia de EEUU en la zona, ante el temor de que Beijing sea incapaz de ofrecer una equilibrada satisfacción de las aspiraciones de todos los países con intereses en la zona.
Sin duda, China y EEUU están bien lejos de reeditar una segunda “guerra fría”, comparten la idea de que sus relaciones bilaterales constituyen una prioridad para ambas partes y también que hay intereses y puntos de vista diferentes en muchos planos. No obstante, su interdependencia les obliga a definir un modus vivendi que avanza con esta institucionalización llamada a salvar las profundas diferencias en cuanto a los respectivos sistemas políticos y respetando los mutuos empeños en la importancia concedida a la soberanía y el interés nacional, aspectos en que las fricciones serán inevitables. Esa complejidad, junto a la importancia global de su diálogo, constituyen notas características imposibles de obviar y que exigirán algo más que paciencia para que uno pueda, con el tiempo y buena voluntad, llegar a fiarse del otro y lograr así esa confianza estratégica que ambos se fijan como objetivo irrenunciable pero ciertamente difícil de alcanzar.