Este año, Rusia y China conmemorarán el 70 aniversario del final de la II Guerra Mundial con grandes ceremonias y lecturas compartidas basadas en una interpretación muy matizada, cuando no abiertamente contradictoria, de los sesgos introducidos tras el final de la guerra fría por los países occidentales. Al 9 de Mayo en Moscú le seguirá una jornada similar en el mes de septiembre en Beijing. Este enfoque compartido se afirma como una pieza más del engranaje que ambos países han puesto en marcha para defender su papel en la derrota del nazismo y del militarismo japonés y la preservación del legado de aquella conflagración.
Hoy, China y Rusia comparten, además, una agenda estratégica de importancia vital para la actualización del sistema internacional. Desde los BRICS a la OCS –que Rusia preside en este 2015- pasando por nuevos impulsos a la agenda de seguridad a través de una renovada CICA (Conferencia sobre Interacción y Medidas de Confianza en Asia), las responsabilidades asumidas por ambos gobiernos parecen distanciarles cada vez más de las políticas occidentales.
En los grandes asuntos de la agenda internacional, los puntos de vista de ambas capitales son similares, ya hablemos de Irán, Libia, Afganistán o incluso Ucrania. En su agenda particular, la revitalización del diálogo hexagonal sobre Corea del Norte constituye un objetivo al que sumarán esfuerzos en los meses venideros. La recuperación de la influencia rusa en Vietnam, un país clave en los diferendos del Mar de China meridional, señala marcos complementarios de posible encuentro.
Esa coincidencia en los grandes temas tiene aun, no obstante, la debilidad de su sustento material. Las dificultades de la economía rusa, de una parte, y la ralentización del crecimiento en China afectan a su intercambio comercial. De hecho, en los dos primeros meses de este año, el comercio bilateral descendió más de un 30 por ciento, complicando la consecución de los objetivos cifrados por ambas partes.
Los importantes acuerdos energéticos suscritos en 2014, la decisión rusa de sumarse al BAII (Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras) que China lidera o el nuevo empuje a la cooperación transfronteriza constituyen esperanzas importantes para que aquella coincidencia estratégica se dote de un robusto esqueleto económico.
Pero la clave principal de sus relaciones a futuro, tanto en el orden económico-comercial como estratégico radica en la puesta a punto y engranaje de las iniciativas rusa y china para Eurasia, es decir, el acoplamiento de la Ruta de la Seda y la Unión Económica Euroasiática. La gestión compartida de la otra energía que proporcionan ambos proyectos será determinante del tono y alcance de su relación.
La visita reciente de Wang Yi a Moscú, expresión de normalidad en sus relaciones bilaterales y constatación de la existencia de una agenda sustanciosa entre ambos países que va más allá de las conmemoraciones rituales, debe enmarcarse en dicho proceso.
Desde que inició su mandato, Xi Jinping se reunió con Vladimir Putin más que con ningún otro líder extranjero. Mutuamente, el Kremlin y Zhonnanghai se consideran una prioridad recíproca. Todo indica que este año, esa será también la tónica.