¿Cumplió sus objetivos la cumbre Obama-Xi? Dado el cariz de la fase preparatoria, todo invitaba a tener que leer en los posos del té para deducir, con más o menos fundamento, si lo poco o mucho logrado podría servir para creer en cambios más o menos significativos.
La cumbre Obama-Xi tenía como principal reto reflotar la relación bilateral y demostrar con resultados tangibles que los signos de declive de los últimos años podían ser superados. En la agenda: la actitud estadounidense ante las nuevas iniciativas chinas –léase BAII, la Franja y la Ruta, entre otros-, el espionaje industrial, las medidas de confianza en el plano militar, las diferencias en el Mar de China meridional, la colaboración en la lucha contra la corrupción, el tratado bilateral de inversiones, y, por supuesto, Taiwan, Tibet, los derechos humanos, etc.
En el cambio climático, ambos líderes encontraron hace tiempo un punto de entendimiento. El control de las emisiones de gases de efecto invernadero ya permitió en noviembre pasado un primer anuncio significativo. Ahora, con la vista puesta en París, se han anunciado nuevos compromisos importantes demostrando la fecundidad de un desafío que puede acercar a ambos socios. A falta del enemigo común de antaño, el cambio climático establece los contornos de un pacto de consecuencias beneficiosas para todo el planeta. Pero no suficiente para determinar el signo global de la relación bilateral.
China y EEUU, como es costumbre, hicieron sus deberes para asegurar el “éxito” de esta visita de Estado. Seminarios, visitas y negociaciones previas allanaron el camino para un encuentro que, sin embargo, en su conjunto resultó mediáticamente flojo al sumar una agenda sustanciosa en Seattle –dos días y medio- y, sobre todo, tener que compartir escenario con un Papa Francisco que acaparó numerosas miradas.
El consenso previo sobre el combate contra los delitos informáticos contribuyó a suavizar las diferencias y, de igual modo, la clarificación de algunos casos pendientes relacionados con la detención de prófugos de la justicia china.
China atribuyó a esta primera visita de Estado de Xi Jinping un carácter “muy importante e integral”, centrado en la delimitación de nuevos ejes para impulsar una cooperación “práctica” capaz de consolidar, paso a paso, ese “nuevo modelo de relación entre grandes países” que disipe los recelos mutuos.
La convicción de que las relaciones sino-estadounidenses se encuentran en un momento de inflexión “decisivo” está bastante extendida. El principal riesgo deviene de la dificultad objetiva de encajar la emergencia china y, consiguientemente, de evitar que la confrontación se imponga a la cooperación como signo clave de la relación en base a supuestos intentos de modificar la arquitectura de la gobernanza global. El escepticismo de EEUU sobre las intenciones estratégicas de China no influye en exceso sobre los intercambios económicos, pero Washington exige a China que clarifique sus intenciones y las demuestre con acciones concretas, no con retórica. A EEUU le cuesta digerir la nueva situación.
A la espera del aumento de las inversiones reciprocas
En el orden económico, la bonanza de las relaciones bilaterales no ofrece dudas. Se ha pasado de los 2.000 millones de dólares de 1980 a 555 mil millones en 2014. La dinámica de sanciones económicas y represalias comerciales se ha contenido y ni siquiera el déficit comercial o la controversia del yuan parecen ensombrecer las expectativas. Poco ha trascendido respecto a los intercambios en materia tecnológica que en la última década se han desplomado (más de 2000 productos figuran aun en la lista de exportaciones restringidas a China) ni se espera un boom que ponga fin a la pírrica realidad actual. La cumbre, por otra parte, ha servido para dar un seguro impulso al tratado de inversiones, pero que nadie se haga grandes ilusiones por el momento.
La seguridad cibernética y los intercambios militares
Pese a los desmentidos chinos a propósito de tantas intenciones ocultas imputadas, sus acciones en los mares contiguos alimentan la tensión, al igual que el incremento sustancial y paralelo de la presencia militar de EEUU en la zona. Obama dijo seguir muy de cerca las actividades de exploración y militarización de algunos islotes. El Pivot to Asia es el giro estratégico más importante que EEUU ha realizado desde el final de la guerra fría y China tomó buena nota de ello. Ambas partes firmaron anexos a dos acuerdos relacionados con operaciones militares importantes y encuentros de fuerzas navales y aéreas.
Un mecanismo de diálogo de alto nivel sobre la lucha contra el ciberdelito, con especial atención a los secretos comerciales u otra información empresarial confidencial es un avance significativo en un terma sensible y, de seguir igual rumbo que otros diálogos similares instrumentados en el pasado, puede dar frutos apreciables. Obama fue muy explícito y rotundo en este aspecto.
Obama también mostró su compromiso con Taiwan, mientras en Beijing aumenta la intranquilidad respecto a la actitud estadounidense –y nipona- ante una más que posible victoria de los soberanistas en enero del año próximo en las elecciones presidenciales y legislativas. Un doble lenguaje puede tener consecuencias funestas.
El ajuste exige voluntad y acciones de ambas partes
China y EEUU viven un momento de ajuste que requiere la disipación de las dudas y recelos mutuos. Los gestos de tregua requieren acciones decididas de ambas partes. China es cada vez más poderosa y ello le incita a reafirmar la autonomía de su proyecto. ¿Se lo puede permitir? Puede que EEUU esperara otra cosa tras décadas de apuesta por su desarrollo. Pero Beijing no se dejará integrar en el orden estadounidense sin más, aunque también desee que esto no desemboque en una especie de conflicto irresoluble.
La visita de Xi no ha estado al mismo nivel que la de Deng Xiaoping en 1979, al menos en las formas; respecto al contenido, habrá que esperar. La zozobra amenaza los aspectos estructurales de la relación y su reasentamiento requiere mucha tenacidad.