La presencia del número cinco chino, Liu Yunshan, en las recientes conmemoraciones con motivo del 70 aniversario del norcoreano Partido de los Trabajadores, vitoreando cogido de la mano de Kim Jong-un, habla por sí sola. Al mando, el Querido Líder demostró, primero, ante su pueblo que China sigue a su lado y, segundo, también al PCCh que su capacidad para organizar grandes ceremonias sigue incólume convirtiendo las homónimas chinas en poco menos que peccata minuta.
Atrás parecen quedar las dudas sobre supuestos cambios en la actitud del nuevo liderazgo chino respecto a las conductas de difícil aceptación del heredero norcoreano, quien no asistió al desfile celebrado en Beijing en septiembre último, con motivo de las celebraciones del 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial.
La preocupación china por la situación en Corea del Norte aumentó tras la llegada al poder de Kim Jong-Un (2011). La incomodidad de Beijing no solo se ha expresado en relación al tono de denuncias internacionales como el informe Kirby, que documenta “la gravedad, la naturaleza y la dimensión de los crímenes” de Pyongyang, que “no tienen equivalente en el mundo contemporáneo”; también, ante el escaso eco de su influencia y el desprecio de los intereses chinos por parte de Corea del Norte.
Hasta no hace mucho, con independencia de la coyuntura, la máxima en Beijing fue respaldar a su socio en tanto eso contribuía a evitar el caos en la península coreana. Pese a la preocupación por la seguridad y los avances en el programa nuclear norcoreano, las demostraciones de fuerza y las provocaciones, el PCCh siempre procuró estimular la cooperación económica como principal fermento de la moderación y el cambio, siguiendo su propio modelo de apertura.
La acción diplomática de China se mueve tradicionalmente en dos frentes. En el bilateral, la injerencia tiende a ser mínima y orientada a perpetuar la estabilidad. En el multilateral, además de vetar cualquier propuesta que afecte a cuestiones sensibles, por ejemplo, las relacionadas con la situación de los derechos humanos, intenta reconducir las tensiones al diálogo hexagonal, paralizado desde 2009, en el que participan también Rusia, EEUU, Japón y las dos Coreas.
Esa estructura y enfoque mostraron algunas grietas recientes. La más severa de todas fue la declaración de Xi Jinping en el Foro Boao, la réplica china del Foro de Davos, en 2013, cuando descalificó las “retóricas agresivas que desestabilizan la región”. Enviando claras señales de un pragmatismo de nuevo cuño, Xi Jinping dio a entender con claridad al nuevo Kim que no quería perturbadores a sus puertas.
Pese a ese distanciamiento, China, por sus implicaciones estratégicas, no desea el hundimiento de Corea del Norte. No obstante, tampoco concuerda del todo con su inmovilismo.
Hace tiempo que aquella alianza indefectible e inquebrantable que parece querer transmitirnos la ceremonia de días atrás, no refleja fielmente la realidad de las relaciones bilaterales. Los intereses estratégicos de ambas partes tienen matices. China no ha cortado el cordón umbilical que le une y que ayuda a mantener con vida el régimen de los Kim. Para Beijing, el desarrollo del comercio fronterizo y el acceso a los recursos minerales a cambio cereales y carburantes es una ecuación aceptable. La visita de Liu Yunshan parece una confirmación de esa cooperación y de la ayuda china. Pyongyang podrá seguir contando con la tibieza del gran vecino a la hora de aplicar las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU y se sumará a aquellas negociaciones que le permiten ganar tiempo.
La relación está condicionada por la proximidad ideológica, las circunstancias históricas y las propias necesidades estratégicas. Pyongyang es un aliado nada desdeñable para evitar la preeminencia de EEUU en la zona. Y la afirmación del liderazgo regional de China pasa por Pyongyang y por su capacidad para hacerle volver a la mesa de negociaciones, asegurando ese periodo de calma que necesita en su vecindad para concentrarse en la solución de sus muchos problemas internos.
Las quejas de ingratitud de los últimos años motivaron ciertos cuestionamientos acerca de la necesidad de preservar a toda costa la estabilidad Algunos parecían dispuestos a sacrificar la relación con Corea del Norte para mejorar las relaciones con EEUU. Tras la visita de Estado y la cumbre con Obama, las espadas siguen en alto. La firma del TPP advierte de la vigencia del pulso estratégico. La hipótesis de un acercamiento Beijing-Washington a propósito de Pyongyang parece haber sido descartada para mayor gloria del joven Kim.
La política norcoreana de China resta abocada a un callejón de difícil salida. La presencia de Liu Yunshan sugiere que la tesis del abandono o moderación del apoyo a Pyongyang, evocado en 2014 como respuesta a su incapacidad para reformarse, ha pasado a mejor vida. Recuérdese que en 2013, Beijing prestó apoyo a las sanciones de la ONU tras el ensayo nuclear de febrero del mismo año.
Hoy, la frustración por esas actitudes de Kim Jong-Un que habían inspirado una ambiciosa reformulación en la diplomacia china, parece superada. También a Beijing le puede la geografía.