China le ha tomado la medida a Donald Trump. Adaptándose a sus arrebatos de presión y fiel a su tradicional hábito de medir cada palabra, Beijing se muestra capaz de nadar y guardar la ropa disimulando la perplejidad causada por los aspavientos del presidente estadounidense. Xi no se alarma por los mensajes incendiarios de su colega y no le duelen prendas para levantar el teléfono y apelar a la calma. La campechanía parece haberles acercado.
Las relaciones sino-estadounidenses afrontan dosieres que no son nuevos. Y frente a los prontos iniciales, la sensación predominante es que el compromiso es obligatorio. Trump puede exhibir en su haber que China es hoy un poco menos ambigua a propósito de Corea del Norte, si bien es claro que la posibilidad de que se sume a operaciones de cambio de régimen va a contracorriente de su estrategia.
Frente a las tensiones internas que rodean la diplomacia estadounidense, es previsible que el Xi aclamado en el XIX Congreso del PCCh haga frente a las críticas a propósito de las prácticas comerciales chinas y al déficit de reciprocidad que se argumenta desde la Casa Blanca, que reclamará menos obligaciones para sus inversores en el país. A Beijing le preocupa el resultado de la comisión de investigación alentada por Trump sobre dichas prácticas y la violación de la propiedad intelectual pero confía en apaciguar las tensiones haciendo valer sus argumentos: aunque la relación comercial es ciertamente desequilibrada, el monto del déficit comercial no es real atendiendo al volumen de la producción estadounidense deslocalizada en China o si tenemos en cuenta los servicios o el esfuerzo relacionado para elevar el valor del yuan, entre otros.
A lo largo de 2017, se han celebrado con éxito cuatro mecanismos de diálogo de alto nivel entre ambos países. En junio, tuvieron lugar conversaciones sobre temas diplomáticos y de seguridad que se saldaron con el compromiso de reforzar los vínculos bilaterales a través de una mayor cooperación y de una gestión apropiada de las divergencias. Un mes más tarde, se celebró el primer Diálogo Económico Integral China-EEUU, que trazó el rumbo de la colaboración económica mediante un plan anual para reforzar la cooperación y resolver los principales problemas en este ámbito. Los otros dos mecanismos de diálogo -uno sobre intercambios sociales y personales y el otro sobre aplicación de la ley y ciberseguridad- tuvieron lugar en septiembre y octubre, con un exhaustivo intercambio de opiniones sobre la cooperación en aspectos como cultura, educación, innovación, antiterrorismo y seguridad cibernética.
Estos cuatro mecanismos se establecieron en abril de 2017 durante la reunión entre el presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo estadounidense, Donald Trump, en la residencia de este último en Mar-a-Lago, en el estado de Florida. Desde que Trump asumió el poder en enero, los mandatarios han mantenido un estrecho contacto. Ya han sostenido dos entrevistas en persona y ocho conversaciones telefónicas.
A día de hoy, la hipótesis de una guerra comercial no tienen recorrido. China y EEUU están abocados al acuerdo. Cualquier otra alternativa podría resultar particularmente dañina para ambos teniendo en cuenta que son los mayores socios comerciales entre sí. Pero igualmente ese compromiso debe ampliarse al orden estratégico pensando no solo en la cuestión norcoreana sino en los diferentes focos de tensión que brotan en la región, desde Taiwán al Mar de China oriental o meridional, el papel de Japón y los procesos de integración regional.
No cabe esperar un cambio radical en las bases que han presidido las relaciones bilaterales pero es posible que Xi afine el tono quizá suavizando las condiciones de acceso a su mercado en línea con el discurso emanado del recién concluido XIX Congreso del PCCh. De este modo, afianzaría la imagen de apertura de China pero también de potencia responsable, previsible y comedida en contraste con el liderazgo errático y a contrapié de su par estadounidense.