China está cambiando. No es solo que aquella imagen de una China económicamente imbatible se nos antoja ahora más frágil a la vista de su dolorosa reestructuración, inevitable por otra parte para completar su modernización. Los cambios afectan a otros aspectos en los que el gigante asiático modifica a paso acelerado aquella otra imagen de una China centrada en su transformación interna; por el contrario, ahora, consciente de que su éxito se juega tanto dentro como fuera, persigue también una “actualización” del orden regional e internacional.
De longa data, el PCCh se ha adherido al principio de perfil bajo en su política exterior, alejado de cualquier tentativa de imitación de la URSS, ya sea por su vocación mesiánica y redentora o en el orden de la defensa consciente de la grave responsabilidad del complejo militar industrial en la autodestrucción soviética. En consecuencia, si China quiere aumentar la proyección internacional de su discurso con el propósito, dice Xi Jinping, de explicarse mejor, no anhela exportar modelo socio-político alguno. La economía ha sido y sigue siendo la punta de lanza de cualquier estrategia de posicionamiento internacional. Por otra parte, además de “no portar la bandera ni encabezar la ola” (Deng dixit), Beijing, en sus diferendos territoriales, abogó por el principio de dejar a un lado las disputas y concentrarse en la explotación conjunta de los recursos.
El incremento del poderío económico de China, la necesidad de asegurar la debida protección de sus mercados e intereses exteriores así como la agudización de las tensiones estratégicas globales ha matizado este doble escenario. Desde los Juegos Olímpicos de 2008 a hoy día, China multiplicó sus esfuerzos en todos los frentes, tratando de ganar posiciones e influencia en los cinco continentes. Y a la par de la economía y la estrategia, la defensa ha ido ganando terreno.
Uno de los marcos privilegiados de ese cambio de situación es el entorno próximo, en el que confluyen variables cualitativas de gran alcance, desde los corredores económicos y las rutas de la seda a propuestas de integración económica que rivalizan con los proyectos de EEUU, una hiperactiva diplomacia de vecindad o la tensión en las aguas próximas en virtud de la presencia de buques de guerra y bombarderos que patrullan las inmediaciones de los arrecifes que China reclama.
La construcción de islas en el Mar de China meridional, para instalaciones de autodefensa según fuentes oficiales, unido a la negativa a aceptar el arbitraje internacional que planteó Filipinas al Tribunal de La Haya, la instalación de misiles en la isla Woody (Yingxing para los chinos) o la propia doctrina de los no negociables “intereses fundamentales”, facilitan la percepción de una China envalentonada que aboga por ganar proyección estratégica en la región, saldando cuentas con una historia reciente en la que su decadencia se vio reflejada en la pérdida de dominio territorial ante terceros.
Los países de ASEAN, Japón, Australia o Nueva Zelanda plantean dudas y reservas a la actitud china. Vietnam ha pedido incluso a EEUU una implicación mayor en la zona para contener a Beijing. Sin menoscabo de la debida cautela y sin perjuicio de las debidas equidistancias, todos, en ausencia de mecanismos de seguridad colectiva creíbles, urgen fórmulas de equilibrio.
China arguye razones históricas y de otro tipo para justificar su actitud pero la impaciencia puede jugarle una mala pasada. Los reveses sufridos recientemente en Hong Kong o Taiwan indican que la simplificación de la realidad no facilita la consecución de sus objetivos; por el contrario, deviene en pasos atrás que alimentan una desconfianza difícil de vencer. Un mal cálculo puede activar una espiral militarista en la zona de la que le resultará difícil sustraerse, alentando el fantasma –hasta ahora eludido- de la vieja URSS.
Si no puede desvincularse esta actitud china de su nuevo estatus económico global o de una problemática interna que el recurso nacionalista puede atemperar, tampoco se puede prescindir de la actitud estadounidense que fragua alianzas y define políticas en el área con la clara vocación de contrarrestar a una China en ascenso.
Washington tiene en la tensión en la península coreana un argumento plausible para desplegar un avanzado sistema de defensa antimisiles que penetraría en Asia continental afectando de lleno a los intereses de seguridad de China. Así se evidenció en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich. Actitudes como las de Pyongyang o Beijing le sirven en bandeja al Pentágono los argumentos precisos para que su Pivot to Asia funcione a las mil maravillas.
La construcción de la defensa china parece una medida acorde con el nuevo estatus del país. Su atraso en este aspecto es notorio; no obstante, puede suponer un mal paso si acaba por determinar el tono de las relaciones con sus vecinos. La hipótesis de un golpe de mano que ponga en jaque la presencia estadounidense y ejemplifique su nuevo status regional puede ser del agrado de algunos sectores en Beijing pero las consecuencias negativas se harían sentir en todo el mundo. Con ese proceder perdería el último beneficio de la duda.