España es uno de los ocho países europeos que hasta la fecha han suscrito con China una “asociación estratégica integral”. Ello le confiere un estatus especial, reforzado con una excepcional sintonía política que las autoridades españolas han venido exhibiendo sin complejos y que nos identifica ante China como su socio más leal y fiable en el Viejo Continente. Dicha proximidad es compartida por gran parte del arco parlamentario y, singularmente, por las principales fuerzas políticas y sociales del país. No obstante, a día de hoy, esta excepcional singularidad apenas ha servido para profundizar suficientemente en una relación que sigue definiéndose, en sus coordenadas actuales, por la potencialidad.
El balance comercial de España con China sigue siendo débil y altamente deficitario. El saldo negativo superó en 2011 los 16 mil millones de dólares, convirtiendo a China en el principal responsable del déficit comercial español. Ello es consecuencia en buena medida de nuestra modesta presencia industrial en el gigante asiático, a pesar de que en los últimos años se ha incrementado sustancialmente. También influye la débil imagen industrial y tecnológica, incapaz de rentabilizar el atractivo derivado de la admiración por el deporte o la cultura. Las cifras de inversión reciproca son de escasa entidad, a excepción del mercado de la deuda, en el cual Beijing se consolida como el segundo acreedor de Madrid. Incluso en ámbitos como el turismo, donde España parece gozar de un crédito indiscutible, de los 3,8 millones de turistas chinos que arribaron a Europa en 2010, solo 102.000 visitaron España. En suma, de la atención que China presta a España no se derivan unas relaciones económicas equilibradas.
En otros órdenes, como el cultural o educativo, se viven actualmente procesos de gran calado que a poco que los encaucemos pueden mejorar sensiblemente nuestras expectativas. Sería un craso error un ajuste involutivo. El interés mutuo crece y la industria cultural, a pesar de las diferencias existentes en cuanto a los modelos de gestión, ofrece propuestas a explorar. La educación presenta igualmente oportunidades de crecimiento importantes, aunque para aprovecharlas España, que no figura por el momento entre los destinos favoritos de los estudiantes chinos, debe seguir mejorando su imagen académica en el gigante asiático.
En 2012 llegará a su fin el tercer Plan Asia-Pacífico. Dichos planes, aunque quizás excesivamente abarcadores, han contribuido a despertar el interés por Asia y a incorporarla a las agendas de los sectores más dinámicos de nuestra sociedad. En todos ellos, China ha destacado por su creciente importancia. En su conjunto, tras 12 años de vigencia, estos documentos y sus complementos sectoriales han servido para dotar de una mínima coherencia y sentido muchas políticas dispersas, aunándolas con un enfoque convergente que ha permitido superar algunas carencias estructurales.
Sin perjuicio de la asunción de los principios y valores que guían la política comunitaria hacia China, la sintonía sino-española es facilitadora de muchos entendimientos, pero precisa aditivos para ser rentabilizada si queremos materializar la potencialidad y avanzar en la superación de las asimetrías mutuas. Si nuestro objetivo es elevar la asociación estratégica a una nueva altura no solo en lo económico sino en los distintos segmentos de la relación, abriendo espacios para una gestión plural de unos contenidos al alza, precisamos una estrategia global y transversal que fije los horizontes y ejes que pueden contribuir a un fortalecimiento que se antoja decisivo por cuanto puede mejorar sensiblemente nuestras expectativas de superación de la crisis. La sintonía que existe en la cúspide de la pirámide debiera impregnar y estimular el conjunto de las relaciones bilaterales, buscando complicidades y tejiendo redes que fortalezcan, amplifiquen y traduzcan el entendimiento en acciones concretas.
Hemos reivindicado ante China el valor de España como plataforma logística para Europa o Magreb, significando también las posibilidades de la triangulación con América Latina. Estos procesos podrían afianzarse en otras direcciones tomando buena nota de los cambios que se están produciendo en ambas regiones. Igualmente debiéramos considerar la importancia de la cooperación científica y tecnológica con el propósito de conjurar el simple dispendio de lo laboriosamente logrado en los últimos años.
Nos hallamos al mismo nivel formal que los grandes países de nuestro entorno, pero no así si bajamos los escalones y nos adentramos en los contenidos de dicha relación. Todos lo saben y habría que ponerle remedio. Es necesario definir una visión de medio y largo plazo en relación a China perfilando una interacción constructiva que pueda consolidarse con el tiempo. La política española hacia China no debiera ser resultado de una mera yuxtaposición de proyectos, dirigidos con mayor o menor acierto, sino expresión de una inteligente y bien documentada gestión de todo un proceso. A pocos meses del cuadragésimo aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países, ha llegado el momento de propiciar un salto cualitativo abordando una estrategia específica para China capaz de traducir las buenas palabras en dinámicas que alienten un nuevo impulso.