Contrasta el éxito del reciente viaje del presidente chino Xi Jinping a Reino Unido con el flojo balance de la visita a EEUU en septiembre último. Sin mediar descanso, Alemania, Holanda, Francia han movido pieza a renglón seguido para tomar posiciones ante las grandes iniciativas chinas, ya hablemos de la Ruta de la Seda o del BAII (Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras) alcanzando acuerdos que apuestan por nuevas vueltas de tuerca a la relación bilateral.
Que tantas primeras figuras europeas coincidan en el gigante asiático no es un hecho casual. Esta dinámica parece haber dinamitado anteriores recelos a propósito del acercamiento a China y también abre grietas en la posición europea en su conjunto, abriendo paso a estrategias de país, pese a las críticas internas y del otro lado del Atlántico, diluyendo posiciones comunes.
En Londres, la combinación de pompa real y realismo económico ha permitido pasar página de anteriores desencuentros, dando pábulo a una política que parece tener el claro objetivo de alcanzar a Alemania, hoy principal socio europeo de China.
El viaje de Merkel de días atrás fue el octavo desde 2005, un gesto muy apreciado por los líderes chinos, quienes conceden carácter “especial” al entendimiento con Berlín. La líder alemana fue la primera invitada europea del primer ministro Li Keqiang a visitar su provincia natal, un gesto revelador de la sintonía mutua.
Ambos países avanzan hacia la coordinación de sus estrategias de desarrollo y Merkel prestó su apoyo a las decisiones chinas de incluir el yuan en la cesta de los derechos especiales de giro del FMI o la participación en el BERD. También Reino Unido. Francia no se quiere quedar atrás y tanto Manuel Valls como Hollande aprovechan la gestación del éxito de la próxima cumbre climática para tender otros puentes.
Recuérdese que Londres fue el primer país del G7 que anunció su intención de formar parte del club de fundadores del BAII, un proyecto visto con desconfianza por EEUU y que sigue intentando torpedear. Esta decisión británica marcó un punto de viraje y acrecentó el interés de China por arbitrar un sistema que le facilite eludir las restricciones impuestas por la alianza entre EEUU y Japón. Por otra parte, no debiéramos pasar por alto la nueva fase de acercamiento con Shinzo Abe (las relaciones empeoraron desde 2012) en el marco trilateral con Corea del Sur, acelerando las negociaciones para la firma de un TLC, ya suscrito entre Beijing y Seúl. Una vez más, la economía es la madre de todas las estrategias chinas.
Alemania, Francia, Reino Unido son socios centrales de Europa. Si la City será clave para facilitar el engarce del yuan y del sistema financiero chino con el mundial, Alemania, y también Francia, serán claves en la cooperación industrial, tecnológica y en otros órdenes. Con una Europa en grave crisis de identidad, todos aprecian grandes oportunidades y comerciales en China que pueden suponer un alivio para las maltrechas economías europeas, mientras una incógnita se abate sobre el nivel de alineamiento futuro con EEUU.
La acción combinada con tan importantes capitales europeas unida a la presencia cada vez más significativa de China en los PECO y en la Europa del Sur provocan una gran interrogación añadida sobre la solidaridad europea y su estrategia respecto a China. No es que Beijing no desee una Europa unida, concebida siempre como un contrapeso al hegemón estadounidense, pero a sabiendas de las contradicciones del proyecto y sus retrocesos, hace años apostó por priorizar las relaciones bilaterales con los actores más relevantes. China ve en ello la posibilidad de establecer otro modelo que prime la cooperación en la gobernanza global y en la gestión de las relaciones entre las principales potencias del mundo orillando las cuestiones más espinosas, abordadas a otra velocidad.
España se queda fuera de todo esto. Es parte de otra Europa, la que está fuera de juego y desconcertada.