Una globalización con apellido

In Análisis, Política exterior by PSTBS12378sxedeOPCH

La nueva gira exterior del presidente Xi Jinping abunda en algunos trazos importantes y característicos de la diplomacia china de los últimos tiempos: las visitas a Rusia y Alemania, de un lado, dos países de enorme relevancia en su estrategia internacional; y la participación en un nuevo encuentro del G20 que, tras la reunión de Hangzhou del pasado año, debe reflejar el nuevo rasero de las unanimidades que priman entre las principales economías del planeta.

Para China, el eje común a estos encuentros es la suma de entendimientos. Con Rusia, China logró concretar en estos años una cooperación pragmática que no necesita  presentación. La coincidencia de ambos países en los acrónimos que marcan el nuevo rumbo de la sociedad internacional (desde la OCS, los BRICS, la CICA o el G20) y la defensa de similares puntos de vista en asuntos clave para el mantenimiento de la estabilidad estratégica mundial, le convierten de hecho en un contrapeso significativo a las tendencias autodestructivas y unilateralistas que afloran como el mayor desafío global. Ambos países, además de promover en firme la integración euroasiática, apuestan por crear una infraestructura en ámbitos clave, como las finanzas, por ejemplo, para equilibrar las instituciones dominadas por Occidente.

El papel de Alemania en Europa y en el mundo ha ganado enteros. Probablemente, este hecho constituye también uno de los cambios más significativos registrados en la economía y la política internacionales en los últimos lustros. En dicho contexto, el entendimiento sino-germano apunta a nuevas cotas con capacidades crecientes para superar las diferencias. En ambos casos debe destacarse la existencia de una clara voluntad constructiva tanto en el orden bilateral como regional y global.

Los tres países se enfrentan a un mismo reto: la gestión de la falta de sintonía con un socio relevante que adopta cada día posiciones más irresponsables y provocadoras en asuntos clave, ya se trate del cambio climático o del contencioso en la península coreana donde la sombra de un hipotético ataque preventivo amenaza la paz. Ese disenso, que en cada caso reviste singularidades propias, afecta de modo común a cuestiones centrales del orden global, ya hablemos de las tendencias en el ámbito de la economía o de la política.

Cuenta atrás para el G20

El G20 ya no puede ser considerado un simple mecanismo de articulación de las respuestas a la crisis financiera global; hoy por hoy, es el mejor referente para articular una gobernanza consensuada y a largo plazo. La encrucijada del G20 se resume en la tesitura que enfrenta el auge del unilateralismo con la necesidad de fortalecer una gobernanza global basada en la materialización efectiva de una comunidad de futuro compartido para la humanidad.

Y hay un riesgo evidente. Cuando el G20 se erigió en 2008 como foro alternativo al desafío de la crisis, no pocos hablaron entonces de lo impostergable de medidas para atajar las causas que habían conducido al desastre; no faltaron incluso invocaciones a la necesidad de refundar el capitalismo. Pero casi una década después, los avances en aspectos clave son menores evidenciando una clara impotencia que puede pasar factura.

Ahora, cuando el proteccionismo gana influencia global, la respuesta consiste en  apellidar la globalización corrigiendo sus efectos indeseados apelando a la sostenibilidad, la conectividad o la inclusión. Pero lo que se espera del G20 no es una nueva narrativa que con un discurso formalmente correcto atempere el descontento o cierre el paso a las tendencias más demagógicas sino medidas eficaces que disciplinen la economía global y la sitúen al servicio del bien común.

En el G20, China se ha posicionado de forma contundente y desde el primer momento en contra del proteccionismo y a favor de una globalización inclusiva que facilite la plasmación de una gobernanza económica que tenga en cuenta los intereses compartidos y la necesidad de alargar su agenda a aquellos ámbitos que, también en su propio orden interno, han ganado peso sustancial. Con una nueva revolución industrial a las puertas, es indispensable pasar de las palabras a los hechos y concretar una agenda ambiciosa, resuelta, complementaria y preventiva.

En la cumbre de Hamburgo, más allá de los asuntos relativos al crecimiento, el comercio, los tipos de cambio, etc., todos ellos sin duda importantes, lo más trascendente puede ser la atmosfera reinante y no la declaración final, probablemente cosida con una inevitable unanimidad precaria.