Las apuestas se elevan en el diferendo comercial sino-estadounidense. China reaccionó a los anuncios de imposición de aranceles de la Administración Trump (primero sobre el acero y el aluminio, después sobre una larga lista adicional de mercancías) con una batería de invectivas que incluye no solo advertencias y procedimientos de diverso signo (ante la OMC) sino con imposiciones de corte similar que preocupan cada vez más en los mercados a nivel global, evolucionando a gran velocidad desde lo simbólico a lo real. Impertérrito, Trump se dice dispuesto a doblar el desafío.
A primera vista, tal desarrollo de los acontecimientos presenta argumentos conocidos: el abultado déficit comercial de Washington, la defensa de la propiedad intelectual frente a las conductas abusivas chinas en materia de captación de tecnología -que explicarían la rápida mejora de Beijing en este orden-, el impacto de estas prácticas en el empleo y en el poder industrial de EEUU, etc. Pero el trasfondo del contencioso va mucho más allá y debe contextualizarse en el marco de la nueva estrategia de seguridad nacional estadounidense que apunta a China con el dedo acusador como competidor y rival estratégico en todos los ámbitos. Todo lo cual complica una salida negociada y rápida a las tensiones actuales.
La firma presidencial del Acta de Viajes de Taiwán, que permitirá elevar el nivel de los intercambios entre altos funcionarios entre Washington y Taipéi, nuevas ventas de armas, etc., anticipan importantes tensiones también en este aspecto en los próximos meses. Es un capítulo especialmente sensible para Beijing.
Por otra parte, cabe prever un incremento de las operaciones de “libertad de navegación” en el Mar de China meridional, inseparable del estímulo a la estrategia del Indo-Pacífico con una alianza al alza con India, Japón y Australia en el indisimulado propósito de contener al gigante asiático. Incluso el alarmante aumento del esfuerzo en defensa de la OTAN tiene algo que ver con este escenario, al que tampoco es ajeno la alianza sino-rusa. Putin volverá a Beijing en junio próximo.
China, por su parte, además de responder con una firmeza medida a las invectivas de Washington, prosigue con su táctica de saltar las nuevas barreras apostando por una mayor apertura que incluye el significativo lanzamiento del petroyuán asociado al oro, por el momento sin condiciones para rivalizar con el petrodólar pero planteando un desafío en toda regla al absoluto dominio de la moneda estadounidense en el marco de una amplia internacionalización de su divisa que aspira a reducir la dependencia del billete verde. China es el mayor importador de petróleo del mundo (unos 10 millones de barriles/día) y pretende consolidar un estándar asiático que le permita controlar las variaciones de la moneda de pago de su formidable factura energética.
Es más que probable que en el Foro de Boao que se inicia este fin de semana en la isla de Hainan, Xi Jinping formule anuncios complementarios en esta línea que podrían tener el propósito añadido de intentar desactivar algunas de las acusaciones occidentales que, no lo olvidemos, afectan igualmente al papel de las inversiones chinas en el exterior y no solo en EEUU.
Dando carpetazo al pensamiento de Henry Kissinger, firme defensor de la utilidad estratégica del vínculo sino-estadounidense, Trump y sus asesores parten de la convicción de que la emergencia económica de China se ha producido como consecuencia del apoyo de EEUU a lo largo de las últimas décadas y que esta responde ahora con un ingrato desafío que va más allá de lo económico, amenazando la supervivencia de los valores y el liderazgo occidental. Xi, por su parte, no disimula el propósito de escribir una nueva página en la historia mundial que, asimismo, dé carpetazo a la hegemonía del orden liberal occidental. ¿Es demasiado tarde para evitar una confrontación grave?
EEUU parte de la premisa de que una guerra comercial dañará más a China pero lo estrecho de la interdependencia entre ambas economías sugiere daños importantes para ambas si la escalada se acentúa y pasa de las palabras a los hechos. China tenía en enero 1,16 billones de dólares depositados en bonos del Tesoro estadounidense, la cifra más baja en los seis últimos meses.
La portavoz de la diplomacia china, Hua Chunying, declaraba recientemente a propósito de las acusaciones de EEUU que no hay espacio para la intimidación económica y que el momento de su hegemonía tocó a su fin. ¿Un anuncio precipitado?