La visita del presidente Juan Manuel Santos a China es una gran oportunidad para demostrar que de parte del gobierno colombiano existe una voluntad política de afianzar los vínculos con el gigante asiático, además de que representa aquello que los chinos llaman un ‘viaje de confianza’, que permite el contacto cara a cara, y eso en el contexto chino cobra gran importancia. Apenas este año se pudo concretar la visita de Estado que venía siendo aplazada desde el inicio del actual mandato. Sólo en 2011, el presidente Hu Jintao recibió a 140 dignatarios de todas las latitudes del planeta.
Colombia fue el 14º país latinoamericano en establecer relaciones con China, que durante estos 32 años no han sido tan sólidas y fructíferas como con otros países de la región, especialmente debido a cuatro factores. Primero, las pocas visitas de alto nivel y el bajo o nulo despliegue de las mismas en Colombia, a excepción de la del vicepresidente Xi Jinping en el pasado reciente. La venida de Hu Jintao al país poco antes de ser presidente de China, de Jia Qinglin (2005) y de Li Changchun (2012), quinto y cuarto hombres más importantes de China, muestran el nivel de importancia que se le ha dado a las visitas de ese país.
En la evolución de la relación América Latina-China, la cooperación económica, la balanza comercial y la inversión muestran un aumento a un ritmo exponencial; sin embargo, en dicho contexto la relación de Colombia con China es débil comparada con la de sus vecinos, según estudios de la Cepal y el Colegio de México, ubicándose con relativa frecuencia después de Brasil, México, Argentina, Chile, Venezuela y Perú.
Dicha posición no se corresponde con el tamaño de nuestro país, su ubicación geoestratégica y su potencial económico. En gran parte se ha debido a la falta de conocimiento de Asia, lo que ha significado, según expertos chinos, “falta de audacia” del empresariado colombiano para adentrarse en China. Pero el contexto internacional muestra indefectiblemente que China es cada vez más importante que el G-7 para la economía mundial. En ese sentido, la relación con el gigante asiático no debe entenderse solamente en términos de qué le compramos y qué le vendemos, sino cómo nos podemos asociar y diversificar en proyectos a mediano y largo plazo. Vale la pena seguir el ejemplo de Brasil, que elaboró su Agenda China en 2008; de Chile, con su Plan de Políticas sobre China, o de México, con el Grupo de Trabajo sobre China.
Otro aspecto clave por mejorar es el papel de la Cancillería, si se la compara con otras de Latinoamérica. El tamaño de las embajadas, la formación y el nivel de los funcionarios han sido factores decisivos en el acercamiento a China. Resulta muy diciente que mientras Cuba tiene 22 funcionarios en su embajada en Pekín, México y Venezuela tienen 12 cada uno, Ecuador 11, Chile 7 y Costa Rica 8, Colombia apenas tiene 6. A su vez, para cancillerías como la cubana y la ecuatoriana, el aprendizaje del idioma chino es un requisito para todos sus empleados. Funcionarios con doctorado y exministros conforman el cuerpo diplomático de embajadas como la costarricense y la ecuatoriana en Pekín. Según el embajador ecuatoriano en China, Leonardo Arizaga, “nuestra embajada en Pekín es una de las dos más importantes en el mundo para el Ecuador”.
Un cuarto elemento consiste en no circunscribir las relaciones solamente al intercambio comercial bilateral. Se requiere un acercamiento integral a la región, donde tanto el diálogo político como el intercambio cultural y el fomento del conocimiento y la investigación sean igualmente importantes.