En 2005, Hu Jintao visitó España para anunciar “una nueva fase” en las relaciones bilaterales que supo a bien poco a pesar de que encontró en el presidente Zapatero, que visitó cuatro veces China, un interlocutor sensible. Es seguro que Xi Jinping, de confirmar el ministro de exteriores Wang Yi la realización de la visita a su paso por Madrid, anunciará “una nueva era” para no ser menos. Y en unas y en otras, cada equis tiempo vamos reseteando la relación sin que los avances significativos se produzcan.
En el balance, cabe reconocer que China, con más capacidades, también apuesta más y sin esa impronta sería difícil explicar el aumento del turismo chino, de las inversiones o la persistencia en el tren Yiwu-Madrid. Ahora, las terminales portuarias ofrecen un complemento de inexcusable valor a la Ruta Marítima de la Seda. A pesar de que España ha perdido peso en Europa y en el mundo en los últimos años, para China sigue siendo un activo de valor.
Rajoy viajó tres veces a China, en 2014, 2016 (para participar en la cumbre del G20 en Hangzhou) y 2017 (Foro sobre la Ruta de la Seda). Xi hizo una escala técnica en Las Palmas reuniéndose con la vicepresidenta y otra el primer ministro Li Keqiang en 2015 en Palma. No estamos, pues, al nivel de fluidez de las visitas de los principales países europeos, aunque se mejora lentamente en otros escalones.
Lo mismo podríamos decir de los intercambios económicos y comerciales. En los últimos años, la tendencia apunta a un crecimiento incesante tanto de las exportaciones como de las importaciones y, claro está, también del déficit que ronda ya los 20.000 millones de dólares, casi el 80 por ciento del total del déficit comercial español. En cuanto a la inversión, cierto que ha batido récords pero a partir de ahora las grandes operaciones podrían resistirse más tanto a la vista del retraimiento interno, de su reorientación de los sectores prioritarios para la inversión global así como de las crecientes reservas europeas a propósito de las intenciones inversoras chinas.
Para España, la cuestión central permanece, sin embargo, inamovible. China sigue siendo “un país lejano” en todos los sentidos. Se vienen haciendo muchas pequeñas y valiosas cosas en relación a China pero falta la capacidad para trazar una hoja de ruta ambiciosa que aglutine y, nunca mejor dicho, nos oriente.
La Franja y la Ruta pudiera ser la bandera de enganche para esa “nueva era” que nos anunciará Xi, pero España debiera ser proactiva y hacer sus deberes asumiendo compromisos que reflejen cierta voluntad. Cuando el presidente Rajoy participó en el Foro 2017 en Beijing formulamos algunas sugerencias que ahora se reiteran. La primera, designar un Comisionado o delegado para la Franja y la Ruta que promueva y lidere las iniciativas relacionadas con el proyecto. La segunda, la creación de un grupo de reflexión estratégica plural e interdisciplinar que trace una hoja de ruta, identifique oportunidades y prioridades y proponga acciones. La tercera, la creación de una red de actores públicos y privados potencialmente interesados en la implicación en el proyecto. La cuarta, la creación de una comisión bilateral ad hoc con la parte china que analice en detalle las posibilidades de cooperación con una agenda de propuestas concretas.
Y un apunte más. Es importante seguir mejorando el conocimiento sobre China. Mucho perdemos cuando un máster de estudios chinos se ve abocado al cierre. Necesitamos un conocimiento de alta calidad y resultado de una visión propia, tanto cultural como geopolítica, que trascienda nuestro propio entorno europeo ni se enfeude al pensamiento anglosajón.
En los últimos años se ha ampliado notoriamente la cantera de especialistas e investigadores sobre China. Se necesitan políticas públicas y privadas para fortalecer ese músculo académico. El conocimiento es la premisa indispensable para que las políticas que habilitemos dispongan de perspectiva, rigor y cohesión. Mejor nos iría si aprendiéramos de las maneras de hacer de China en este aspecto.