De las luchas internacionales que se dieron a raíz de la Segunda Guerra Mundial, se funda la República Popular China en 1949, indudablemente un acontecimiento culminante en la historia del siglo XX. El que sigue siendo el país más poblado del planeta, estuvo en la vanguardia de las luchas por la independencia del yugo colonial demostrando ser un modelo para el entonces llamado Tercer Mundo. Hoy, con su exorbitante crecimiento económico y su régimen de producción, continúa como ejemplo para los países del llamado “Sur”, que buscan un modelo de desarrollo alternativo en la era post-Consenso de Washington y la Gran Recesión.
Según las Naciones Unidas, China ha sido uno de los países que más ha reducido el nivel de pobreza de su población. Y, mientras la actual crisis económica ha dejado a los países “desarrollados” con porcentajes de crecimiento negativo, la República Popular continúa con un crecimiento económico alrededor del 8% anual.
Aunque estas cifras siempre pueden estar sujetas a debate, no cabe la menor duda que el programa de estímulo del gobierno chino ha ayudado a reducir el impacto de la crisis en muchas de sus industrias. Mientras en EEUU la palabra socialismo es condenada, en China todavía tiene poder de uso, y la intervención del gobierno en la economía es herramienta aceptable para sacar al país de la recesión.
Igualmente, las cifras no cuentan toda la historia. El afán por un modelo de crecimiento apresurado hacia la modernización ha causado el rápido deterioro del medioambiente; ha desplazado al campesinado a buscar trabajo en las ciudades de la costa del Pacifico, rompiendo la estructura familiar tradicional (ya de por sí quebrantada por la política del hijo único); y las dinámicas internas del modelo económico han llevado a una concentración de riqueza que difícilmente resulte en su redistribución, si no es con fuerte intervención estatal.
Debido a las realidades de la Gran Recesión, el modelo de desarrollo chino –basado en producción para exportaciones—está ante un callejón sin salida. Es poco probable que el consumidor estadounidense, con grandes niveles de endeudamiento, vuelva a ser la locomotora del crecimiento económico global. Lo que deja a la República Popular sin alternativa y en búsqueda del crecimiento interno.
Lo que sí debemos tener en cuenta son los grandes cambios que esto implica para el sistema internacional. Muchos teóricos del capitalismo histórico argumentan que estamos en un cambio de hegemonía, en el cual el liderazgo de EEUU se ha estado debilitando a partir de los años 70 del siglo pasado, con los problemas de la estanflación que sufrimos entonces, particularmente por los problemas de sobreproducción del sistema capitalista.
Esto conllevó un giro de las elites occidentales hacia un modelo económico neoliberal para “liberar al capital” de restricciones gubernamentales y regresar al crecimiento económico experimentado durante la “época de oro” del capitalismo, después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero los niveles de crecimiento nunca fueron recuperados al mismo nivel de la postguerra y se buscó en la llamada “globalización” recuperar la rentabilidad en los países del “Sur”, con la explotación de su mano de obra barata y leyes laxas en torno al medioambiente.
Aquí la República Popular ha jugado un papel esencial, siendo las reformas económicas iniciadas por el líder chino Deng Xiaoping uno de los hitos predominantes para el capital internacional. La apertura del “Reino Central” significó una oportunidad para buscar nuevos niveles de rentabilidad en un mercado de más de un billón de personas. Aquí la clave residía en la explotación de la fuerza laboral, la más grande del mundo y educada en el sistema socialista, pero ahora en un método desregulado y capitalista, donde los derechos laborales alcanzados por la revolución fueron desvaneciendo ante las necesidades del mercado y el capital internacional.
Gracias a esto, China ha alcanzado niveles de crecimiento económico extraordinarios durante las pasadas décadas, siendo heredera de un régimen de exportación como modelo de desarrollo económico imitando a otros países del Este Asiático, pero acentuando sus contradicciones.
Mientras se ha creado una cadena de producción donde el resto de los países de la región exportan a China, ésta se ha convertido en la cadena de ensamblaje final de donde se exportan los bienes de consumo a EEUU y la Unión Europea. Este proceso se ha llevado a cabo mediante la explotación de la mano de obra barata china, la cual ha incrementado la competición entre los diferentes países de la región donde los trabajadores reciben salarios bajos por su alta productividad, sin atender sus necesidades básicas.
Este modelo de crecimiento basado en exportación parece haber llegado a sus límites. Ha dependido del crecimiento económico en EEUU y Europa, y con los grandes niveles de endeudamiento en el primero y el advenimiento de la Gran Recesión, es poco probable que la demanda por las importaciones del Este Asiático continúe a sus anteriores niveles. Lo cual significa que China intentará cambiar el enfoque de su economía enfrentando grandes dificultades en reconfigurar la producción de exportaciones hacia un incremento del consumo interno.
El plan de estímulo del gobierno central ha intentado conservar el crecimiento económico del país, mediante la inversión en la construcción de infraestructura y programas sociales, pero se cuestiona si esto es un intento por cambiar definitivamente el modelo de exportaciones o simplemente un esfuerzo por sostener el crecimiento en espera de mejores tiempos para la “globalización”.
El punto es que se vislumbran tiempos difíciles para el sistema capitalista, donde las políticas desacreditadas del neoliberalismo tendrán que redefinirse en la búsqueda del crecimiento, el bienestar social y la sostenibilidad. Esta realidad se topará con la reacción y las posiciones opuestas de las elites y oligarquías que se han beneficiado del modelo neoliberal, incluyendo aquellas en China que se han favorecido del proceso de apertura del mercado concentrando el capital en menos manos y gozan de un alto nivel de vida y control político dentro del Partido Comunista.
A nivel internacional los cambios son evidentes; como bien han señalado otros analistas, China es la única potencia con crecimiento durante la Gran Recesión, es el país con mayores reservas de divisas y por ende el mayor acreedor de la deuda de Estados Unidos. Si la reciente disputa entre EEUU y la República Popular por las tarifas impuestas a los neumáticos importados desde China, es un ejemplo de las contradicciones que se van develando entre los intereses nacionales y oligárquicos y la competición entre los trabajadores de ambos países, podríamos llegar a la conclusión de que estamos entrando en un periodo del capitalismo histórico en el cual la competencia se acrecentará y los conflictos internos del sistema se harán evidentes.