Como en tantas ocasiones en el pasado, quizás ahora, tras el tercer plenario del CC del PCCh, cabría preguntarse, una vez más, a donde va China o, más bien, si China sabe a donde va. La resolución que puso término a una reunión que a propia iniciativa activó el interés público por el hipotético nuevo rumbo del país se saldó con algunas certezas y no pocas incógnitas. Para variar. Sorprenden, a primera vista, dos cosas. Primera, la combinación de un enunciado relativamente orientativo pero vago. Segundo, la creación de un grupo especial para concebir y organizar los pasos a seguir, en detrimento de los órganos ordinarios del Partido.
En cuanto a los enunciados, el lenguaje usado, genérico y formal, no debe ser interpretado al margen de las filtraciones participadas en las semanas previas, que indican el tono y contenido que se irá desgranando en los próximos meses. La resolución dibuja el marco general y señala los contornos básicos del proceso que ahora se inicia: más mercado, más economía privada, menos intervención del gobierno, más facilidades a la inversión, reforma fiscal y financiera, etc., si bien en un contexto que no dilapida la trayectoria ni los fundamentos previos, es decir, el mantenimiento del criterio de la preponderancia de la propiedad pública, un aspecto, sin duda, relevante por más que se enuncie con la boca pequeña. Siendo tantos los aspectos a tener en cuenta en la reforma que se proyecta en el horizonte, es impensable que la resolución ofrezca una detallada hoja de ruta. Esta se irá desgranando poco a poco y probablemente alternando las medidas estructurales con otras cargadas de simbolismo.
Por la misma razón, carece de sentido esperar que en la resolución del cónclave figuren compromisos explícitos en materias tan mediatizadas pero complejas como el hukou, la propiedad de la tierra, las jubilaciones o el futuro de los monopolios estatales. En cualquier caso, habrá más espacio para el mercado, sin eliminar la planificación, y más derechos, especialmente en el orden socioeconómico con el propósito de incentivar la igualación de las condiciones de vida entre el campo y la ciudad. De no hacerse así, la sociedad de consumo será una falacia.
¿Rumbo imparable hacia el liberalismo? Es una hipótesis que no puede descartarse, pero por el momento China no cambia de locomotora, sino de vía. Hizo lo primero en 1978, cuando sustituyó la ideología por la economía como epicentro de la acción gubernamental y partidaria. Ese proyecto sigue en pie, si bien cambiando ahora de vía para abrir paso a un modelo de desarrollo que permita tomar velocidad y seguir creciendo a un ritmo alto en las próximas décadas, un crecimiento que debe aupar el país a la primacía económica global, por más que se precisen dos o tres décadas para que su inmensa población disfrute de una prosperidad asequible. No será un proceso fácil y estará marcado por la experimentación pero igualmente por las resistencias, las dudas y los temores de diverso tipo ya que se trata de avanzar por un camino inexplorado, rechazando, otra vez, copiar de terceros, tanteando el margen de maniobra que consideran aun existe para promover la apertura sin poner en peligro la naturaleza básica del proceso. El énfasis en la soberanía tendrá su correlato en un reforzamiento de la seguridad estatal para blindarse frente a los posibles derrapes inducidos por terceros competidores estratégicos en una etapa ciertamente crucial.
La creación –y la composición- del grupo central que debe incentivar el proceso, descargando de esta tarea al Buró Político, constituye una novedad. Puede revelar la envergadura de la tarea que se inicia o simplemente una forma de sortear las resistencias, incluso al máximo nivel, que seguro las habrá en la medida en que los cambios pueden engendrar temores y afectar a la posición de actores clave. De una u otra forma, si las reformas avanzan, el gobierno –y en consecuencia su alter ego, el PCCh- deberán perder poder. Lo triste de la ecuación sería que esa pérdida de capacidad beneficiara a los segmentos más poderosos y no a las mayorías sociales que realmente han sido y son los principales artífices del milagro chino. Pensar que solo cortando cabezas en la lucha contra la corrupción se va a mimetizar una nueva complicidad entre poder y sociedad es una quimera. Tampoco será suficiente el imperio de la ley si el Partido, a la hora de la verdad, se conduce por su propia ley, al margen de los demás mortales. Y esos temores no se disipan, tras asistir a un plenario hiperopaco, muy lejos de aquellas paredes de cristal que inspiran confianza en la ciudadanía y convierten en hechos las promesas de transparencia y alargamiento de la democracia. No ha sido así y a estas alturas no son maneras.
El escenario más probable es que las reformas venideras contribuyan a esa creciente homologación de la economía china a nivel internacional y faciliten los engarces pendientes, especialmente en el orden financiero, lo que llevará consigo una demanda creciente de representatividad en la gobernanza global. Pero, en paralelo, esa recuperación de la confianza incidirá en una revalidación del camino propio, tapizado con la ideología tradicional, el ideario partidario e incluso aquellos aspectos del pensamiento occidental que puedan contribuir a reforzar la estabilidad sin poner en peligro la supremacía del PCCh. En esto, las experimentaciones, con gaseosa.