No solo fuera, también dentro de China, existe la percepción de que la reforma política va muy a la zaga de lo esperado a resultas del XVII Congreso del PCCh y que es necesaria una mayor audacia para garantizar el dinamismo y la legitimidad del sistema.
Liu Yazhou, responsable de la formación de las elites militares en la Universidad de la Defensa Nacional, reclamaba recientemente reformas democráticas, advirtiendo del fracaso que asedia a cualquier sistema político que niegue a sus ciudadanos el derecho a expresarse libremente dando riendo suelta a su creatividad. Hu Xingdou, profesor de economía en el Instituto Tecnológico de Beijing, ha denunciado en una carta abierta dirigida al Presidente Hu Jintao la “muerte de la justicia social”, reclamando la reforma del sistema político para evitar que el proceso de modernización en curso acabe en un desastre.
Se detecta, pues, cierta impaciencia a propósito de la lentitud de las reformas políticas, en la seguridad y el temor de que la inacción puede conducir a la destrucción de las conquistas de las últimas décadas.
El criterio de que nada en China puede ser de la noche a la mañana ha alentado el concepto de “democracia incremental”, promovido por Yu Keping, subdirector del buró central de Traducción del PCCh, partidario de avances ocasionales en ciertos segmentos de la sociedad, alcanzando, paso a paso, mayores cotas de transparencia, de libertad y control público. Es, a día de hoy, la formulación con mayores posibilidades de éxito.
Es justo reconocer que ha habido algunos avances: las críticas son mejor toleradas, especialmente cuando se dirigen a los jefes locales; hay más libertad de expresión; se persigue la corrupción con mayor énfasis y contundencia; y algunos experimentos democráticos evidencian la persistencia de cierta preocupación por salir del inmovilismo; pero los asuntos clave (la independencia de la justicia o una mayor autonomía del legislativo, por ejemplo) siguen pendientes y en el entorno del poder no se aprecia el menor indicio de querer abordar en firme dichos asuntos. El papel dirigente del PCCh, garantía cierta del crecimiento anhelado, sigue inamovible, y cualquier nueva medida debe garantizar a toda costa que contribuye a su fortalecimiento. No obstante, aun manteniéndolo intocable, cabría alentar un proceso de mayor autonomización de ciertos poderes, si bien el temor a que ello derive en el abierto cuestionamiento de dicha hegemonía hace naufragar cualquier intento. El ansia de mayor democracia y la defensa a ultranza del monopolio partidario colisionan frontalmente paralizando la reforma en lo político.
En la visita cursada a la ciudad meridional de Shenzhen los días 20 y 21 de agosto, el primer ministro Wen Jiabao, a quien el disidente Yu Jie acusa de ser el mejor comediante de China, se sumó a ese estado de ánimo señalando que se debe impulsar la reestructuración económica y la política, invitando a garantizar los derechos democráticos y legítimos del pueblo, conminando a los ciudadanos a movilizarse y organizarse para participar en los asuntos estatales, económicos, sociales y culturales “de acuerdo con la ley”. Exigió, además, condiciones para que los ciudadanos puedan “criticar y controlar al gobierno”. Una vez más, Wen dio muestras de su olfato político y ciertamente entonó el discurso oportuno, aquel que la gente desea percibir en el poder. Pero si el primer ministro no avanza en esa linea, ¿quién lo hará? La verdad está en los hechos, dice una máxima bien conocida en China. Y los hechos son tozudos.
Shenzhen, reflejo de la combinación de logros económicos y estabilidad social, con una sociedad civil en apogeo, podría sentar las bases de esa reforma política cuyos contornos siguen siendo inciertos ya que el gobierno no ha dado a conocer previsiones al respecto ni existe una hoja de ruta. Distribución de ingresos, corrupción, democracia y ejercicio del gobierno son prioridades y en todas ellas podría avanzarse de forma progresiva.
Pero las aspiraciones de ciertos sectores sociales, y quizás también del poder, de una sustancial apertura política no se ven materializadas en la práctica. Las autoridades, y Wen Jiabao es su mejor expresión, juegan a un populismo que pretende suplir la exigencia de cambios estructurales con la exaltación de la moralidad y el buenismo. Sin un cambio integral de enfoque por parte del poder será dificil sustituir el actual paternalismo autoritario por esa participación activa y madura de la sociedad en los asuntos públicos que reclama Wen Jiabao.
¿Evidencia de discrepancias en la cumbre o reparto de papeles?Al reivindicar mayor apertura política, Wen Jiabao da otra vuelta de tuerca a un debate permanente que, como la marea, sube y baja en la agenda china. Se trata de pequeños gestos que juegan a la anticipación con el propósito de desactivar posibles crisis, pero que en modo alguno afectan, por el momento, a las concepciones básicas del ejercicio del poder en China.