El incidente surgido en Guangdong con el semanario Nanfang Zhoumo es bien indicativo de las tensiones que puede afrontar China en los años venideros. Lo es, sobre todo, porque refleja nuevas actitudes sociales frente a la imposición de la censura, expresadas con naturalidad, con decisión y con inteligencia.
Que la protesta se lleve a cabo en Guangdong no es anecdótico ni irrelevante. Se trata de una provincia líder en el proceso de reforma y apertura en China, responsable del 10% del PIB del gigante asiático, y actualmente afanada en la superación de una crisis derivada de su adscripción a un modelo de desarrollo agotado. Se trata de la misma provincia donde el año pasado, en Wukan, las protestas llevaron contra las cuerdas a las autoridades locales provocando su dimisión, siendo sustituidos por los líderes de la rebelión. Y donde el ala más liberal del PCCh experimentaba otras respuestas a los problemas estructurales de la reforma china.
A Guangdong viajó Deng Xiaoping cuando en 1992 quiso impulsar la reforma tras la crisis de Tiananmen (1989) que hacía temer por un freno a la modernización iniciada en 1978. Y a Guangdong viajó Xi Jinping el pasado diciembre, queriendo transmitir desde allí un mensaje semejante a favor de una movilización para lograr una mayor apertura y una mayor transparencia. El nuevo jefe del Partido en Guangdong es Hu Chunhua, afín a Hu Jintao, y a quien muchos señalan como sucesor del propio Xi. En suma, el cómo se resuelva esta crisis no es baladí. Xi dio a entender en Guangdong que no tenía las manos libres ni tampoco detalló contenido alguno de ese “avance” que le motiva. Deberá ser la sociedad, por tanto, quien paso a paso delimite y precise los contornos de dicha ambigüedad.
El caso de Guangdong tampoco es un hecho aislado. Se suma al cierre del portal del mensual Yanhuang Chunqiu, con sede en Beijing, una publicación ligada también al ala más liberal del PCCh, tras publicar un llamamiento para que se garanticen los derechos constitucionales, incluyendo la libertad de expresión y de reunión. El tanteo mutuo e intercambio de mensajes que se aprecia en esta gesticulación parece querer auscultar las sensaciones del nuevo equipo dirigente.
Existe coincidencia en el gobierno chino acerca del diagnóstico general del momento político del país: la reforma ha entrado en aguas profundas. No solo se trata de los efectos de la crisis global o del cambio en el modelo económico, sino de la necesidad de anticipar respuestas políticas nuevas. Pero no hay unanimidad en la concreción de las estrategias de salida. La radiografía de los cinco nuevos miembros incorporados al Comité Permanente del Buró Político en el congreso del PCCh del pasado noviembre apunta, por razones de edad, a cierta provisionalidad, circunstancia que podría restar capacidad de atrevimiento, especialmente cuando este se relaciona con las exigencias al uso de los países occidentales.
China vive inmersa en los últimos años en una acelerada explosión de la conflictividad, aunque gestionable. La mayor parte de las protestas están relacionadas con las expropiaciones de tierras, conflictos ambientales o laborales. Y todas ellas se desarrollan de forma aislada, sin conexión entre sí, sin capacidad, por tanto, para articularse en red lo que les aportaría una peligrosa dimensión cualitativa y transformadora. La naturaleza de esta protesta de Guangdong es diferente, pues es abiertamente política y su visibilidad y proyección global puede ser mayor.
Anteriores iniciativas que apuntaban a la articulación de cierta autonomía en los medios (como fue el caso del editorial conjunto de trece periódicos a propósito de la reforma del hukou en marzo de 2010) se saldaron con una de cal y otra de arena. Hubo represalias moderadas pero en diciembre pasado el gobierno reconoció la imperiosa necesidad de acelerar dicha reforma, aunque avanzará “ordenadamente”. El hukou o permiso de residencia es señalado como el principal factor de marginación de esas decenas de millones de inmigrantes rurales que hicieron posible el milagro chino.
Esta protesta de Guangdong evidencia que los medios locales, desde la base, intentan quebrar el muro de la censura en un entorno que revela las transformaciones derivadas del proceso de urbanización y del afianzamiento de una clase media que trasciende el hecho nominal de sus ingresos para afirmarse como un sujeto colectivo con demandas que plantean un nuevo modelo de relaciones con el poder.
El aumento del control sobre los periodistas díscolos y en general sobre los internautas chinos, aprobado recientemente por las autoridades con el claro objeto de someter a buen recaudo cualquier crítica, apunta en la dirección contraria y es reflejo igualmente de la escasa inventiva de unos dirigentes que dicen apostar por la sofisticación de la respuesta política a los desafíos del futuro mientras echan mano del más rancio de los métodos.
Cualquier evolución que se pretenda democrática no puede prescindir de una mayor libertad en los medios de comunicación. Pero incluso sin llegar tan lejos, si Xi Jinping aspira a que la población pueda crear en la sinceridad de su mensaje contra la corrupción, debe abrir más espacios a la libertad en los medios de comunicación. Para mejorar la gobernanza y superar la fragilidad política actual, se imponen otras actitudes más idóneas capaces de reflejar una relación madura con la sociedad.