La clave conceptual del actual tiempo político en China se resume en esta expresión pronunciada por el presidente Hu Jintao en su discurso del trigésimo aniversario de la reforma y apertura, celebrado en diciembre último. Bu zhe teng, de difícil traducción pero múltiple aplicación, equivale a no enredar las cosas, a sabiendas de que siempre podrían complicarse más. También tiene un sentido más profundo, relacionado con la necesidad de evitar caer en graves divergencias internas que, en momentos decisivos, han dilapidado recursos y energías sociales y estragado no pocas oportunidades históricas.
En las semanas previas a la apertura de las sesiones del legislativo chino, dirigentes del Estado, del gobierno y del partido han viajado a los cinco continentes para mostrar su firme voluntad de apertura y de asunción de responsabilidades globales. China ayudará a no complicar la crisis. El presidente Hu Jintao visitó Arabia Saudita y África (Malí, Senegal, Tanzania y Mauricio). El vicepresidente Xi Jinping se ha estrenado en América Latina con una amplia gira (México, Jamaica, Colombia, Venezuela, Brasil) que se ha completado con la del viceprimer ministro Hui Liangyu (Argentina, Ecuador, Barbados y Bahamas). Wen Jiabao ha recorrido Europa (incluyendo España). Desde la paralela diplomacia partidaria, diversas delegaciones han salido hacia el viejo continente y algunos países asiáticos. La fiebre viajera incorpora un mismo mensaje para todos: las tentaciones proteccionistas complicarán las cosas. Frente a la hipótesis de cierre de mercados y guerras financieras o comerciales, China se erige en adalid del libre comercio. En el alero queda la duda acerca de si esa perseverancia tendrá también una repercusión explícita en su política exterior general por cuanto, ante la gravedad de la crisis, China estaría dispuesta a “portar la bandera y encabezar la ola” asumiendo el ejercicio de un cierto liderazgo en la reivindicación internacional de algunas medidas para las que habría estado recabando apoyos. De hecho, finalizado este periplo casi universal, Beijing ha reivindicado de nuevo una mayor presencia de los países en desarrollo en los organismos mundiales. Y aunque China siempre ha hecho virtud de todo lo contrario, las circunstancias podrían obligarle a complementar su interdependencia con la economía global con una participación proporcional en los asuntos mundiales, aunque solo sea para evitar que una hipotética inhibición le empeore las cosas en casa. Ya no puede disimular su poder, como quizás le gustaría. Ni tampoco ignorar su dependencia del exterior.
En el orden interno, Bu zhe teng resume una indicación a toda la estructura estatal y partidaria para que obre con diligencia, pulcritud y esmero a la hora de afrontar los problemas, evitando que estos se agraven, y también una demanda a toda la sociedad para que acepte las dificultades y no las complique poniendo en peligro la estabilidad social, alentando los enfrentamientos y destruyendo la “armonía”. Todos los niveles del Partido y del gobierno han sido conminados a desarrollar sus funciones como modelos de conducta. Con la disidencia, mano dura implacable. Con los descontentos, mano izquierda para aplacar su ira, a sabiendas de que son muchas las causas que pueden invitar al extremismo. En paralelo a la prevención, incluyendo tanda de seminarios para los jefes policiales de todo el país, la habitual exaltación de los logros internos, la formulación de proyectos ilusionantes (desde la universalización de la seguridad social al anuncio de un primer acoplamiento espacial en 2010) y un reconocimiento internacional cada vez más claro de su protagonismo contribuirán a amagar las críticas y superar con éxito tan delicado momento.