La condena a cadena perpetua de Bo Xilai tiene todo el doble valor del escarmiento y el aviso a navegantes. Su juicio fue netamente diferente a otros casos relativamente recientes y similares (Chen Xitong en 1995 o Chen Liangyu en 2007, ambos miembros del Buró Político del PCCh). La transparencia en esta ocasión ha sido mayor y su desarrollo se ha conducido con una flexibilidad capaz de encajar las sorpresas. La primera de ellas, la actitud del propio Bo Xilai, claramente volcado en su defensa frente al acostumbrado reconocimiento de la culpabilidad y las muestras de arrepentimiento de los procesadps. Bo, sin amilanarse lo más mínimo, no pidió perdón y denunció las presiones a que se vio sometido para “confesar” sus crímenes.
La información de cuanto aconteció en la sala, fluida al principio, se dosificó con el curso de un proceso que inicialmente debía durar solo dos días y que al final se convirtieron en cinco, con el riesgo añadido de que la labia de Bo sembrara dudas respecto a las pruebas fabricadas con tanto afán y se ganara cierta simpatía de la opinión pública cautivando su atención con revelaciones propias, a veces, de una telenovela de sobremesa. Las autoridades han enfatizado el avance que supone esta escrupulosa observación del procedimiento, quizá para contrastar su empeño legalista con la ilegalidad de muchas actuaciones desarrolladas a instancias de Bo en Chongqing para poner freno a la criminalidad organizada. Y no solo.
En los últimos meses, los órganos de control disciplinario prepararon diligentemente y a conciencia las pruebas que le incriminaban contando con la colaboración tanto de su esposa como de su otrora lugarteniente Wang Lijun, a quienes Bo ridiculizó y responsabilizó en el juicio asumiendo únicamente errores de percepción. En el entorno de Zhou Yongkang, su principal valedor en el precedente Comité Permanente del Buró Político, la cima de las cimas, varias personas han sido neutralizadas y no falta quien vaticine su inminente caída en desgracia. También se han desarrollado en paralelo múltiples invocaciones a la responsabilidad en la Red, sinónimo de exigencia de moderación y autocensura, y detenido a presuntos responsables de difundir rumores falsos junto a cuestionamientos públicos de la moral de algunos blogueros críticos.
En un marco tan condicionado, es sabido que el desarrollo del proceso apenas puede tener alguna influencia efectiva sobre el veredicto del tribunal juzgador. Este debe aplicar la severidad preconizada y decidida por el partido que atribuyó a este juicio una voluntad ejemplarizante y disuasoria. Este afán debe imponerse en la dosis preceptiva pero no es lo más importante. No debiéramos pasar por alto que la actitud de Bo en el proceso le ha permitido preservar cierta dignidad ante quienes le apoyan, rechazando las acusaciones y argumentando su defensa con soltura y tranquilidad, sugiriendo así una voluntad de redención de difícil acomodo.
La justicia en China se enfrenta a una crisis de credibilidad profunda en virtud no tanto de su inevitable condición dependiente de las directrices y conveniencias del PCCh, en el que militan gran parte de sus magistrados, como de la secuencia de juicios falsos, errores y escándalos que han trascendido y que en los últimos meses motivan reiterados llamamientos a la recuperación de una ética extraviada y, también, la interposición de diques contra las interferencias de terceros. En plena vorágine de reformas, este juicio representaba una oportunidad para mostrar que es posible otra forma de hacer las cosas y recuperar imagen ante la ciudadanía, aunque en ningún momento se plantean cambios legales que sugieran su conformación como un poder independiente.
¿Supone la condena el final político de Bo Xilai? Conforme al canon chino, este se había anticipado ya cuando fue expulsado del PCCh en agosto del año pasado. Las posibilidades de rehabilitación son harto remotas, por no decir imposibles, en tanto nada sustancial cambie en el sistema político del país. Otra cosa es, sin embargo, que con su condena se ponga fin a las convicciones críticas con las actuales tendencias reformistas o a la contestación de las desigualdades sociales que Bo combatió con mayor eficiencia y capacidad inventiva durante su contradictoria gestión al frente del PCCh en Chongqing. Es más, se diría que su actitud en la sala envía un mensaje de aliento a sus partidarios. De la capacidad gubernamental para afrontar con éxito dichos retos dependerá en suma que su carisma se apague. No faltará quienes se empeñen en mantenerle en el candelero.