En China todo son excepciones, lo son su tamaño y su historia: el mayor anacronismo por tradición y proporciones. China no es la cultura más antigua, pero sí la más antigua continua hasta nuestros días. El sistema burocrático chino basado en la amalgama de confucianismo, legalismo (Han Feizi) y superstición ritual ha sido el sistema político más duradero de la historia de la humanidad. Más de 2000 años.
Hoy hay nuevas excepciones, un sistema abierto en lo económico y cerrado en lo político, Un experimento sociológico sin precedentes y sobretodo cada vez más en occidente, un dictadura exitosa, algo que se creía incompatible.
Algo ha cambiado desde la crisis financiera de Septiembre de 2008. China se siente más segura de sí misma y aunque eso lleva siendo una realidad desde hace unos años sólo ahora se permite demostrarlo en la arena de la política internacional.
Esto coincide con una crisis de confianza en occidente, también en buena parte por la crisis financiera, que ha puesto en duda el sistema capitalista y en parte precisamente por el aparente ‘éxito’ del expeditivo modelo chino, en constraste con la parálisis democrática que por ejemplo exhibe Obama con su reforma sanitaria.
La prensa ha sido el motor de esta burbuja, donde deberían estar poniendo en perspectiva el milagro económico con un análisis serio, más allá de los derechos humanos, sin embargo se están convirtiendo en correa de transmisión de la propaganda del partido.
En consecuencia el mensaje que está calando en el publico occidental es que Occidente lo está haciendo mal y China bien y que como hace pocos días exponía Thomas Friedman en el New York Times se está creando la opinión que ‘Cuando una autocracia es dirigida por un grupo de personas razonablemente ilustradas, puede tener grandes ventajas…’.
Es cierto que puede tener sus ventajas, y aquí las vamos a exponer, tan cierto como que el sólo hecho de ser una autocracia, y el espacio que no cubre el término ‘razonable’ (mucho menos que muy y sólo un poco más que poco), hacen que sus desventajas puedan ser mucho mayores, aunque un análisis superficial como el que hace el Señor Friedman no pueda detectarlas.
El éxito de China es patrimonio de los chinos, de su industriosidad, ingenio, tradición, inteligencia y extraordinaria capacidad de trabajo. Atribuirle el éxito en exclusiva al sistema es sólo un error común, pero pretender que como sistema sea una variante viable a la democracia es además peligroso.
El éxito de China se ha producido a pesar del sistema y no gracias a él. Lo extraordinario no es el milagro económico chino, lo extraordinario es que no llegase mucho antes.
Entonces ¿de quién es el crédito? Empecemos por la asunción general de que hay que atribuir al Partido Comunista Chino el milagro económico. Crédito que por lo menos el Partido Comunista se atribuye sin ambagues.
La Reforma Económica 1979-2009
En justicia hay que reconocerle al partido varios éxitos en el terreno macro-económico. La introducción gradual de las reformas económicas a través las Zonas Económicas Especiales, el modelo de las Sociedades Mixtas, y una política financiera muy conservadora, que ahora se ha visto reivindicada (aunque los bancos se sanearon gracias a la crisis del 97), y que ha permitido al país acumular la 3 trillones de dólares y tener un deuda externa de sólo el 13% de su PIB.
Con las Zonas Económicas especiales, la primera en Shenzhen y la segunda en Xiamen, no solo se experimentaron las reformas si no que su ubicación estaba pensada para atraer el capital de Hong Kong en el caso de Shenzhen, y de Taiwan en el caso de Xiamen. Así fue.
Las sociedades mixtas fueron el mecanismo para emparejar a los inversores extranjeros con socios locales. Un modelo que además de capital permitió la transferencia de ‘know-how’ al continente. La terca idiosincrasia local, la opacidad burocrática y la arbitrariedad legal hicieron de este sistema un perfecto pantano para los inversores extranjeros, en particular para los occidentales, que además de perder dinero ganaron unas canas.
Los fracasos fueron la norma, mucho más de lo que muchas empresas extranjeras estuvieron dispuestas a reconocer. El sistema fue una ruina para los inversores extranjeros y un invento genial para sus socios chinos, que una vez rota la relación quedaron con el capital y el know-how.
La crisis económica de 1997 expuso el gran volumen de malos créditos que arrastraban los bancos chinos, no por invertir en activos tóxicos, como es el caso ahora, si no por dar créditos a dedo, por orden del partido a amigos del partido. Puesta la casa en orden la crisis de 2008 les pilló mejor preparados que a la mayoría.
El partido identificó como prioridad absoluta el desarrollo de las infraestructuras y sistemáticamente ligó contratos millonarios con transferencia de ‘know-how’, mientras que por iniciativa propia los empresarios chinos hacían de la libre apropiación de la propiedad intelectual uno de los pilares de su expansión industrial.
La desregulación del mercado laboral y la inagotable reserva de mano de obra barata que proporcionaban 600 millones de campesinos hicieron el resto.
Primeros 30 años 1949-1979
Pero el Partido Comunista no lleva en el poder 30 años que es el periodo de reforma que recientemente se celebra, llevan en el poder los 60 años que el año pasado se celebraron con un gran desfile militar en la capital.
Una de las grandes virtudes del carácter chino, probablemente atribuible al confucianismo y su ‘Doctrina del Justo Medio’, (en palabras de Lin Yutang, La Religión del Sentido Común y el Espíritu de lo Razonable) es la ausencia de radicalismo religioso.
Tradicionalmente el chino no sintió la necesidad de identificarse con un credo religioso determinado en oposición a otro, provocando las guerras de religión que son comunes en otras partes del mundo. Sin embargo en estos 60 años las tres mayores calamidades que ha sufrido el país han sido fruto del radicalismo político provocado por el partido.
La Campaña Anti-derechista de los años 50, a raíz de la supresión del Movimiento de las Cien Flores, que supuso la persecución de medio millón de intelectuales no afines al régimen. El Gran Salto Adelante que provocó la hambruna que diezmó la población campesina, 30 millones de muertos, y la Revolución Cultural que llevó al país al borde de la guerra civil y provocó la eliminación completa de toda una generación de intelectuales y profesionales, y que mandó al país un par de generaciones para atrás en su desarrollo.
Cuando Mao murió en el año 76 y su muerte acabó con los desmanes de la Revolución Cultural China era, según las estadísticas de la ONU, uno de los 5 países más pobres del orbe.
No era ya sólo una situación desesperada en lo material. El país estaba en la más completa bancarrota moral e intelectual. Además se había destruido sistemáticamente el legado físico de su milenaria cultura.
Este era el balance que el Partido Comunista Chino podía exhibir después de 30 años de gestión incontestada del país. Una calamitosa tragedia en todas sus facetas. Un fracaso sin paliativos.
El Milagro Económico
Cuando Deng Xiaoping volvió al poder aplicó una receta elemental: introducir políticas de libre mercado. El valor de Deng Xiaping fue exhibir el más elemental sentido común en un contexto donde el tradicional sentido común y moderación confucianas yacían cadáveres entre los escombros de su hermosa arquitectura tradicional.
El motor de la Reforma fue la aplicación del modelo económico de libre mercado tradicionalmente asociado al capitalismo, con todas las excepciones que la misma situación desesperada que el partido había provocado requería y la necesidad de conservar el poder exigía.
El modelo de libre mercado, la propiedad privada, no son opciones del credo comunista sino simple y llanamente la negación de sus postulados fundamentales. Una sola frase de Deng, ‘no importa el color del gato, lo importante es que caze ratones’ dejó el ‘Invencible Pensamiento del Presidente Mao’ en la más perfecta irrelevancia.
Durante esos 30 primeros años el partido, y en particular Mao, no se propuso sencillamente aplicar un modelo socio-económico. El objetivo del partido fue cambiar la naturaleza de los chinos.
La naturaleza de los chinos dicta que son comerciantes naturales, trabajadores incansables, sacrificados ahorradores, con tradición en el préstamo con usura, habilidosos, pacientes y muy ingeniosos.
La diáspora china, muy temprana, expandida por todo el mundo y con sus fuertes vínculos culturales, exactamente igual que los judíos, provocaba que estuvieran mejor preparados que ningún otro pueblo para practicar el comercio internacional cuando aún no existía el crédito documental. Contar con una población tan vasta les daba las economías de escala que les permitiesen saltar de China al mundo, como está sucediendo hoy.
El milagro económico en China no se ha sustentado sólo en la mano de obra barata, la desregulación del mercado laboral y la libre apropiación de la propiedad intelectual, aunque estos han sido aspectos fundamentales. La razón del éxito y la garantía de que perdurará más allá de coyunturas económicas pasajeras es su idiosincrasia.
Y una de las facetas más importantes de la idiosincrasia del chino es que en su rígido esquema social el concepto del éxito es, sin ambigüedades, siempre material. Lo único que supedita al éxito material es el estatus que el mismo dinero proporciona. El disfrute que les proporciona la servidumbre y la hiperbólica adulación que el estatus en China conlleva es, con el juego, su mayor vicio.
Es por eso que el mayor logro del Partido Comunista en estos segundos 30 años ha sido retirarse de sus vidas lo suficiente como para que hiciesen con un grado ‘razonable’ de libertad lo que ya sabían hacer desde el principio de los tiempos: trabajar duro, ganar dinero y acumularlo. Si no lo hicieron antes es porque no les dejaron.
Si algo hizo el partido en esos 30 años que les preparara para lo que vendría a continuación fue fruto de su perseverancia en el error y que por eso es una colosal paradoja:
Al haber mantenido al país artificialmente pobre mientras el resto del mundo llegaba al zenit de su desarrollo industrial, convirtieron a su inmenso, paupérrimo y desregulado mercado laboral en el caballo de refresco del capitalismo.
Un matrimonio de conveniencia sin corsés ideológicos. En 30 años China ha aportado 100 millones más de trabajadores al mercado laboral mundial, abaratando todo lo que tocan, haciendo asequible una infinidad de productos que antes no lo eran y en el proceso, manteniendo bajos los salarios en todo el mundo.
China como modelo
Cuando Mao murió en el año 76, de un rápido análisis al mapa del mundo podía deducirse una generalización bastante ajustada a la realidad: ‘todos los chinos dentro de China, pobres, todos los chinos fuera de China, ricos’.
Porque si hay algo que en China ha sido siempre un obstáculo para su desarrollo es un fenómeno que es la perfecta definición de mafia: allí donde las relaciones familiares están por encima de la ley. En otras palabras, el nepotismo y la corrupción.
Ha sido un obstáculo para el desarrollo y el germen de un conflicto sin fin, entre otros el nacimiento de la Revolución Comunista. Pero allí donde la ley ha logrado superponerse a la inercia de sus vínculos familiares han prosperado exponencialmente. En la mayoría de los casos bajo sistemas legales anglosajones, como Canadá, Hong Kong y Singapur, o bajo fuerte influencia en el caso de Taiwan o Malasia. El chino de ultramar siempre ha prosperado y con diferencia hoy es la mayor inversión extranjera en el continente.
Si de triunfar al juego de Occidente se trataba les hubiese bastado con proporcionarles precisamente lo que aún no les han proporcionado: Un sistema legal ‘razonablemente’ limpio y eficaz hubiese sido suficiente para por lo menos hacerse merecedores de la etiqueta que el Señor Friedman les ha puesto: despotismo ilustrado.
El partido ha liberado a la mujer y además de generar riqueza la reparte mejor que en ningún otro momento de la historia del país. Sin embargo aunque nunca lo reconozca crea élites igual que el capitalismo, sólo que si en occidente quizás gobiernan por proxi en China copan las primeras butacas y el resto del anfiteatro.
La diferencia es que el modelo chino no deja huecos a la contestación, evitando que el pueblo se organice de su propio acuerdo. Por lo tanto no deja tampoco huecos al cambio pacífico. Los temores del partido padecen de ‘horror vacui’.
La otra diferencia fundamental es que en China el dinero, además de bienestar y poder, proporciona perfecta impunidad, que es la máxima expresión del clasismo.
El contrato social
El gobierno ha propuesto a la población un contrato social: sumisión a cambio de prosperidad y un grado ‘razonable’ de libertad. El pueblo lo ha aceptado. En parte porque en su proceso de maduración ahora prima la gloria colectiva por encima de la libertad individual y el gobierno explota ese sentimiento. Pero sobretodo porque el gobierno está cumpliendo su parte del contrato. El que no tiene también puede alimentarse con la versión china del ‘sueño americano’.
El país viaja en un avión con la velocidad de crucero de su ‘vibrante’ economía y si baja su velocidad tanto que no pueda cumplir su compromiso, el chino, negociante implacable y con la nueva consciencia de sus derechos que le ha dado la propiedad, reclamará su parte.
La parte de los gastos sociales: seguridad social, educación gratuita y subsidio de desempleo. De los derechos básicos: libertad de expresión y asociación. De ética institucional: respeto de las minorías y justicia para los desposeídos.
Para mantener la velocidad de crucero el gobierno ha soltado lastre de gastos que no sean inmediatamente productivos, justo los que definen a las sociedades de bienestar.
Es normal que el Señor Friedman vea menos diferencias con el modelo chino que un europeo porque en lo social es cierto que USA se parece más a China que Europa. Quizás le llegue como una sorpresa saber que en esa faceta ellos tampoco son un modelo.
La educación
Se gradúan decenas de miles de ingenieros mientras las ciencias sociales crecen podadas. El espíritu de la copia invade el mundo académico, el patriotismo barre la auto-crítica y la uniformidad ahoga la imaginación. Si empezasen mañana aún tardarían años en ajustar cuentas con su propia historia, pero aún no han empezado.
La propaganda funciona mejor por omisión. Existen grandes áreas grises que no se frecuentan, facultades que no se estimulan. El gobierno evita empezar debates que no sepa como van a acabar.
El adoctrinamiento no ejercita la reflexión. Del seguidismo no nace la creatividad ni la tolerancia. La educación está preñada de la necesidad de querer creer en la buena fe del Partido Comunista. El lenguaje oficial se expresa en un discurso muy básico y repetitivo que de habitual disiente de la realidad.
Ellos que fueron capaces de pensar un ideal utópico tan loable que mereciese el sacrificio de tantos no son hoy capaces de imaginar lo que podría ser de este país si definitivamente desistiesen de regimentar el espíritu de los chinos.
La enfermedad del pragmatismo
Todo lo que el término ‘razonablemente ilustrado’ abarca no incluye ninguno de los derechos que aquí hemos mencionado, pero sí da para dar de comer a 1300 millones de personas todos los días. El partido plantea esta cuestión disyuntivamente, no se puede tener ambos y ellos han desistido voluntariamente siquiera de intentarlo.
Es cierto que China es una realidad compleja. Sus cifras sacan de proporción cualquier comparación posible. Cualquiera que se acerca a esta cuestión , abrumado por su propio desconocimiento, invariablemente acaba por contagiarse de esa ‘maladie’ que aflije a todos los que quieren entenderla: el pragmatismo.
Se sorprenderian los chinos si supieran que ante la posibilidad de que China abrume al resto del mundo, además de con su trabajo y su acumen negociante, con la liberación de todo su potencial, el resto del mundo está encantado de practicar las virtudes del pragmatismo con su gobierno. Si además tienen dinero para gastar entonces el pragmatismo además es práctico.
El pragmatismo dicta que es ingenuo y quizás políticamente incorrecto imaginar otro futuro, aunque sea diciendo como dijo Gandhi a los británicos: ‘Hemos hecho mucho camino juntos y nos vamos a separar como amigos…’
La propaganda ha cumplido con éxito su tarea principal, llevar el debate a los extremos: ellos o el desastre. Tenemos en castellano un dicho que es la más fiel, y triste, expresión de aquel pragmatismo: ‘Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer’.
Quizás la mayor decepción haya sido que la revolución no cumpliese su promesa de igualdad y justicia con una alternativa viable al capitalismo, pero con lo que hoy conocemos ¿a alguien le puede sorprender?