China, el PCCh, Xi Jinping y el núcleo del poder

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

La sexta sesión plenaria del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh), celebrada en Beijing del 24 al 27 de Octubre de 2016, puso el broche en lo político a un año ciertamente intenso en el gigante asiático. Igualmente, marcó el inicio de la cuenta atrás para el XIX Congreso que tendrá lugar en el segundo semestre de 2017.

El dato políticamente más significativo de este encuentro fue la coronación de Xi Jinping como “núcleo” de la quinta generación de dirigentes del país, lo cual le confiere un estatus especial, si bien sus poderes no están definidos de forma clara en las normas del partido. Así, Xi, a partir de ahora, se conducirá por un conjunto diferente de reglas no escritas sin estar sujeto a los términos de otros, abriéndose incluso a opciones hasta hace poco impensables como la de ejercer un tercer mandato, alterando la tradición interna que en las últimas décadas ha contribuido de forma notable a preservar la unidad y el carácter predecible del Partido. Escenarios imprevisibles se han abierto.

La trayectoria de Xi Jinping al frente del PCCh, iniciada a finales de 2012, presenta una doble característica. De una parte, la insinuación permanente de la vital urgencia de afrontar numerosas reformas de cuyo éxito pende la culminación del proyecto modernizador, el futuro del Partido y de la propia China; de otra, el arrojo y coraje en su implementación exige un liderazgo fuerte a la cabeza del Partido y del país que él está más que dispuesto a asumir.

No obstante, la base de poder de Xi es aun embrionaria (su entorno de la infancia o su equipo de fieles en provincias como Zhejiang o Fujian) y ello puede influir en un hipotético retraso en el proceso de rotación del liderazgo que pudiera afectar a la sexta generación (cuya entrada se aplazaría hasta 2027) y la siguiente. Atendiendo a la “designación cruzada” que opera en la elección de líderes en China, a Xi correspondería un papel determinante en la designación de los máximos dirigentes para el periodo 2032-2042, cuya trayectoria se iniciaría a partir de 2017. El liderazgo que debiera sucederle a partir de 2022 tendría la impronta de su antecesor Hu Jintao (1) y Xi, en teoría, debiera respetarla. Hasta ahora, desde los años noventa se ha observado ese procedimiento.

Esa hipotética operación de enaltecimiento de la figura personal de Xi a través de su consideración como “núcleo”, visible ya en marzo en el curso de las sesiones anuales de la Asamblea Popular Nacional tanto en sus pronunciamientos favorables como en sus silencios, se acompaña de una clara tendencia recentralizadora y de posible ruptura de las reglas en detrimento del liderazgo colectivo y del consenso que, por otra parte, también se reivindicó en esta importante sesión plenaria, generando incertidumbre y preocupación. Como poco, la institucionalidad política china está en entredicho.

En sus cuatro años de mandato, Xi Jinping ha desgranado ejercicio a ejercicio un conjunto de múltiples reformas resumidas en la invitación a realizar el sueño chino y a plasmar los objetivos de los dos centenarios (del PCCh, en 2021, y de la RPCh, en 2049, es decir, construir una sociedad relativamente próspera, primero, y una economía avanzada y próspera, después).

Mediante la creación de una serie de grupos dirigentes especializados en áreas clave, todos ellos bajo su presidencia y mando directo, Xi Jinping ha proyectado y sistematizado su liderazgo personal y del Partido sobre asuntos habitualmente fuera de su competencia. Esa “repartidirización”, acompañada de un discutido renacer del culto a la personalidad que otros relacionan con la exigencia de un liderazgo fuerte en tiempos convulsos, ha venido afectando, en lo temático, a asuntos relacionados con la economía y las finanzas o la política exterior, pero extendiendo igualmente sus tentáculos a la Administración pública, el ejército, las organizaciones de masas, etc.  El Partido ha ganado considerable terreno en estos años en paralelo a un acusado proceso de concentración del poder en torno al secretario general. En ambos casos, tanto la relativa autonomía de los órganos del Estado y otros entes como el propio sistema de liderazgo colectivo se han resentido.

Cabe significar que el aludido culto a la personalidad se ha acompañado de la exigencia a los 88 millones de militantes de hablar con una sola voz, de secundar sin fisuras las posiciones oficiales del liderazgo y la autoridad del Comité Central, evitando las llamadas “discusiones indebidas” al tiempo que, paradójicamente, se alardea del fomento de la democracia en el seno del Partido con la garantía plena de los derechos democráticos de todos sus miembros. Esa democracia (ya la llamemos deliberativa, consultiva…) no sugiere en ningún caso una mayor vocación de aproximación a la democracia occidental, claramente descartada, sino una mayor autodisciplina y una gobernanza más estricta del Partido. En paralelo, el incipiente parlamentarismo chino, diseñado en torno a la Asamblea Popular Nacional y a los subsiguientes niveles territoriales, fue conminado a abordar las malas prácticas electorales. El espejo de este frente de la higiene política china fue la revocación de 45 del total de 102 representantes populares de la provincia norteña de Liaoning, acusados de compra de votos.

El rearme ético e ideológico

El rearme ético del PCCh se ha visto fortalecido con una intensa e inusual campaña contra la corrupción, contra “tigres” y “moscas”, que ha alcanzado todos los segmentos del Partido y del Estado. Cientos de miles de funcionarios han sido objeto de expediente y sanción. Ello se completó con campañas permanentes contra el derroche y la burocracia e inspecciones internas que han revestido un carácter sistemático, redundando en un fortalecimiento de la disciplina. La recuperación de las sesiones de crítica-crítica y el énfasis en la mejora de la conducta de todos los cuadros del Partido, empezando por los de nivel superior, ha modificado sensiblemente la atmosfera interna del PCCh.

Xi Jinping recuperó artículos de Mao relativos al funcionamiento interno del Partido, a sus métodos de trabajo, a la vigencia del centralismo democrático, etc., para garantizar la adopción de un “pensamiento único” a nivel interno. Xi no solo cita a Mao ampliamente sino que también peregrina a sitios revolucionarios importantes relacionados con la historia del Partido y enarbola la “línea de masas” (2) como fórmula idónea para mantener la ósmosis perfecta entre el Partido y la sociedad.

Cabe recordar que antes de las sesiones parlamentarias anuales, compareció en los principales medios de comunicación para exigirles lealtad al liderazgo, “apellidándose del Partido”, secundando sus puntos de vista y evitando cualquier fisura que cuestione la autoridad del Partido y su orientación.

Este proceso de rearme y control ideológico discurre en paralelo a la afirmación de la influencia de las tendencias neomaoístas. En febrero de 2015 se celebró una reunión secreta de dos días en Luoyang, Henan, en la que sus participantes instaron a derrocar el sistema actual. El ascenso de este flanco de izquierda está en el origen de los coqueteos ideológicos de Xi con el maoísmo, más intensos que en lustros precedentes. Muchos de los asistentes a ese encuentro fueron reprimidos de forma discreta pero el PCCh es consciente de que una parte de la sociedad china recela o disiente de la orientación general de la reforma y simpatiza con los postulados de justicia social y equidad que abanderan los neomaoístas.

Igualmente, la sexta sesión plenaria del Comité Central recuperó un concepto olvidado, el de los cuatro principios irrenunciables, ideado en su día por Deng Xiaoping para equilibrar las cuatro modernizaciones (agricultura, industria, defensa, ciencia y tecnología) y evitar que la reforma derivase en un cambio en la ruta al socialismo, al que ahora se llegaría dando un rodeo por el capitalismo. Esos cuatro principios: la perseverancia en la orientación socialista, la vigencia de la dictadura democrático-popular, el liderazgo del PCCh y la observación del marxismo-leninismo y el pensamiento Mao Zedong, desaparecidos durante años de la retórica del Partido, han regresado a primera línea en una nueva reivindicación del ideario del PCCh o, lo que es lo mismo, de los fundamentos últimos de su liderazgo y autoridad.

No exento de controversia

La celebración de las lianghui (dos sesiones parlamentarias) en marzo de 2016 estuvo precedida de una Carta Abierta dirigida al secretario general del PCCh conminándole a dimitir por los daños infligidos al Partido y la nación, ambos “llevados a una crisis sin precedentes”. Pudiera dudarse de la autenticidad de la carta y también, en otro caso, de la representatividad de sus autores, pero es incuestionable que la acción política de Xi Jinping en ámbitos como la lucha contra la corrupción o el combate a los intereses creados y muy presentes en sectores económicos epicentro de la reforma (las empresas estatales, por ejemplo) o en el poder territorial, ha podido generar no pocos enemigos.

Sin embargo, entre la opinión pública, la determinación de Xi en la lucha contra la corrupción, muy especialmente, goza de amplio apoyo. Desde el inicio de su mandato se presentó como un líder moderno, capaz de mezclarse entre la gente común, cercano a la sociedad. Eso le ha ayudado a legitimar su autoridad invocando esa conexión con las aspiraciones cívicas para encarar las resistencias en el aparato administrativo y político.

En el orden social, sin embargo, los problemas han crecido en estos años como consecuencia de la reestructuración industrial y el cambio en el modelo de desarrollo. Miles de trabajadores del sector público son objeto de despido, el impago de salarios está al orden del día y solo la inversión pública parece capaz de mantener la esperanza de conseguir los objetivos de crecimiento para el ejercicio y el quinquenio. En paralelo, el temor a una “revolución de color” ha multiplicado la represión de abogados y activistas de derechos humanos que encuentran en esta reconversión del sistema productivo causas y azares idóneos para contestar la supuesta bonhomía del proyecto transformador del PCCh.

Xi, mostrando su descontento con la marcha de las reformas en el ámbito económico, ha tratado de guardar distancias. Con tal excusa, su núcleo de asesores ha ganado terreno e influencia en este ámbito habitualmente atribuido al primer ministro Li Keqiang. Xi parece empeñado en tomar el control también de la política económica y ello podría suponer la reconducción del primer ministro en el próximo mandato para otra función.

En materia de seguridad y política exterior, Xi auspició primero una profunda reforma del Ejército Popular de Liberación, además de conducir la diplomacia china a una exhibición de mayor músculo y ambición, aspectos reflejados en las contestadas aguas del Mar de China meridional. La operación de limpieza del ejército sirvió para activar la fibra sensible del nacionalismo reportándole una sensible mejora de su capital político. En ese proceso, Xi acumuló también un nuevo título, el de “comandante en jefe”, que utilizara por última vez el mítico general Zhu De, entre 1949 y 1954. Xi quiere un ejército capaz de desafiar a EEUU y dispuesto a mejorar sus capacidades operativas y tecnológicas, susceptible de defender los “intereses vitales” del país, cada vez más visibles en su proceder diplomático.

El futuro del Partido y el Estado de derecho

En los cuatro años de mandato de Xi probablemente han caído en desgracia más altos funcionarios que en los más de 90 años de historia del Partido, incluyendo hasta 13 miembros suplentes del Comité Central. El periodo que ahora se abre es clave para su futuro político. Su determinación le ha permitido reforzar su autoridad y eso puede ayudarle a alterar normas cuya vigencia viene de lejos y que no pocos interpretan como garantía de una estabilidad que podría estar en peligro. De cara al XIX Congreso, la relevancia de los cambios personales a efectuar en la máxima dirigencia del país (en el Buró Político y en su Comité Permanente), sugieren tensiones y pugnas para ganar o conservar influencias en la redistribución de los puestos más importantes.

Cada paso será analizado atentamente. Los planes anunciados para revisar los líderes, el personal y las estructuras organizativas de la Liga de la Juventud Comunista, la facción de los tuanpai, afín a Hu Jintao, se asocian con la necesidad de consolidar su control sobre el Partido, desequilibrando rivales y podando redes clientelares ya se ubiquen en el aparato civil o castrense. En el otro vértice del triángulo, los afines a Jiang Zemin, de 90 años y oficialmente retirado en 2004, habrán observado con preocupación la decisión de considerar a Xi como “núcleo” de la dirección política ya que ello significa igualmente el final de Jiang, en su día considerado también “núcleo” de la cuarta generación. No puede haber dos núcleos en el Partido. Es Xi ahora quien tiene el poder de veto definitivo.

Todo ese proceso de afirmación del poder personal contrasta con la reivindicación de la norma frente al abuso de poder y la arbitrariedad (3), de una estricta gobernanza con fundamento en conjuntos de regulaciones que deben objetivar el proceso de toma de decisiones. Una regresión en este aspecto que vacíe de contenido estas aseveraciones o haga de ellas pura retórica en aras de un ejercicio más autocrático del poder y en detrimento de la capacidad colectiva para gobernar el país, difícilmente puede estandarizar la vida política y objetivar un sistema de gobernanza que institucionalice la autoridad del PCCh.

 

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China. Acaba de publicar “China Moderna” (Tibidabo ediciones).

CITAS

(1)  Ríos, Xulio. China pide paso, de Hu Jintao a Xi Jinping (Icaria, 2012).

(2)  La línea de masas es la arteria vital y la línea de trabajo fundamental del Partido, discurso 18 de junio de 2013. En Xi Jinping, La Gobernación y Administración de China, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing, 2014. Pág. 449

(3)  El poder debe ser enjaulado por el sistema, 22 de enero de 2013. Ibidem, 473.