A juzgar por el tono exhibido en el discurso del primer ministro Wen Jiabao en la sesión de apertura de la Asamblea Popular Nacional (APN), mientras el mundo desarrollado insiste en contraerse adoptando políticas de austeridad que no hacen sino agravar la crisis, China apuesta con decisión por la senda contraria. Así, el gobierno no duda siquiera en aumentar el déficit fiscal en 400.000 millones de yuanes, elevándolo a un total de 1,2 billones, con el objeto de encarar los desafíos estructurales que acechan su desarrollo, incluyendo el aumento del gasto social.
Wen Jiabao hizo balance del último lustro en su alocución, cinco años marcados por la necesidad de responder a la crisis financiera internacional, manteniendo el objetivo del crecimiento. El amplio retrato de las dificultades y carencias ilustra la magnitud de los desafíos que encaran los nuevos dirigentes chinos en una etapa que se aventura como crucial para garantizar la estabilidad.
Los objetivos económicos para el siguiente ejercicio se resumen en tres cifras principales: 7,5% (crecimiento), 3,5% (inflación), 4,6% (desempleo). Una cuarta, la decisión de aumentar el gasto de defensa en un 10,7%, con una caída de la tasa de crecimiento anual durante dos años consecutivos (el aumento fue del 12,7% en 2011 y del 11,2% en 2012), es una buena noticia a la vista de las numerosas tensiones regionales que sitúan a China en el epicentro de las disputas. Para enfriar los ánimos y abrir paso a la confianza, el anuncio debiera verse reforzado con la adopción de medidas complementarias que mejoren la transparencia.
El reparto de papeles se consuma sin apartarse un ápice del guión previsto (Li Keqiang, primer ministro; Zhang Dejiang, al frente de la APN; Yu Zhengsheng, presidiendo la Conferencia Consultiva…). Resta por saber quien asumirá la vicepresidencia del Estado. Tras su nombramiento como responsable de la Escuela Central del PCCh, todo indica que será Liu Yunshan, el quinto en la jerarquía.
Con el adiós de Hu Jintao y Wen Jiabao, las dos figuras principales que han marcado la última década, el nuevo tiempo viene definido, sobre todo, por tres elementos. En primer lugar, la equiparación de justicia y eficiencia tras décadas de menosprecio de la primera. En segundo lugar, una mayor energía a la hora de implementar los cambios, ahondando en la línea de reforma y apertura. En tercer lugar, a la vista de la crisis de los países desarrollados, la actual fase adquiere una gran importancia estratégica para consumar el objetivo de la modernización.
Xi Jinping, desde la jefatura del PCCh, del Estado y de la Comisión Central, dispondrá, desde el primer momento, de un margen de maniobra mayor que sus antecesores, con Jiang Zemin fuera de escena y un Hu Jintao adalid de la no interferencia y la afirmación de la institucionalidad.
Hace poco más de un siglo, imaginarse el actual estado de China habría supuesto una gran utopía, prácticamente irrealizable. A día de hoy, con sus luces y sus sombras, la utopía se acerca cada vez más a la realidad y China parece recuperar la senda de un desarrollo que le catapulta de nuevo a las posiciones centrales del sistema internacional.
Viéndoles dormir con naturalidad en cualquier esquina por más inverosímil que fuera, siempre he pensado que si algo no podía vencer un chino es el sueño. Ahora resulta que es el sueño lo que les despierta.