China y su «Juego de tronos»

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

Mientras la atención del mundo ha estado focalizada por meses en las elecciones de Estados Unidos, China vive una reconfiguración de su poder político doméstico de inmensas proporciones. El mismo, sin embargo, ha pasado a un discreto segundo plano. La naturaleza de este cambio entraña el paso de un liderazgo político colectivo a la concentración del poder en manos de un líder único.

            Por más de veinte años China ha estado gobernada de manera colectiva. Esa fue la fórmula escogida por Deng Xiaoping para evitar el surgimiento de un nuevo Mao, es decir de un líder autocrático. El Presidente de la República, quien además detenta los cargos de Secretario General del Partido Comunista y Presidente del Comité Militar Central, está llamado a ser no el decisor político fundamental sino tan sólo un articulador privilegiado de las diversas instancias de poder.

            Tales instancias emanan de las jerarquías partidistas, pero a la vez de unas Fuerzas Armadas inmensamente poderosas, de unas provincias que disfrutan de gran libertad de maniobra y de corporaciones estatales transformadas en centros autónomos de poder.  Todo ello en adición al poder paralelo del Primer Ministro, cuyo cargo que emana de las mismas fuentes partidistas que eligen al Presidente.

            Sin embargo, junto al poder institucionalizado encontramos al poder de las facciones. Cuatro agrupaciones políticas claramente identificadas pugnan por el control político al interior del partido: La Liga de la Juventud Comunista (por provenir muchos jerarcas de quienes en sus años mozos detentaron cargos dirigentes en ella); los tecnócratas (egresados de sus universidades de élite); la “pandilla” de Shanghái (integrada por quienes hicieron carrera política en esa ciudad) y los “príncipes” (hijos de jerarcas del partido).

            Dentro de este orden de cosas el poder efectivo del Presidente será tan amplio como su capacidad para articular con eficiencia las múltiples variables de un poder atomizado. El anterior Jefe del Estado Hu Jintao disfrutó de un poder relativamente modesto, en la medida en que nunca logró controlar las fuerzas centrífugas en juego. Su antecesor Jiang Zemin, por el contrario, dominó mucho más efectivamente dicho juego, ampliando por tanto su control político.

            El actual Presidente, Xi Jinping, parece haber llegado a la conclusión de que el liderazgo colectivo impuesto por Deng no es ya viable. En tal sentido, desencadenó un ambicioso proceso de concentración de poder que echa por tierra el modelo heredado y que revierte la naturaleza del poder político a los causes históricos tradicionales en China. Es decir, a la autocracia.

             Paso a paso, y utilizando como ariete político privilegiado su campaña contra la corrupción, está cercenando las bases de poder de las instancias institucionales y de las facciones partidistas. Para comenzar ha limitado el control en el manejo de la economía que institucionalmente corresponde al Primer Ministro. Para ello ha recurrido a lo que equivaldría a su Consejo de Asesores Económicos, el cual está asumiendo parcelas crecientes de las labores adscritas al Primer Ministro Li Keqiang.

            A la vez está doblegando el poder del Ejército de Liberación del Pueblo, nombre dado a las Fuerzas Armadas. No sólo cambió la estructura de comando de éste y achicó a su alto mando, sino que redujo su tamaño en trescientos mil efectivos. Esto mientras hace enjuiciar por corrupción a algunos de sus más importantes generales y mantiene en ascuas a su oficialidad. Otro tanto ocurre con las provincias. Las mismas adquirieron un inmenso poder económico en las últimas décadas, llegando a controlar el 71% del gasto público entre 2000 y 2014. Nuevamente su lucha contra la corrupción le ha permitido encarcelar a un alto número de funcionarios de distinto rango, subordinando de esta manera el poder provincial a las autoridades centrales. Lo mismo se repite a nivel de las empresas estatales, las cuales controlan el 40% de los activos industriales del país. También las facciones partidistas han sufrido el embate centralizador de  Xi Jinping, con particular referencia a la Liga de la Juventud Comunista, base de poder del Primer Ministro.

            Tres razones podrían encontrarse detrás de este proceso. La primera respondería a criterios de racionalidad económica. Sería muy difícil dar el ambicioso vuelco programado desde una economía exportadora hacia otra centrada en el consumo doméstico, a partir de los impulsos centrífugos heredados. La segunda se correspondería a consideraciones de legitimidad política. Superadas las etapas  en que el partido ejerció el control de la sociedad por vía de la violencia política (Mao) y del acceso a la prosperidad económica (fase iniciada por Deng), el predominio del partido se sustenta ahora en una narrativa que entusiasme al pueblo. Ello exige de la puesta en marcha de grandes proyectos y designios. Tampoco esto podría llevarse a cabo en medio de un poder atomizado.

            Finalmente podría tratarse de una vocación autocrática que se satisface a sí misma. Es decir, la búsqueda del poder por el poder mismo. Desde la muerte de Deng este último dejó de ser ejercido tras bambalinas (si bien Jiang Zemin siguió teniendo considerable influencia por algunos años). Bien pudiese ser que también en ese sentido Xi quisiera revertir el tiempo transcurrido desde aquel entonces, prolongando su control efectivo sobre el partido y el Estado más allá de su mandato. El culto a su imagen que estaría propiciando y el hecho de que aún no de señales de querer designar a un sucesor, como usualmente ha ocurrido antes de terminar el primer período, pudiesen ser señales reveladores en este sentido.