Cincuenta años de la Revolución Cultural: Mucho por saber

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

Se cumple medio siglo del inicio de la Revolución Cultural China (1966-1976). Su “bautizo” tiene como referencia el editorial del Diario del Ejército Popular de Liberación (EPL) del 18 de abril de 1966 que instaba a levantar “la gran enseña roja del pensamiento de Mao Zedong” y a participar activamente en la “Gran Revolución Cultural Proletaria”. Unas semanas más tarde, el Buró Político del Partido Comunista de China (PCCh) aprobaba la Circular del 16 de Mayo y el Renmin Ribao, diario oficial del Partido, se sumaba al slogan del Ejército Rojo comandado por Lin Biao. Faltaban apenas unas semanas para crear los destacamentos de los Guardias rojos que pondrían patas arriba, consecutivamente, el Partido, el Estado, la economía, la educación, la cultura y la sociedad chinas.

Los “diez años de disturbios”, así bautizados oficialmente por el PCCh, permitieron a Mao Zedong recuperar el poder, del que había sido desplazado tras el fracaso del Gran Salto Adelante (1959-1961), aplicando una violencia extrema contra los “seguidores de la vía capitalista” que habían traicionado los “ideales revolucionarios” del Partido. El tándem Mao-Lin Biao –artífice del conocido Libro Rojo- funcionó hasta la caída en desgracia de este último (1970), agravada tras el fallido golpe de Estado (1971) que desembocó en una muerte de dudosa verosimilitud e insuficientemente aclarada.

El PCCh cerró en 1991 su dictamen de la Revolución Cultural: una extralimitación de la lucha de clases que confundió “a los nuestros con los enemigos”, un golpe izquierdista contra lo que calificaban de restauración burguesa en ciernes bajo los auspicios de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, entre otros.

Mao, cuenta el pro soviético Wang Ming, uno de los líderes del PCCh hasta la Larga Marcha (1934), se ensañó sin piedad con buena parte de los principales dirigentes del Partido y del país. Casi el 80 por ciento de los miembros del Comité Central fueron víctimas en diversos grados de una violenta represión que en no pocos casos condujo a la muerte. En el IX Congreso (1969) solo fueron reelegidos el 32 por ciento del total de máximos dirigentes.

Según la versión oficial, las intenciones de Mao se orientaban a “prevenir la restauración del capitalismo, mantener la pureza del Partido y explorar un camino socialista propio de China”. Paradójicamente, hoy día, el secretario general del PCCh, Xi Jinping, alude expresa y reiteradamente a los dos últimos aspectos como señas de su mandato. Y en la vida política, como entonces, el recurso a los personajes y peripecias históricas de anteriores dinastías regresa a primera página para aludir a procesos y conflictos que perviven en el momento político presente. Tal es el caso del ensayo publicado recientemente en la web de la Comisión Central de Control Disciplinario que preside Wang Qishan, brazo derecho de Xi, en el que se vuelve la mirada a la China imperial para alertar sobre los peligros de la adulación y enfatizar las bondades de un asesoramiento honesto en lo que podría interpretarse como una velada crítica respecto al rumbo tomado por el PCCh en materia ideológica y el proceder del propio Xi.

El culto a la personalidad, centrado en la figura de Mao, condujo en aquel período a la “teoría de la cumbre” de Lin Biao (las palabras de Mao eran instrucciones supremas). Hoy parece resurgir cuando la aceptación de la crítica mengua incluso en los ámbitos internos de un PCCh que ha pasado a considerarlas “indebidas”. La débil capacidad mostrada para encajar las opiniones discrepantes se manifiesta en la exigencia de una lealtad sin matices al liderazgo (¿endiosado?) que amenaza con imponer la uniformidad absoluta en el pensamiento entre los cuadros y militantes.

Por otra parte, la concentración del poder máximo pudiera asemejarse a la “colocación de un individuo por encima de la organización” propio de aquella época. Y la obsesión por ser el “núcleo” de la actual generación de líderes, rubricada a cada paso con la publicación de los discursos y comentarios de Xi o las amenazas de romper con tradiciones instituidas en el liderazgo para evitar la reiteración de episodios de lucha fratricida (como la designación cruzada de sucesores o la rotación cada dos mandatos) llevan a algunos a revivir –y advertir- sobre los peligros del rumbo actual.

Mao dijo que en esta revolución hubo un treinta por ciento de errores y un setenta por cierto de aciertos. Deng convirtió ese resumen en el balance del maoísmo procurando extraer importantes lecciones para el futuro político del PCCh y de China: el valor de la experimentación y el rechazo del dogmatismo, la necesidad permanente de adaptación, el consenso como antídoto frente a las desbordantes luchas de poder, consolidación de una institucionalidad que facilite las transiciones…

Aunque no puede decirse ni mucho menos que China esté al borde de una nueva revolución cultural, el resurgir de cierto neo-maoísmo y el hipotético alejamiento del liderazgo del consenso no ofrecen buenos augurios. Las reformas socioeconómicas en curso pueden socavar las bases tradicionales del control del PCCh y ello podría conducir a un afán de fortalecimiento de la autoridad por vías complementarias de orden ideológico y político.

En este contexto, no cabe esperar conmemoraciones en este aniversario. El PCCh quiere pasar de largo sobre una etapa que le sonroja y le hace perder la cara ante la propia sociedad y el mundo. Pero el futuro de China tiene una deuda pendiente con ese pasado y exige el pleno restablecimiento de la memoria histórica. Queda mucho por saber.