La lucha contra la corrupción está al orden del día en China. Hay un esfuerzo innegable y de una dimensión superior a lo habitual, en medio de una campaña que durará el tiempo que dure, en principio otro semestre. Seguramente habrá quien aguarde a que el temporal amaine y que las cosas vuelvan a su estado “natural”. Muchas de las medidas son positivas, pero ¿cuál será su efectividad final? Y, en el fondo, ¿cuál es el mayor problema real en relación a la corrupción, su amplia densidad o el retroceso ético que la favorece? Las medidas normativas son necesarias, al igual que la transparencia y una mayor autonomía de los órganos disciplinarios y judiciales porque tienen un efecto clave, contribuyen a limitar la discrecionalidad del poder y por lo tanto favorecen una acción sostenida contra este fenómeno, mitigando la hipótesis que la asocia a una simple y oportuna coartada para asentar el liderazgo de los recién llegados. Es un paso positivo, pero probablemente no suficiente.
Establecer una tipificación normalizada de infracciones y sanciones y complementar dicho proceso, como es lógico, con un procedimiento claro, transparente e independiente, constituyen medidas lógicas y necesarias en la lucha contra la corrupción; pero no nos engañemos, la clave para un avance persistente y duradero radica en insistir en la prevención, a la que dichas normas ayudan, pero sobre todo requiere una fuerte inversión en ética.
Y el desastre ético en la China de hoy es, en gran medida, producto de una reforma que ha glorificado la ganancia, el beneficio y el lucro, entronizado el mercado y convertido en un simple imbécil a quien no se preocupa de aprovechar la ocasión para aumentar su patrimonio. El retroceso experimentado por China en este aspecto es lo que explica, a ojos de muchos, que la corrupción se sitúe, hoy día, por encima incluso de la existente en la China del KMT. No es de extrañar, pues, que las autoridades se lo tomen en serio a sabiendas del destino del KMT.
En la prevención se incluye el fomento de los impulsos morales, en muchos casos asociados al fomento de la religiosidad, política que se ha promovido desde el poder en los últimos años con esta y otras finalidades, especialmente el desarrollo de la caridad y la filantropía, actitudes supletorias de una justicia que se resiste.
Pero en realidad, lo que se precisa es una verdadera ética ciudadana y probablemente el mayor obstáculo con el que rivaliza, se quiera o no, es el endiosamiento del mercado. La corrupción en China tiene múltiples aristas. Es un problema ciertamente cultural pero también estructural. Cuando tanto se elogia el mercado y la idea añadida del crecimiento, de la acumulación, del consumismo y del individualismo como lógicos compañeros de viaje de la “competitividad” y la “eficiencia”, todo se resume en maximizar las ganancias. Lo demás no interesa e incluso la corrupción se llega a equiparar a un coste de transacción que se justifica como razón instrumental y utilitaria. Existe la plena certeza de que los comportamientos poco éticos son en gran medida inevitables y hasta necesarios para conseguir el éxito en los negocios. Si un soborno permite obtener más beneficios, la operación es eficiente. La corrupción, en suma, es un medio de maximización de beneficios. Está en el ADN de un sistema que tiende por naturaleza a ignorar el bien común.
La falta de ética ha sido uno de los factores determinantes que explica buena parte de los dramas que conocemos a diario como consecuencia de la crisis financiera y económica global. Pensar que el mercado es neutral, que sus leyes son naturales y buenas por esencia, que se trata solo un medio técnico para asignar recursos, es simplemente falso. No obstante, pese a ello, confiando en su bondad natural, el discurso en boga apela a eliminar las fronteras reglamentistas que lo disciplinan en función de su compromiso con el bienestar colectivo. El mercado requiere también de la ética. No debiera admitirse una eficiencia económica al margen de consideraciones éticas. Debe tener en cuenta el bien común, procurando equilibrios entre la eficiencia y la moral.
Para luchar contra la corrupción es indispensable la recuperación de la ética, pública e individual, moderar la apoteosis del mercado y matizar la subsiguiente desreglamentació. De no actuar en este orden, la campaña actual, como la anterior y las precedentes, se diluirán como un azucarillo sin llegar a alcanzar sus objetivos.
La corrupción no es solo un problema de los funcionarios, como a veces se deduce del tono de la campaña oficial que se lleva a cabo en China, es de toda la sociedad y bien visible en conductas y fenómenos relacionados con la educación, la salud, el medio ambiente, la seguridad laboral o la seguridad alimentaria.
La ética debiera ser jugar un rol tan “decisivo” como el mercado si queremos establecer diques estructurales contra la corrupción. De poco vale reivindicar la vigencia y utilidad de los valores socialistas centrales o resucitar de cuando en vez a Lei Feng y su ejemplo, si el concepto de riqueza se asocia en exclusiva al aumento de los beneficios, por más que se invoque a la persona como eje del desarrollo. El riesgo de pasar de un individuo al servicio del Estado a un individuo al servicio del mercado supone una hipoteca estructural. China precisa un nuevo discurso ético para luchar con eficacia contra la corrupción.