Dos sesiones, Conferencia Consultiva y Asamblea Nacional. Dos cargos clave a elegir, vicepresidente del Estado y primer viceprimer ministro. Dos asuntos principales en la agenda: bienestar social y democracia. Respecto a la democracia, una doble idea: acercarse a la ciudadanía exige reformar una administración obsoleta.
La reforma política de la que ahora se habla en China supone también dos procesos: primero, reforma administrativa (reorganización y reestructuración, promoción de nuevas generaciones), pero también innovación (representación del enorme colectivo de inmigrantes, mejora del ejercicio de los derechos cívicos). Será paso a paso, como siempre, experimentando primero y generalizando después, sin una teorización cerrada y sin un objetivo del todo definido, avanzando “cruzando el río sintiendo cada piedra bajo los pies”, al igual que hicieron con la reforma económica (solo 14 años después de iniciada se formuló el objetivo de construcción de una economía de mercado socialista). Veremos hasta donde alcanza en el horizonte de 2020 y si los límites que ahora se fijan pueden o no ser rebasados (al igual que la triple representatividad de Jiang Zemin puso en jaque los cuatro principios irrenunciables formulados por Deng Xiaoping). Quizás se trate solo de una estrategia, la de crear apariencias sin alterar la sustancia del sistema, o quizás se ha interiorizado ya la inviabilidad y los peligros de la actual asimetría entre la liberalización económica y el inmovilismo político.
La China de hoy afronta dos tipos principales de tensiones: las sociales, más abiertas y visibles, y las internas, en el seno del PCCh, apenas balbuceadas. Las primeras perseveran en medio de un auge económico que presenta cada vez más sombras. Los esfuerzos de las autoridades centrales por atajar esta situación no están obteniendo, por el momento, el resultado deseado. Por otra parte, ello genera una amplia insatisfacción en importantes sectores sociales y una preocupación lógica por si ello tiene su causa no en el irregular funcionamiento de la economía o en la insuficiente atención prestada a la dimensión ambiental o social de la reforma, sino en la inadecuación del sistema político, ampliamente enraizado en otro tiempo. Diferentes think tank del gobierno chino alertan sobre la importancia de adelantarse. Si esas tensiones persisten y trascienden la condición actual de múltiples episodios aislados e inconexos, cabe imaginar que el monolitismo que hoy presenta orgulloso el PCCh, lo suficientemente robusto como para opacar quiebras internas en aras de consumar el renacimiento del país, pudiera abrir paso a serias divisiones, como ya ocurrió en 1989.
Ese es el mayor riesgo que deberán afrontar los relevos de Hu Jintao y Wen Jiabao, llamados a dirigir los destinos de China hasta 2023 después del intensivo “curso de formación” de un lustro que ahora iniciarán. Para atajarlo, la Asamblea Popular Nacional deberá impulsar una reforma no solo del Estado y del gobierno sino también reflejar el cambio de actitud política del PCCh, quien deberá convencer de que su legítima búsqueda de lo genuino no deriva en un simple juego de apariencias. El mayor desafío será la credibilidad. Y también por partida doble: interna y externa.