El XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) transcurrió en Pekín del 18 al 24 de octubre en medio de una atmósfera marcada por la expectación ante las numerosas incógnitas que las especulaciones previas habían despertado. Y, finalmente, se diría que no defraudó.
Una síntesis en diez puntos
En su alocución de apertura de tres horas y media de duración, Xi Jinping dejó entrever desde el primer momento su clara voluntad de solemnizar el inicio de un nuevo tiempo político que llevaría su impronta personal, asociada al impulso necesario para culminar la modernización y la revitalización de la nación china, lo que al inicio de su mandato en 2012 definió como el “sueño chino”.
El primer punto destacado fue la teorización que hizo sobre el desplazamiento producido al identificar la contradicción principal que marca la evolución histórica del proceso de modernización. Según Xi, aquella ya no descansa en la incapacidad sistémica para satisfacer las demandas de la sociedad con un sistema productivo atrasado, sino que se fundamenta en el carácter desequilibrado e insuficiente del proceso de desarrollo impulsado en las tres últimas décadas. Se trata del primer cambio de este tipo en 36 años y es el inicio del tercer tiempo en el desarrollo de la China contemporánea.
Durante su intervención se pudo ver el esbozo del xiismo, o pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva época, entre cuyos componentes cabría señalar una filosofía del desarrollo centrada en el crecimiento orientado a corregir los excesos precedentes ya sea en materia de capacidades o desigualdades, la defensa de los valores socialistas, el liderazgo absoluto del PCCh sobre el Ejército, la comunidad de destino compartido de la humanidad, etcétera. En 1945, el pensamiento de Mao se estableció como ideología rectora del Partido; desde entonces, ningún otro “pensamiento” había connotado el corpus ideológico del PCCh.
El rechazo a la adopción mimética de sistemas políticos extranjeros y la revalidación de la apuesta por una vía propia, como tercer punto destacable. Todo ello acompañado de la promoción de su propia voz en el ámbito ideológico global sin concesiones esenciales, aun cuando se insista en formulaciones como el Estado de derecho o en la gobernación integral conforme a la ley. El modelo de gobernabilidad chino se afianza con un catálogo de cualidades y ventajas para enfatizar que la legitimidad política se construye sobre la competencia y la experiencia. En tal sentido, más allá de anuncios como la eliminación de prácticas como el shuanggui (un modus operandi irregular aplicado en las investigaciones internas del PCCh), pocos avances se pueden esperar en materia de derechos individuales.
La construcción política del PCCh discurrirá por la senda de la lucha contra la corrupción y la moralización de la militancia, apelada a cumplir a rajatabla las misiones del Partido, acentuando valores como la disciplina, la fidelidad y la lealtad. Xi significó la importancia de asegurar la dirección del Partido en todas las áreas sin menoscabo de una evolución de sus propias estructuras y mecanismos que tanto harán guiños al maoísmo como explorarán vías innovadoras que sugieran una actualización de su mandato y formas de gobernanza.
Una mayor fusión del Partido y del Estado hasta el punto de convertir al PCCh en una especie de “partido estatal” sin complejos. El Partido no solo lo dirige todo sino que además promueve avances en la fusión de órganos dentro del mismo y del Estado. El debate sobre la separación Estado-Partido pasó a mejor vida.
Otro punto destacable fue el que mostró el afán de lograr “una China rica y poderosa”. Para lo primero, Xi apostó por un plan en dos etapas con el doble horizonte de 2035 y 2050 para configurar una sociedad modestamente acomodada y con una mejor calidad de vida. En el segundo aspecto, cabe resaltar las alusiones a una transformación completa del Ejército Popular de Liberación que deberán convertirse en unas fuerzas armadas de primer orden mundial a mediados del siglo XXI.
Una China “bella”, con mayor atención a la cuestión ambiental que se materializará en la creación de nuevas agencias reguladoras responsables de administrar los recursos naturales y supervisar los ecosistemas.
En lo económico, Xi instó a desarrollar nuevos métodos para mejorar la macrorregulación sistémica, sugiriendo tanto abrir más sectores a la inversión extranjera –adopción de una lista negativa- como instar por enésima vez una reforma a fondo de las empresas de propiedad estatal, incentivando tanto la propiedad mixta como la conversión a la par de estas empresas en “más fuertes, mejores y más grandes”. La clave de bóveda permanece: pasar de una etapa de crecimiento acelerado a otra de un desarrollo de alta calidad.
En la política exterior, reiterando la renuncia a cualquier vocación hegemónica o expansiva, confirmó la intención de perseguir una creciente influencia mundial abundando en las altas expectativas derivadas de su implicación en los asuntos globales con un perfil propio y más comprometido con la defensa de los intereses nacionales.
La inclusión en los Estatutos del Partido de las consignas esenciales que marcaron su primer mandato: desde la reforma del Ejército a la visión de la gobernanza, la Franja y la Ruta, la reforma industrial del lado de la oferta o el papel decisivo del mercado en la asignación de recursos, todo un amplio catálogo de ideas que abundan en esa dimensión integral de las reformas auspiciadas.
En resumidas cuentas, Xi presentó en el XIX Congreso del PCCh una visión claramente confiada en la pronta recuperación para China de la prosperidad y de su papel central en el mundo, lo cual representa el advenimiento de una “nueva era” (concepto utilizado hasta 36 veces en el discurso), trazando los ejes de la agenda y las estrategias para los próximos 30 años.
El perfil del Comité Permanente del Buró Político (CPBP)
Además de Xi Jinping y Li Keqiang, en el nuevo CPBP ingresaron: Li Zhanshu (nacido en 1950), Wang Yang (1955), Wang Huning (1955), Zhao Leji (1957) y Han Zheng (1954), siguiendo el orden de jerarquía. De las dos figuras ascendentes en el Olimpo chino, Sun Zhengcai ya fue defenestrado con anterioridad; mientras que Hu Chunhua no accedió al sanedrín aunque sí permanece en el Buró Político. Hu fue relevado al frente del PCCh en Guangdong y no se le conoce nuevo destino. El protegido de Xi, Chen Miner accedió al Buró Político.
Siguiendo las normas del partido en cuanto a la edad de jubilación, de los cinco nuevos miembros incorporados al CPBP ninguno de ellos podría suceder a Xi (64 años) como líder del Partido en 2022. Se abre entonces la posibilidad de que cumpla un inusual tercer mandato y es más que probable que nombre a su propio sucesor, poniendo fin a la designación cruzada respetada por sus predecesores. Precisamente, por razones de edad, al final, su firme aliado Wang Qishan no fue elegido para el Comité Central del PCCh.
El primer ministro, Li Keqiang, número dos del Partido, confirmó su posición y es probable que el próximo mes de marzo revalide su cargo al frente del Consejo de Estado. Tanto Li Keqiang como Wang Yang tienen relaciones de afinidad con Hu Jintao. Por el contrario, tanto Li Zhanshu como Zhao Leji, son firmes aliados de Xi. Wang Huning, es un ideólogo fiel, que ha servido tanto a Jiang Zemin como a Hu Jintao o al propio Xi. Han Zheng, inicialmente próximo de Jiang Zemin, hoy se situaría claramente del lado del presidente. Li Zhanshu podría asumir en marzo la presidencia de la Asamblea Popular Nacional y abrir camino a la revisión constitucional del límite de dos mandatos presidenciales. Por su parte, Wang Yang asumiría la presidencia de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. Zhao Leji, al frente de la comisión de disciplina, tendrá en el punto de mira a los hipotéticos rivales de Xi como hizo su antecesor Wang Qishan. Han Zheng ejercerá como viceprimer ministro.
En el Buró Político, Xi controla a más de la mitad de sus 25 integrantes, incluida la representación castrense encarnada por los generales Xu Qiliang y Zhang Youxia.
Consecuencias en diversos frentes
En el XIX Congreso, Xi trazó el programa de acción para convertir a China en una potencia económica y militar de primer orden con el horizonte temporal de 2050. Hagámonos a la idea de una China que en los próximos años utilizará todos los medios a su alcance para ganar influencia mundial manteniéndose firme en sus reclamaciones territoriales y de todo tipo. La fortaleza será una nota característica de la China de Xi.
Más allá de su valor intrínseco, la inclusión del pensamiento de Xi en los estatutos del PCCh representa un dato importante. Primero por la elección de la palabra “pensamiento” frente a otras opciones menos relevantes (teoría, concepto, etc.) también barajadas previamente, situándole a la par de Mao también en la inclusión mientras estaba en ejercicio. En el caso de Deng Xiaoping (su “teoría” del socialismo con peculiaridades chinas), la referencia nominal fue agregada después de su muerte en 1997.
Designado hace un año como “núcleo” de la dirección del PCCh, el cuadro general resultante señala que Xi podría buscar retener el poder más allá del habitual segundo mandato de cinco años.
Xi no solo logró el equilibrio entre los principales clanes sino que sobre todo impuso su disolución exigiendo una unidad basada en la lealtad a su proyecto aunque al precio de abrir una brecha en las reglas. El balance del Congreso le permite ganar estatura histórica, situándose a la par de los grandes líderes. No obstante, asume riesgos al hacer zozobrar los mecanismos que en décadas recientes aportaron ciertas garantías de estabilidad en procesos delicados como la transferencia de poder. Xi abandona el consenso y la colegialidad y al concentrar el poder retrotrae el PCCh a la dinámica de un liderazgo personal y carismático.
En su opinión, la colegialidad de lustros anteriores había debilitado la capacidad del PCCh para enfrentarse a sus propios desafíos multiplicando los riesgos ante el creciente peso de los intereses creados. Es por ello que la revolución en el seno del PCCh va a continuar. La obsesión por la integridad condicionará el segundo mandato como lo hizo durante el primero, aunque con el reto de la institucionalización de los mecanismos estructurales. La posibilidad de resistencia interna a Xi es remota.
Los años por venir son muy importantes para el PCCh. En 2018 se celebrará el 40 aniversario de la adopción de la política de reforma y apertura y en 2021 el primer centenario del PCCh. Para entonces, la sociedad acomodada debe ser una realidad, amén de alcanzar los objetivos de duplicar el PIB y el PIB per cápita en relación a 2010. Abordar la desigualdad social –no solo la erradicación de la pobreza- representa una vacuna contra el peligro de la agitación y el cuestionamiento del poder del PCCh pero es también una necesidad para consolidar las expectativas de una clase media que ansía un mayor bienestar.
En lo económico, algunos pueden esperar que Xi acometa en su segundo mandato unas reformas más audaces, especialmente en las empresas estatales y alentando el papel del mercado. No obstante, no debieran hacerse muchas ilusiones. Las reformas avanzarán pero sin poner en peligro la autoridad del PCCh sobre el sector público. Xi cree que la pérdida del control de la economía puede acabar con la hegemonía del PCCh y se asegurará de disponer de una sólida base propia, significativa y estratégica aunque el papel de las empresas estatales se reduzca en importancia en los próximos años.
Pese a los avances enumerados y la ambiciosa hoja de ruta trazada, no se debe pasar por alto que China aún se ubica en la posición 93 a nivel mundial en términos de PIB per cápita (8.260 dólares). La disparidad entre zonas rurales y urbanas sigue siendo grande: en 2016, el ingreso disponible per cápita de los residentes rurales fue de 12.363 yuanes frente a los 33.616 de los residentes urbanos. La tasa de urbanización es del 57,35% cuando en los países desarrollados el promedio alcanza el 80%. China ha avanzado mucho pero todavía le falta transitar un tramo complejo y delicado.
En suma, Xi logró en este Congreso imponer su propia marca, a sus hombres de confianza y esbozar la hoja de ruta para culminar su sueño chino, el de una nación que con un poco más de esfuerzo puede volver, dos siglos después de las Guerras del Opio, a ascender a la cima mundial. China, de nuevo, piensa Xi ocupando su legítimo lugar como líder del mundo.