La ruta que conduce al XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) ha recorrido ya sus dos principales estaciones. La primera, centrada en la definición del epicentro temático de dicho cónclave, se cubrió el pasado 23 de julio. Entonces, ante los más altos funcionarios del Partido y del Estado, Hu Jintao evocó las ideas clave que presidirán el evento. Dos deben destacarse. Primera, el énfasis en el logro de una mayor equidad social ante el avance imparable de las desigualdades y la ampliación de la brecha de ingresos entre su población. Sin este cambio no solo peligra la estabilidad sino también el objetivo de consolidar una sociedad de consumo y cambiar el modelo de desarrollo. Segunda, la insistencia en una reforma del sistema político capaz de ampliar derechos sin menoscabar la hegemonía del PCCh, lo que para muchos equivale a poco menos que la cuadratura del círculo. No son nuevas estas manifestaciones. Tampoco avanzó compromisos concretos.
La segunda parada se llevó a cabo en la primera semana de agosto en el balneario de Beidahe, cerca de Beijing. Aquí se consensuarían los nombres de quienes encarnarán el relevo de la quinta generación en torno a las dos figuras ya conocidas, Xi Jinping y Li Keqiang. Junto a ellos, en el máximo sanedrín del PCCh, el Comité Permanente del Buró Político, podrían figurar, entre otros, los actuales jefes del partido en Guangdong (Wang Yang), en Chongqing (Zhang Dejiang, sustituto de Bo Xilai) y en Tianjin (Zhang Gaoli). Se da por segura la presencia de Wang Qishan, viceprimer ministro, y Li Yuanchao, jefe de la comisión de organización del PCCh. Entre los elegidos podrían figurar también una mujer, Liu Yandong, socióloga y candidata a presidir la Conferencia Consultiva, Liu Yunshan, el jefe de propaganda, Meng Jianzhu, responsable de seguridad pública, y el jefe del partido en Shanghái, Yu Zhengsheng. La batalla de las principales influencias se centraría entre los fieles a Hu Jintao (Li Keqiang, Wang Yang, Li Yuanchao) y los próximos a Jiang Zemin (Zhang Dejiang, Meng Jianzhu, Wang Qishan), mientras los demás reflejan posiciones más ambivalentes. Xi Jinping estaría más próximo a Jiang que a Hu y tendría a su favor la condición de príncipe rojo y buenas conexiones con el ejército. Entre los más reformistas habría que situar a Li Keqiang, Li Yuanchao y Wang Yang. Liu Yunshan o Zhang Dejiang militarían en sus antípodas.
¿Todo sobre raíles? El retrato final de dicho órgano revelará el grado de dominio alcanzado por Hu Jintao en el aparato del PCCh tras una década de ejercicio. Muchos le han acusado de ser un líder flojo, más centrado en la gestión de los consensos que en conformar una base de poder que pueda trascenderle. No es el caso de Jiang Zemin, su antecesor, quien diez años después de abandonar el cargo, sigue moviendo sus hilos entre bambalinas para garantizar la presencia del clan de Shanghái, en buena medida con el auxilio de quien fuera vicepresidente en el primer mandato de Hu Jintao, Zeng Qinghong, también jubilado. El balance final va a depender en buena medida del número de miembros del Comité Permanente. Actualmente son 9, pero podrían bajar a 7 o aumentar a 11. Por otra parte, el segundo tiempo de esta partida se jugará en marzo de 2013. Será entonces cuando podremos comprobar si se mantiene el actual modelo de concentración de todos los poderes (secretaría general del PCCh, Presidencia del Estado y de la Comisión Militar Central), sugerido tras la crisis de Tiananmen pero sin mandato escrito que lo refrende.
Frente a los signos de moderación del crecimiento y algunas acusaciones de tibieza y falta de coraje en las decisiones económicas, Hu y Wen Jiabao intentan presentar un balance positivo de su gestión, globalmente convincente a pesar de transmitir la sensación de no haber cuajado del todo. En efecto, si bien es cierto que ha señalado los principales ejes del cambio que China debe afrontar en los próximos años (modelo de desarrollo, justicia social, democratización, impulso unificador y diplomacia más incisiva), es verdad que en todos ellos se han registrado, por lo general, avances calificables de insuficientes. En su defensa cabe argüir el haber lidiado en su segundo mandato con los impactos de una crisis económica global a la que no se ve final y lo complejo de las transformaciones en curso cuya implementación exigen un lapso histórico no inferior a otra década para ofrecer resultados apreciables.
Sea como fuere, con nuevos dirigentes y nueva agenda, todo parece indicar que los objetivos esenciales permanecerán. No habrá desvíos. El proyecto iniciado en 1978 de la mano de Deng Xiaoping, con sus altibajos y claroscuros, a punto de alcanzar algunas de sus metas más significativas, está cada vez más cerca. Ello sugiere doblar las cautelas y lo harán, incluyendo el cierre de filas. Las amenazas aumentarán en grado proporcional, pero sería errado pensar que los problemas más graves vendrán de fuera pues es dentro donde se ubican los principales peligros: la situación social y la fosilización de su sistema institucional.