En un par de semanas, China estrenará el Año del Gallo. Todo parece indicar que será un año generoso en complejidad y riesgos. En el orden interno, en lo económico seguirán las reformas estructurales con las dificultades habituales pero, probablemente, la reducción de la contaminación seguirá subiendo peldaños en la agenda a la vista de lo calamitoso de la situación y su impacto en un malestar ciudadano que podría acabar dirigiendo sus dardos contra las autoridades.
El contexto internacional, pletórico de incertidumbres, no será de mucha ayuda en la gestión de los desafíos económicos del gigante asiático. Tendrá que hacer frente a importantes presiones comerciales y financieras. El objetivo de crecimiento será similar al de 2016, indispensable para garantizar el objetivo de duplicar en 2020 el PIB y el ingreso per cápita correspondientes a 2010.
Es en lo político, no obstante, donde se concentrarán las miradas con el horizonte del XIX Congreso del Partido Comunista, a celebrar en otoño. La reciente advertencia contra el fraude en la elección de delegados a dicho cónclave apunta a la lucha contra la corrupción pero igualmente constituye un aviso contra los “conspiradores” que en palabras de Xi Jinping “forman camarillas con objetivos espurios”. El reconocimiento de Xi como “núcleo” del liderazgo chino apunta a la consolidación de su poder y el congreso será el escaparate de dicho objetivo. Sus rivales no se lo pondrán fácil y la amenaza de sobresaltos en los próximos meses está más que justificada.
La consigna fundamental del PCCh para este año apunta a priorizar la estabilidad en todos los órdenes ante el temor de que la situación se le pueda torcer. Las múltiples disidencias intentarán salir a flote aprovechando la significación política del ejercicio.
En el orden global, cabe esperar de China, en primer lugar, una profundización de su proyección a todos los niveles, desde las inversiones a la implicación en la gobernanza global para legitimar ante la propia sociedad esa idea de una importancia cada vez mayor en la gestión de lo internacional. Sin duda, la domesticación de los arrebatos del nuevo presidente estadounidense formará parte de la agenda y no faltarán contratiempos con los que deberá contemporizar. En paralelo, la preservación e impulso de los proyectos diseñados para ganar influencia global, desde los BRICS a la Franja y la Ruta y los demás acrónimos que le permiten gestionar buena parte de su red de intereses regionales y globales vivirá un año clave.
El mayor riesgo, sin duda, lo constituye un descontrol de la situación en el Estrecho que puede ganar protagonismo frente a las tensiones en el Mar de China meridional ahora que Filipinas cambió de bando y Vietnam encara la negociación bilateral con relativas esperanzas de arreglo. Nunca será exagerada una alerta sobre la significación del problema de Taiwan en el imaginario político chino.