El caso Bo Xilai

In Análisis, Sistema político by PSTBS12378sxedeOPCH

Su historia no podía tener otro final. Desde la mastodóntica Chongqing planteó otras respuestas al discurso favorito de Hu Jintao. En la lucha contra la corrupción, bajó a los infiernos para plantar cara a las poderosas triadas. En el combate contra las desigualdades, promovió un estilo propio no solo con fuertes inversiones públicas sino instando el empoderamiento de los colectivos laborales y sociales. En el plano ideológico descartó la deriva confuciana y recuperó la cultura roja. Bo demostraba que los mismos problemas que enfrentaba la dirección central podían tener otras respuestas, a veces incluso más eficaces y contundentes y no necesariamente más opacas.

Le avalaba la trayectoria familiar (Bo Yibo, su padre, fue uno de los “ocho inmortales” de la revolución china) lo que le convertía de facto en un “príncipe rojo” y también una carrera política que desarrolló en el gobierno de Liaoning y en Dalian, referentes del amplio peso del sector público, además del gobierno central al frente del ministerio de comercio exterior. Tras el congreso del PCCh de 2007, Hu Jintao le encomendó la transformación de Chongqing en el pulmón del centro-oeste de China, las provincias y regiones de mayor crecimiento del país. Esta megalópolis de casi 40 millones de habitantes debía ser el polo económico de todo ese amplio interior del país y modelo en la integración del mundo urbano y rural.

Bo Xilai promovió en Chongqing un liderazgo cercano a la población, reformulando la imagen de la ciudad con nuevos enfoques del desarrollo local condimentados  con la reivindicación de la simbología maoísta. A pesar de que su padre había sufrido la represión durante la Revolución Cultural, Bo acordaba con las compañías de telefonía móvil de la ciudad el envío de sms a los ciudadanos con citas del Libro Rojo de Mao promoviendo lecturas positivas del pasado maoísta que a otros estremecían.

Ello se complementaba con acciones decididas en la solución de los problemas de mayor interés para los ciudadanos: vivienda, pensiones, servicios médicos… experimentando con alternativas capaces de atajar los abusos y las precariedades ajustando el modelo de desarrollo en función de las aspiraciones más sentidas por la ciudadanía.

La vía original propuesta por Bo Xilai comprendía un reparto más equitativo de la riqueza y de los beneficios del desarrollo, planteando alternativas singulares a la gestión de las empresas (co-gestión), el desarrollo social o el reparto de las rentas de la tierra. Esto se traducía en audaces iniciativas en los servicios elementales pero también en soluciones innovadores en cuestiones sensibles como la creación de bolsas de arrendamientos rurales de tierras para beneficiar a la población campesina.

Su habilidad en las relaciones con los medios de comunicación se puso de manifiesto ante huelgas como las protagonizadas por taxistas y maestros que resolvió a pie de mesa negociando con sus líderes ante las cámaras, lo que le granjeó una considerable popularidad. Su imagen creció a la par que su estilo ante la reprobación de quienes le acusaban de populismo, hipocresía, oportunismo, autoritarismo y ambición desmedida en una cultura política donde el progreso personal se basa en la discreción y el cultivo atento del clientelismo. La atención prestada por los medios occidentales, en buena medida deslumbrados por una superficial aureola que no dejaba profundizar en su discurso, le acabó por señalar.  

Lo enérgico de su proceder hacía palidecer a su antecesor en la misma ciudad, Wang Yang, secretario del Partido Comunista en Guangdong y protegido de Hu Jintao. Wang, el gran ganador de esta batalla entre bastidores y con puesto prácticamente asegurado en la próxima dirección política, alardeó en el parlamento chino estas semanas de la solución aplicada en Wukan para resolver una de las habituales crisis sociales de los últimos años. Son conocidas sus posiciones más liberales, ya sea en lo económico o en lo político, incluso en una materia tan sensible como la tibetana o uigur para las que no parecen encontrar en China otra solución que no sea la combinación de desarrollo y represión.    

Cui Zhiyuan, diplomado en ciencia política en Chicago, fue uno de sus asesores más cercanos y firme convencido de la necesidad de plasmar otro tipo de socialismo de mercado, alejado a la vez del modelo occidental y del conservadurismo político imperante en Beijing, pero igualmente del modelo sugerido por el sacralizado Deng Xiaoping que infravaloró las consecuencias del menosprecio a la dimensión social en una reforma china que ahora pudiera encaminarse por senderos más afines aun a las nuevas clases poderosas que han emergido como consecuencia de ella.

Esa ha sido, a fin de cuentas, la razón última de una defenestración inevitable toda vez que su discurso reabría un debate que había sido cerrado a cal y canto en 1981, cuando el PCCh canonizó su matizada condena del maoísmo. Ese consenso debe ser preservado a toda costa para garantizar la estabilidad del proceso de modernización. Puede haber matices, diferencias, sensibilidades, pero no cuestionamientos de fondo. Aquel que ose mirar atrás no podrá seguir adelante. Bo Xilai lo hizo y se nos ha convertido en una estatua de terracota.