Deng Xiaoping, quien puso en marcha el círculo virtuoso de expansión económica china, dejó una guía acción para las generaciones siguientes de líderes. La misma se expresó por vía de un conjunto de máximas. Entre ellas se encontraban las siguientes: “Asegura tu posición; haz frente a los problemas con calma; esconde tus capacidades y gana tiempo; mantén el bajo perfil; nunca reclames una posición de liderazgo”. Pero también entre sus máximas se encontraban las siguientes: “Las tropas enemigas están afuera de nuestras murallas. Ellas son más fuertes que nosotros. Concentrémonos en una posición defensiva”. Prudencia, sentido estratégico de la espera, bajo perfil, postura defensiva y no agresiva fueron, pues, sus consejos a los gobernantes que habrían de sucederlo.
Tales consejos fueron fielmente seguidos por sus sucesores inmediatos, el Presidente Jiang Zemin y el Primer Ministro Zhu Rongji. También los sucesores de aquellos, Hu Jintao y Wen Jiabao habrían de hacerlo. Al menos hasta 2008. Durante esa etapa, pocos países realizaron un esfuerzo tan deliberado y sistemático como China por proyectar una imagen no agresiva en el ámbito internacional. Su tesis del “emerger pacífico”, definía a una potencia con capacidad para responder a sus propios retos sin representar una amenaza para nadie.
El resultado de lo anterior se hizo sentir. Mientras la Unión Europea llegó a ver a China como un congénere en la búsqueda de un mundo pacífico, sustentado en el derecho internacional, los países en desarrollo la visualizaron como una potencia benevolente y respetuosa. En septiembre de 2005, la BBC hacía referencia a una encuesta mundial sobre China. En ella quedaba patentizado que la mayoría de la opinión pública internacional veía con buenos ojos a este país. Esta percepción resultaba tanto más significativa cuanto que abarcaba a sus propios vecinos.
Cierto, China mantenía temas no negociables internacionalmente: Taiwan, Tibet y Xinjiang. Considerados como parte inalienable de su soberanía y como núcleos esenciales de su interés nacional, su entrada en escena hacía que su poder suave se tornase en duro. Pero en balance, ello no afectaba demasiado su imagen de actor internacional constructivo. Las siguientes palabras del ex Ministro del Exterior alemán Joschka Fischer, expresaban bien el sentir imperante: “China se transformará en una superpotencia volcada sobre sí misma”. En otras palabras, no agresiva en tanto se respetasen sus áreas vitales.
A partir de 2008, sin embargo, la situación anterior comenzó a cambiar y su política exterior se tornó más asertiva. Más aún, su “dureza” se extendió. Los núcleos centrales de su interés nacional pasaron a abarcar también a las islas en disputa del Mar del Sur de China y a las Senkaku/Diaoyu. Ello colocó a China en curso de colisión directa no sólo con la mayoría de los países de Sudeste Asiático, sino también con Japón.
El año de 2008 representó, en efecto, un punto de inflexión en la visión de China sobre si misma y sobre los Estados Unidos. En esa fecha convergieron la crisis financiera global desatada por Estados Unidos; el hecho de que fuese la ayuda financiera china, absorbiendo la emisión de deuda pública estadounidense, la que permitió rescatar a la economía de ese país; la rápida y eficiente respuesta china para controlar el contagio doméstico de esa crisis; el empantanamiento militar estadounidense en dos guerras periféricas como Afganistán e Irak y el impulso a su autoestima ante la espectacularidad de las olimpíadas de Pekín de ese año.
Una nueva óptica tomó forma en el liderazgo chino: la prudencia, el bajo perfil y el repliegue hacia posturas defensivas, se hacían ya innecesarios ante una realidad cambiante. La llegada de Xi Jinping no hizo más que reafirmar esta visión triunfalista. Si Hu y Wen habían dado los primeros pasos hacia una nueva era de asertividad, Xi pasaba a asumirla sin ambivalencias. Su reto a Estados Unidos en términos de espacios de influencia, competencia económica y tecnológica y desarrollo militar, se tornaba frontal.
Sin embargo, la confrontación desatada por Trump en materia comercial, tecnológica y económica, pareciera hacer evidente que China erró tanto en la percepción de su propia fortaleza, como en la del declive estadounidense. A todas luces, Estados Unidos está poniendo a prueba la capacidad de respuesta china de manera prematura. No sólo porque su dependencia del mercado estadounidense es aún fundamental, sino porque aún no ha logrado consolidar la difícil transición hacia un nuevo modelo económico, ni resolver su grave problema de deuda, ni superar la llamada trampa del ingreso medio. En síntesis, cuando aún no ha superado su etapa de mayor vulnerabilidad.
Según las estimaciones, para el 2040 China debía haber alcanzado el 40% del PIB mundial, superando con creces a Estados Unidos. Hubiese bastado con esperar apenas unos años más para que el fruto maduro cayera del árbol. Haber desoído a Deng puede costarle caro a China.