Las sempiternas invocaciones al inmovilismo político parecen haber cedido protagonismo en el PCCh a un debate sobre los contornos de una incierta democratización. Incluso se le ha puesto fecha al objetivo: 2020. Ello responde a la convicción de que el crecimiento, por sí solo, ya no es capaz de garantizar la estabilidad. La agudización de taras tradicionales como la corrupción o el nepotismo requieren aditivos supraadministrativos.
Durante el congreso celebrado en 2007, la democracia ya acaparó buena parte de las declaraciones de intenciones. Venían precedidas de significativas tomas de posición y de la apuesta por una democracia deliberativa como primera fase de una democracia incremental que debería contribuir a airear la vida política del país sin alterar la base del poder. Las apelaciones a la nueva democracia de los neomaoístas junto a los ensayos llevados a cabo, en sentido opuesto, en Guangdong, vinieron a complementar el brainstorming con la experimentación. El primer reflejo se plasmó en la proliferación de candidatos independientes en las elecciones locales del pasado año. Unos saludaron la iniciativa (Wen Jiabao) mientras otros (Wu Bangguo) enfatizaron los peligros.
Ningún avance sustancial en este ámbito se producirá si exige el sacrificio del consenso y este carece aún de madurez. El punto de convergencia de las dos principales corrientes del PCCh, los liberalconservadores y los socialreformistas, estriba en el fomento de medidas de democracia intra-partido y en reformas legales y administrativas que permitan atajar aquellos fenómenos que más irritan a la opinión pública. Los contornos de esa reforma política en ciernes no exploran por tanto un anhelo democrático asimilable a la fórmula occidental, por otra parte nunca como ahora tan cuestionada desde dentro. La democratización que se vislumbra descarta una homologación y sugiere frenar cualquier impulso que discurra por la senda de la independencia judicial, elecciones plurales, libertad de información, etc.
Más democracia en un partido que supera los 80 millones de miembros no es cosa menor. Ahora bien, con independencia de la magnitud o atrevimiento de sus contenidos, cuesta imaginar que la sociedad china pueda conformarse con quedar a la expectativa o que la salud del cuerpo burocrático mejore con el simple aumento de los controles internos. La obsesión por mantenerse en el poder ignorando las demandas en auge de una sociedad que gana en fortaleza frente a un partido debilitado por la confrontación de intereses de las elites y la conformación de corporativismos sectoriales puede llegar a paralizar la capacidad de iniciativa.
El PCCh es consciente de que ya no dispone de garantías de confianza ciega. El recurso a la represión tampoco le blinda eternamente. Su vulnerabilidad actual es proporcional al dinamismo de una sociedad que acepta cada día peor argumentos de otro tiempo. Hoy se consideran malas razones para proteger los intereses y prebendas de los dirigentes. Para resolver su crisis de legitimidad y alejar de forma duradera la inestabilidad, no le queda otra opción que alargar el pulso y la representatividad del sistema político.