La profunda crisis social que vive China, manifestada en la multiplicación de los episodios de descontento y conflictos abiertos con las autoridades en número muy superior al habitual, es a menudo interpretada en el exterior como síntoma de un cambio en ciernes que unido a las declaraciones de ciertas autoridades apostando por introducir mayores niveles de democracia en el sistema, puede situarnos a las puertas de un nuevo tiempo político pese a los abundantes signos de aumento de la represión. Siendo ello parcialmente cierto, no está del todo claro sin embargo que ese nuevo tiempo se oriente en la dirección imaginada en Occidente y, por el contrario, puede derivar en una involución política e ideológica que se ha visibilizado con rotundidad en las recientes celebraciones del noventa aniversario de la fundación del Partido Comunista de China (PCCh).
En efecto, la “ola roja” que se inició en Chongqing, una de las cuatro ciudades más populosas del país y subordinada directamente al gobierno central, parece haber alcanzado ya a toda China a juzgar por el tono de la intensa campaña de propaganda que ha vivido el país en los días previos al 1 de julio. Las canciones, películas y la simbología en general del periodo maoísta han regresado al primer plano encontrando terreno abonado en la añoranza social de la igualdad, contrastando los elevados ideales y valores comunistas de antaño con las traumáticas manifestaciones de un capitalismo salvaje que ha convertido a China en la segunda potencia económica del planeta pero a un coste desmesurado en términos sociales.
El PCCh intenta con ello conjurar la inestabilidad y el desasosiego reinante producto del creciente abismo que separa a la China de los ricos y la China de los pobres, recordando a todos su determinante papel en la consecución del milagro económico que ha sorprendido al mundo. Esta invocación al realismo, que tiene como primer objetivo facilitar una perspectiva más comprensible y aceptable del delicado momento actual, está dando alas sin embargo a un retorno nostálgico de las tradiciones formalmente socialistas, críticas con el rumbo de la política iniciada en 1978 por Deng Xiaoping, de la que reniegan por su obsesión con un crecimiento que ha devenido profundamente injusto. El retorno a posiciones conservadoras, de signo igualmente nacionalista y antiliberal, se asocia con el reclamo de un tratamiento equilibrado de crecimiento, justicia social y posición internacional.
¿Estamos a las puertas de un viraje a la izquierda en el proceso chino? La proximidad de un nuevo congreso del PCCh que debe dar paso a una nueva generación de dirigentes despierta todo tipo de conjeturas. Tampoco es ajeno a este clima el compromiso renovado de Hu Jintao con la lucha contra la corrupción que brinda siempre un argumento incontestable para deshacerse de hipotéticos rivales. El debate ideológico y el desfile de fidelidades al PCCh y a sus orígenes, probablemente más superficial que otra cosa, allana el camino a los “príncipes rojos”, una de las facciones principales que conformarán la dirección china en pugna con otras corrientes y clanes que aspiran a estar presentes en la nueva dirección política del país.
Pero el neomaoísmo en boga, experimentado localmente en Chongqing a partir de 2009, lejos de representar una alternativa a la política de reforma y apertura, aporta el argumento oportunista más idóneo para seguir garantizando la omnipresencia del aparato político del sistema, contener y domesticar los riesgos de autonomía social y subscribir la demanda de estabilidad bajo su tutela, evitando cualquier posibilidad de que la actual crisis social derive en la plasmación de una cultura reivindicativa influenciada por Occidente, marginando cualquier propuesta de apertura en tal sentido.
A sus noventa años, al PCCh le preocupa que la actual coyuntura le pase factura de modo similar a lo ocurrido hace dos décadas en la extinta Unión Soviética y multiplica sus gestos para expresar una proximidad a su base social originaria y a los ideales que le dieron vida, a pesar de que hoy día la colectividad laboral es apenas una referencia marginal en sus filas frente a burócratas y nuevos ricos. No obstante, dicho populismo obedece a la necesidad de arbitrar soluciones imaginativas que incluyen la exacerbación del mito de Mao y del heroísmo del proceso revolucionario, confiando en que su capacidad de control del proceso mediático y la debilidad de la base orgánica que sustenta este discurso de modo sincero, evite desbordamientos a posteriori de difícil manejo.
De una u otra forma, el PCCh necesita ganar tiempo para mitigar las desigualdades y recuperar el equilibrio del proceso de reforma, objetivos que forman parte esencial del nuevo modelo de desarrollo, si bien avanzando a ritmos claramente insuficientes. El neomaoísmo, a pesar de su querencia por una igualdad que despierta amplias simpatías sociales, alienta también inquietud, incertidumbre y malentendidos por cuanto es la antítesis, en lo ideológico, de la armonía social reivindicada por Hu Jintao. El PCCh sugiere su instrumentalización al necesitar de mecanismos extraordinarios que faciliten el control social, pero un movimiento conservador de tal naturaleza siempre puede dar lugar a reacciones imprevisibles.