Desde el inicio de su mandato, en 2002, el líder chino Hu Jintao ha intentado imprimir un sesgo diferente en la política china. Aun sin desconocer los trazos de continuidad, sus apuestas en diversas materias le conferían la oportunidad de marcar distancias en dominios clave. No obstante, en sus empeños más notables, a día de hoy ofrece un balance poco halagüeño.
En el orden social, la insistencia en la reducción de las desigualdades sociales, poniendo en marcha diferentes programas e iniciativas para reducir distancias entre el campo y la ciudad y extender los beneficios del crecimiento al conjunto del tejido social chino, pese a los avances, abundan más las limitaciones que los éxitos. La propia Academia de Ciencias Sociales de China ha reiterado en los últimos ejercicios en sus Libros Azules que las desigualdades siguen aumentando, con el consiguiente peligro para la estabilidad del país. Los niveles de frustración que abrigan diferentes capas sociales son notorios, como también la fragilidad institucional, incapaz de dar cabida a espacios creibles (ya sea desde el poder o fuera de él) para encauzar las reivindicaciones.
En el orden económico, la apuesta por un nuevo modelo de desarrollo vive horas complicadas en razón de la crisis. Si algunos dirigentes (como Xi Jinping, su más probable sucesor) reclaman un mayor empuje, Hu ha optado por moderar el paso. Sin duda, retos como el ambiental o el tecnológico requieren horizontes temporales de cierta holgura para visibilizar los cambios, pero abundan más los gestos que los hechos.
Otro tanto podríamos decir del orden político. Hu Jintao ha hablado más que ningún otro dirigente chino de democracia, pero también en esto parece quedarse corto. Cuando todos podían esperar un traslado progresivo a las ciudades de la experiencia de elecciones directas desarrolladas en el medio rural, ha ofrecido la continuidad del simulacro al uso con ligeros matices en el orden interno del PCCh. En la lucha contra la corrupción, una de sus obsesiones más constantes, los avances han sido escasos y esta sigue campando a sus anchas mientras que los medios dispensados no han alcanzado los objetivos al nivel esperado.
En materia de nacionalidades minoritarias, por otra parte, se han vivido las mayores crisis de los últimos años (Xinjiang en 2009 y Tibet en 2008), evidenciando los límites de la estrategia modernizadora impulsada por el PCCh. Pero no se han tirado las debidas lecciones y pese a los cantos a líderes liberales como Hu Yaobang, los anuncios de las últimas semanas apuestan a redoblar los esfuerzos por aplicar una estrategia que excluye la política.
Para compensar esta falta de energía, el recurso al populismo se ha ido convirtiendo en la auténtica seña de identidad de un mandato que, en términos generales, puede pasar a la historia china reciente como un frustrante amago de soluciones.
En la recta final de su mandato, en la sesión de otoño del Comité Central del PCCh y a través del nuevo Plan Quinquenal (sí, aun existen en la China del mercado), Hu Jintao tendrá su última oportunidad.