El discurso y el estilo de Xi Jinping son más frescos y más populistas que los de Hu Jintao. Su discurso de investidura subrayó algo que parecía indicar su predisposición a abrir la puerta un poco más a la reforma política cuando dijo: “Existen dentro del Partido muchos problemas que hay que encarar, especialmente problemas de corrupción y aceptación de sobornos por parte de miembros del Partido y de funcionarios, la pérdida de contacto con el pueblo, un énfasis desmedido en las formalidades y la burocracia, y otros asuntos”. Xi prometió “mejor escolarización, trabajos más estables, ingresos más satisfactorios, una seguridad social más fiable, niveles más altos de cuidados sanitarios, unas condiciones de vivienda más confortables y un entorno natural más bonito”, todo lo cual podría responder a la necesidad de mostrarse muy sensible a las cuestiones que preocupan a la gente. Parte del debate político interno en el Partido se refiere a si la gente delega poder al Partido (y puede en consecuencia retirar poder al Partido si no queda satisfecha, a la manera de Thomas Hobbes, de John Locke o de Abraham Lincoln) o si, por el contrario, el Partido siempre debe ser el que tutele al pueblo (siguiendo a Karl Marx, a Vladimir Lenin, a Mao Zedong y a Deng Xiaoping). Pero también dijo que “para forjar hierro, se debe ser fuerte uno mismo”. Esto suena sospechosamente similar a la llamada de Mao Zedong para que los Guardias Rojos se “templasen” a sí mismos en el “crisol de la revolución”. Xi empezó diciendo: “Tenemos todos los motivos para estar orgullosos”. Algunos días después compartió el “sueño chino” (“alcanzar el gran rejuvenecimiento de la nación china… en los tiempos modernos”) y añadió que “nosotros, esta generación de comunistas, debemos recoger lo que nos ha sido legado por nuestros predecesores como punto de partida para construir hacia delante, hacia el futuro”.