El PCCh ha informado de una revisión de sus normas para el reclutamiento de nuevos militantes. Aconsejando “prudencia y equilibrio” a la hora de afiliar nuevos miembros, la instrucción invita a mejorar la estructura y la calidad de sus filas. Esta enmienda es la primera que se efectúa en la normativa vigente desde hace 24 años (1990, tras los sucesos de Tiananmen).
Cabe insertar esta medida en la estrategia de lucha contra la corrupción, invitando a fortalecer la disciplina y la ética interna, su condición de vanguardia y la mejora de su imagen ante una ciudadanía que asiste impávida al goteo constante de casos que afectan a altos funcionarios de los gobiernos a diferentes niveles.
Pero supone también un fortalecimiento del control de las organizaciones del PCCh que afectará muy especialmente a las estructuras locales y de base en las que la promiscuidad entre el mundo de los negocios, a veces ilegales, y la estructura política se ha llegado a conformar como una expresión de normalidad institucional.
Ello va acompañado del énfasis en la adhesión a los valores socialistas centrales, anunciando otra vuelta de tuerca del rearme ideológico. ¿Hasta qué punto esto supone una desautorización de la triple representatividad de Jiang Zemin, ideada para reclutar activos en segmentos sociales diversos, especialmente en el mundo empresarial? En los pasados años 90, con la introducción de este concepto se especuló con la posible transformación del PCCh en una formación interclasista que apostara por la socialdemocratización del régimen político. Estas instrucciones y el tono ideológico que las sustenta parecen apuntar en una dirección distinta.
El anuncio se produce además cuando el oficial Renmin Ribao alerta nuevamente contra “la trampa de la democracia occidental”.
Es verdad que este impulso a la reivindicación de la “pureza” del PCCh puede estar relacionado igualmente con las dificultades del gobierno central para implementar las nuevas reformas, que exigen funcionarios con otra visión del ejercicio del poder y con sus fidelidades claras, es decir, no tanto a los feudos e imperativos locales como a las instrucciones que parten del centro, practicando una altura de miras que modere o evite la conformación de clanes empresariales o familiares que actúen como sanguijuelas en el aparato político-administrativo.
Uno de los mayores retos para el PCCh en esta delicada etapa del proceso de reforma consiste en que el nuevo impulso a las dinámicas de mercado y la economía privada o mixta así como la liberalización a todos los niveles no se traduzca en una pérdida de capacidad para dirigir la economía del país, con el riesgo de acentuar las servidumbres con respecto a los poderes económico-empresariales emergentes.
La insistencia en el fortalecimiento del compromiso ideológico de la militancia y sus cuadros parece responder a esa exigencia de firmeza e irreductibilidad del proyecto original en el cual siempre reinó la primacía de la política aunque su instrumento predilecto sea la economía.
Si esto llega a cambiar, con seguridad podremos afirmar que el PCCh podría acabar siendo una entelequia, apenas la sombra de lo que fue. Por el momento, no obstante, todo apunta a que pese a sus contradicciones, la apuesta por afirmarse como la columna vertebral del sistema sigue su curso y ello implica la sumisión de cuanto se mueva, incluidos los poderes económicos autónomos, a sus objetivos.