Cumpliéndose ya el primer año del mandato de Xi Jinping al frente del PCCh, cuatro grandes protagonistas habría que destacar de una gestión marcada por un periodo especialmente significativo en la medida en que puede ser revelador de las claves políticas que deben connotar la década que previsiblemente liderará al frente del partido y del Estado.
En primer lugar, la política exterior. Sus diferentes giras y la participación en cumbres y encuentros internacionales han permitido trasladar el mensaje de un ambicioso impulso a las relaciones internacionales de China, sugiriendo propuestas centradas en lo económico, aunque sin ignorar otras dimensiones, pero de un alcance capaz de mudar la realidad actual de forma sustantiva. Beijing advierte la oportunidad estratégica que tiene ante sus ojos y no parece dispuesto a desperdiciarla. Cabe esperar, pues, que en los próximos años, acentúe la política exterior con numerosos frentes abiertos: la relación con EEUU o con Japón, su periferia marítima, la consolidación de la alianza con Rusia y los nuevos foros en que participan conjuntamente (Organización de Cooperación de Shanghai y BRICS), las perspectivas en relación a África o América Latina, y como gestionar la inhibición europea. China traza un nuevo mapa que trasciende la voluntad y capacidad de los países desarrollados.
En segundo lugar, la lucha contra la corrupción en el contexto de una política general de acercamiento a la ciudadanía y de recuperación de la credibilidad. Desde el caso Bo Xilai, iniciado en tiempos de su antecesor, a la multiplicación de personas investigadas, procesadas y condenadas, incluyendo a dirigentes de nivel central y territorial, se pone de manifiesto una radiografía precisa tanto de la importancia del fenómeno, largamente denunciado, como de una determinación en su combate antes nunca vista. La búsqueda de la complicidad de la población, utilizando para ello Internet y las mismas redes sociales que, por otra parte, no duda en controlar bien de cerca, y la celeridad en la resolución de los diferentes casos contribuyen a revitalizar una decaída moral y le otorgan un margen de confianza por parte de una población, tradicionalmente escéptica ante la capacidad del poder para controlarse a si mismo.
En tercer lugar, el impulso a la reforma económica. Si en los últimos años del mandato de Hu Jintao habían madurado las condiciones para dejar atrás el modelo de desarrollo que catapultó a China a la condición de segunda economía global, el primer ministro Li Keqiang ha multiplicado igualmente los mensajes y decisiones para no solo significar la trascendencia de los factores social, ambiental y tecno-científico a la par que el consumo sino la indeclinable obligación de elevar el nivel de integración en la economía internacional abordando los desafíos en el orden financiero, el más atrasado. La nueva hoja de ruta, a ensayar en gran medida en la nueva Zona Franca de Shanghai, debe aprobarse en el tercer plenario que se celebra coincidiendo con este primer aniversario, promoviendo nuevos enfoques en línea con las sugerencias del Banco Mundial y señalando otro curso para la economía china, reduciendo el intervencionismo público y aumentando el papel del mercado y de la inversión privada aunque por el momento con límites que cuidan de no poner en cuestión el liderazgo del PCCh.
En cuarto lugar, la ideología. De la “línea de masas” a la exaltación de la “crítica-autocrítica”, Xi Jinping enmienda la plana a Deng Xiaoping retomando la clave ideológica. En tal sentido, ha respaldado las propuestas de Liu Yunshan, el número cuatro en la jerarquía oficial, aparcado sus invectivas primeras sobre la primacía de la Constitución y explorado una síntesis de signo conservador. Las voces que apuntaban a la validación del constitucionalismo como probable camino a seguir para la reforma política se han visto reconducidas a un escenario mucho más “familiar” con vistas a garantizar la estabilidad social con un guiño a los sectores situados más a la izquierda y populistas y hasta religiosos. La dimensión ideológica del cambio chino probablemente ganará importancia en los años venideros, lo que podría dar lugar a una exacerbación interna de los puntos de vista a propósito de la elección del camino que mejor puede garantizar dicha estabilidad. A medio plazo persigue el objetivo de dotar el proceso chino de un corpus ideológico tan sólido como diferenciado, tan integrador de variables globales como defensor de singularidades locales, para blindar la soberanía en un marco temporal en el que previsiblemente se agudizarán la lucha ideológica y las tensiones estratégicas.
En su conjunto, este primer año de Xi Jinping ha intentado transmitir una nueva energía, más ambición, más decisión y más profundidad, elementos condensados en la reivindicación de un sueño chino de difícil comprensión para una población que se enfrenta en el día a día a una realidad aun severa en muchos aspectos pero que a fin de cuentas podría resumirse en la certeza de hallarse en el camino de recuperación de la grandeza perdida. Que el sueño se trunque o no dependerá en gran medida de la habilidad gestora de Xi Jinping.