Nueva linea de metro en la capital, menú especial de McDonald’s, un dispositivo impresionante para conjurar la lluvia…. No todo es parada militar y desfile civico, y todo vale con tal de contribuir a la glorificación de un aniversario de tanta importancia, el que hace el número 60 de la proclamación de la República Popular China, y abre un tercer tiempo en el proceso iniciado en 1949, después de dos ciclos de dos décadas en las que han alternado la influencia maoísta y denguista.
Si, a grandes rasgos, la ideología marcó el primer tiempo, la economía el segundo, todo indica que será la política la clave de ese tercer tiempo que se inicia ahora y cuyas bases ha dejado sentadas el XVII Congreso del PCCh, celebrado en 2007, entronizando el reto de la democratización como el desafío de mayor enjundia en esta etapa.
En la perspectiva del PCCh, la democratización no va a suponer, a priori, la adopción de un programa que homologue finalmente el sistema político chino con el occidental. Muy al contrario, descartándolo de entrada, se trata de insuflar mecanismos en el sistema que proporcionen más libertad y más posibilidades de participación a la ciudadanía y, sobre todo, incorporar mecanismos eficaces para garantizar la vivacidad de su propia estructura, gestora de una maraña burocrática de la cual depende la estabilidad del proceso y, a la postre, el éxito en la tarea histórica de lograr la revitalización de la nación china.
El separatismo y la corrupción son los dos males que afligen a China, se dice en estos días. A la vista de lo ocurrido en Tibet y Xinjiang, el problema nacional ha vuelto al primer plano de la agenda política y exigirá de las autoridades, centrales y territoriales, nuevas dosis de iniciativa para evitar que se convierta en un foco de desestabilización permanente, con serio impacto en su imagen internacional.
El otro flanco quizás preocupe más, ya que no se limita territorialmente a zonas periféricas aunque importantes por su dimensión y recursos, sino que avanza como una gangrena por todo el país, sin que los llamamientos ni las severas penas constituyan un freno eficaz para evitar su expansión. El vicepresidente de la Corte Suprema, el jefe del holding nuclear, el alcalde de Shenzhen, el responsable del aeropuerto de la capital, entre otros muchos, han caído victimas de la última campaña contra la corrupción, en la que algunos ven atisbos del inicio de la guerra por la sucesión de Hu Jintao.
El PCCh ha reclamado recientemente a todos sus responsables la declaración pública de su patrimonio personal, cerrando el grifo de los viajes al extranjero poco justificados, la compra de vehiculos o las recepciones oficiales. En los primeros seis meses de este año, Partido y gobierno han ahorrado casi 90 millones de dólares, dicen las fuentes oficiales. La meta consiste en reducir un 20% el gasto anual por este concepto en relación al promedio de los tres últimos años. La austeridad abarca tanto a los líderes del estado como del partido y también de las empresas públicas, con especial atención, en este caso, a las lujosas decoraciones de las oficinas.
Existen muchos problemas internos que son contrarios a las nuevas circunstancias y al carácter mismo del Partido, reza un documento del PCCh aprobado en el pleno del Comité Central celebrado a mediados de septiembre último. La democratización política en China, se dice, tiene que iniciarse en el propio PCCh. Este año se han llevado a cabo elecciones directas a los comités del Partido en 363 barrios de Nanjing, capital de Jiangsu, donde vive en torno a la mitad de la población de dicha ciudad. En unos de estos barrios ya se celebraron elecciones directas en 2004. Así son los ritmos aquí. El objetivo último es que los 76 millones de militantes del PCCh cambien su modelo de organización, con más transparencia y poder de la propia militancia, con más derechos en la toma de decisiones y con más garantías en su ejercicio, especialmente en las bases.
La reforma económica ha tenido en la experimentación una de sus características principales. Cualquier cambio en la política económica se ensayaba primero en tres o cuatro lugares antes de generalizar la experiencia a escala de todo el país. En la política, el propio PCCh será el laboratorio de esa experimentación, con impactos que tanto pueden afectar a su funcionamiento, como también a su naturaleza e identidad. Todo se podrá cambiar si con ello se garantiza su preeminencia política en un marco que más tarde o más temprano tendrá que integrar mayores dosis de democracia, a sabiendas de que la fuerza en ningún caso será suficiente para garantizar la estabilidad.