El XIX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), celebrado el pasado octubre, incorporó el pensamiento estratégico de Xi Jinping como aportación teórica a la construcción del “socialismo con peculiaridades chinas en la nueva época”.
A Xi se le reconoció en este congreso que cuenta con un pensamiento propio, todo un activo en los arcanos del comunismo chino que le sitúa en este plano a un nivel similar a Mao Zedong, el fundador de la República Popular China tras décadas de lucha revolucionaria.
El reconocimiento congresual del pensamiento, destacado como la “cristalización teórica” de los últimos cinco años de práctica para impulsar el desarrollo de China, escenifica también la última aseveración en ese propósito del PCCh de personalizar el poder. Se trata de una decisión que va a contracorriente de los varios lustros post-maoístas y viene acompañada de la recentralización de la autoridad, proceso iniciado a partir del XVIII Congreso, en 2012. Recuérdese que ya en 2016, Xi fue reconocido como “núcleo”, en un anticipo de lo que estaba por venir.
Ni siquiera a Deng Xiaoping y su teoría del socialismo con peculiaridades chinas se le reservó el calificativo de pensamiento para sus aportaciones, rehuyéndose cualquier equiparación con el gran icono revolucionario, Mao Zedong. Tampoco en Deng se puede advertir una obsesión por exhibir su poder sino que, más bien al contrario, le gustaba ejercerlo entre bambalinas.
La validez y consistencia de este pensamiento de Xi Jinping es objeto de debate. A priori, su principal virtud es la certera aprehensión del momento que vive el país, la identificación de sus retos y oportunidades y la plasmación de una firme voluntad de aprovechamiento del momento histórico.
Pero, ¿tiene sustancia suficiente para ser calificado de pensamiento? ¿Qué aporta al marxismo desde la perspectiva china que no se haya hecho ya? ¿Redefine algo? ¿Obliga a proveerse de nuevas nociones? Conceptos como sociedad modestamente acomodada, la civilización ecológica o la comunidad de destino compartido de la humanidad, ¿expresan algo realmente nuevo? ¿Son los más adecuados para connotar el actual rumbo del liderazgo chino o simples re-consignas para generar renovadas ilusiones y encumbrar a un líder que necesita mantener la movilización social permanente para realizar el sueño chino? Sorprende, en cualquier caso, la inusual rapidez de esta entronización teórica con el propio autor en activo y concluyendo apenas su primer mandato.
En el punto III del informe presentado por Xi Jinping al XIX Congreso del PCCh, que lleva la rúbrica alusiva al pensamiento guía del xiísmo, enumera las “14 perseverancias” que lo definen: la dirección absoluta del Partido, la consideración del pueblo como sujeto central del proceso, la profundización integral de la reforma, la nueva concepción del desarrollo, la condición del pueblo como dueño del país, la gobernación según la ley, los valores socialistas centrales, la garantía y mejora de las condiciones de vida del pueblo, la civilización ecológica, la seguridad nacional, el imperio del Partido sobre el Ejército, la reunificación y el principio “un país dos sistemas”, la construcción de una comunidad de destino compartido de la humanidad y la exigencia de una mayor severidad disciplinaria del Partido.
Esas 14 perseverancias es lo que podríamos llamar también las 14 estratagemas de Xi para lograr que el PCCh, que encara una fase crucial en su gestión del proceso chino, no se desvíe, no olvide sus raíces y objetivos, de donde viene y a donde va, a quien sirve, y ciertamente es resultado de la experiencia histórica de un partido que se asoma al primer centenario de su fundación (2021).
Así, lo que realmente definiría el xiísmo como pensamiento es la propuesta estratégica de alcanzar el objetivo de culminar la modernización en dos largas zancadas (2020-2035 y 2035-2050) que confluirían en el centenario de la fundación de la Nueva China (2049). Todo ello a partir de una nueva diagnosis que enfatiza el cambio de sello en la identificación de la contradicción principal que caracteriza el momento que vive China (entre la creciente demanda social y un desarrollo desequilibrado e ineficiente).
Xi a la vista de otros líderes
Cada líder chino ha tenido que lidiar con una coyuntura histórica concreta. Los principales dirigentes que precedieron a Xi han tenido sus atributos y límites en función de la época que les tocó vivir. Si Mao lideró el proceso revolucionario y sentó las bases de la construcción de la Nueva China, Xi puede fundamentar el último impulso del regreso inevitable de China al epicentro del sistema internacional siempre y cuando logre consumar las tareas que se ha planteado el PCCh. Para ello, a sabiendas de que eso va a provocar tensiones en el orden internacional, quizá importantes (trampa de Tucídides), necesita disponer de un doble ejército (no solo el Ejército Popular de Liberación sino también un militarizado PCCh) bien cohesionado.
Dejando a un lado otros dirigentes (Hua Guofeng, Hu Yaobang, Zhao Ziyang), efímeros por diversos motivos, Jiang Zemin (1989-2002) tuvo bajo su cerviz durante buena parte de su mandato la sombra de Deng Xiaoping y después él mismo actuó a la sombra de Hu Jintao (2002-2012). El peso en la nuca de un histórico de la revolución siempre condiciona la libertad de maniobra. No es ciertamente el caso de Xi. No obstante, lo importante es que las coyunturas son diferentes, si bien el PCCh parece haber acertado también en la personificación en Xi de esta etapa de su proceso. Jiang, por su parte, debió dar respuesta al proceso de incorporación china a la economía internacional (OMC) y a las mutaciones internas que ello originaba en la sociedad y en la propia política del Partido. Hu, alertado sobre las sombras del modelo de desarrollo, inició el cambio de rumbo y de filosofía que ahora gestiona Xi.
Lo que Xi plantea es, ante todo, poner a punto al PCCh para culminar la tarea de la recuperación de la grandeza perdida. Y al ejército, cuestión indispensable si queremos que esté preparado para “librar guerras y ganarlas”, como dice Xi, con el horizonte de materializar la reunificación de forma pacífica (Taiwán), un desafío mayor.
El actual líder chino aplica más energía en la implementación de ideas que no son tan novedosas como pudiera parecer a primera vista porque quizá China transita por ese momento en que la situación ha madurado lo suficiente para urgir su aplicación o porque su no implementación supondría ya graves riesgos para la estabilidad.
Pero comparemos, aunque sea de forma somera. El Pensamiento Mao Zedong aglutina el conjunto de aportaciones teóricas y políticas del líder chino al bagaje ideológico socialista. Cabe destacar en este sentido la teoría de la revolución de la Nueva Democracia, sobre la revolución y la construcción socialistas, sobre la construcción del ejército revolucionario y la estrategia militar, sobre la política y la táctica, sobre la construcción del Partido, el trabajo ideológico y la cultura… Aquella “bomba atómica espiritual de potencia ilimitada”, en palabras de Guo Muruo, fruto de décadas de reflexión y acción, se completaba con la línea de masas o el principio de autosostenimiento así como la actitud realista y el valor de la práctica como fuente de conocimiento.
Las aportaciones de Deng Xiaoping tienen igualmente un gran valor ya que facilitaron la superación del rechazo a conceptos como el mercado o la propiedad privada, auténticos tabúes para los partidos comunistas, y, como resultado de la propia experiencia del proceso chino durante el maoísmo, conjuró las prisas en la construcción de la nueva sociedad con el conocido aserto de que “llegaremos al socialismo dando un largo rodeo por el capitalismo”. La fórmula “un país, dos sistemas” como alternativa para lograr la reunificación pacífica, el liderazgo colectivo o la incorporación de las “características chinas” como muletilla para justificar la diferenciación nacional del comunismo chino, no solo en clave civilizatoria o cultural sino como adaptación a la singularidad de este Estado-continente, constituyen recursos teórico-conceptuales que vertebran la actual política china.
Por su parte, la triple representatividad de Jiang Zemin fue la base ideológica que permitió la incorporación al PCCh de muchos empresarios y representa una ruptura con la ideología tradicional del Partido (vanguardia del proletariado), al dejar a un lado la idea de la lucha de clases. El Partido debe representar siempre las inquietudes del desarrollo de las fuerzas productivas avanzadas de China, representar la orientación del desarrollo de la cultura avanzada de China, y representar los intereses fundamentales de la mayor parte de la población de China, dijo Jiang, en un guiño de claras connotaciones interclasistas.
La concepción científica del desarrollo de Hu Jintao supuso la respuesta a los problemas relacionados con el excesivo consumo de recursos, la grave contaminación medioambiental y la creciente brecha entre los ricos y los pobres y, por lo tanto, formula la necesidad de cambiar la impronta del modelo de desarrollo, incorporando las variables de sostenibilidad, justicia social y protección ambiental. Aunque a Hu probablemente se le recordará más por su reivindicación de una “sociedad armoniosa” y cierta reconciliación con el confucianismo y la mentalidad tradicional, fue él quien inició el viraje del made in China al created in China en pleno estallido de la crisis financiera global.
Xi y el pensamiento clásico
Xi Jinping acostumbra a citar la filosofía clásica como muestra de erudición e incluso como complemento de las apelaciones al marxismo, más frecuentes en sus discursos.
Si bien su insistencia en el Estado con derecho le aproxima de facto a los legalistas, en modo alguno rechaza la tradición confuciana y, sobre todo, aquella visión que apunta al desempeño de un liderazgo fuerte en términos de ejemplaridad. Las invocaciones de ese tipo, que resuenan en su lucha contra la corrupción, abundan en su asociación con la virtud y la rectitud. Sin embargo, esa asociación entra en conflicto con la idolatría, muy lejos de la humildad que el confucianismo requiere al buen gobernante en el ejercicio del poder. “El soberano es el menos”, en el decir de Mencio, quizá se aproxime al “servir al pueblo” del PCCh pero debe contextualizarse por añadidura en el respeto a la crítica constructiva que facilita el contraste de opiniones y pareceres y evita el anquilosamiento autoritario del poder.
El estilo político que Xi naturaliza en el PCCh promoviendo la idea de que debe dirigirlo todo es más intrusivo que la concepción emanada del pensamiento tradicional y claramente asociable al centralismo democrático de corte leninista.
Pareciera que el afán legalista de Xi tuviera un propósito principal: establecer una nueva fuente de legitimidad basada en una gestión avalada por la norma que acompaña de la consolidación de la hegemonía del PCCh, cerrando todo “derecho” a la crítica adjetivada “indebida” por erosionar la lealtad, aunque nada tenga que ver con la disidencia antisistémica.
Conclusión
El Pensamiento de Xi sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva época se define en la jerga oficial como el más reciente avance del proceso de sinización del marxismo. Ya una decena de institutos fueron rápidamente creados para investigarlo.
La irrupción del xiísmo es, sobre todo, una evidencia de la creciente autoridad de Xi Jinping en el seno del PCCh. A la vista del contenido de su formulación explícita, cabría decir que por el momento Xi es más un hombre de poder que de ideas y que todos los mecanismos le serán de utilidad si le permiten crear y agrandar ese poder.
La suma de títulos en torno a Xi obedece a una política que pretende realzar el papel del PCCh en la fase actual y su importancia como nervio clave del sistema político chino y blindar con lealtad cualquier hipótesis de disidencia interna por tímida que fuese. Ese proceso de enaltecimiento de su figura es inseparable de la idea de que “el Partido lo dirige todo” o la prohibición de las “discusiones indebidas” y el fin de los experimentos “democráticos” internos de Hu Jintao. Está por ver cuánto de todo esto supone la liquidación efectiva del liderazgo colectivo o si responde a claves culturales que apuestan por exaltar la máxima figura en ese contexto “crucial” que tantas veces se señala desde el PCCh.
Aunque la denominación guarde similitudes con la otorgada en su día a Mao, a la vista de las trayectorias de uno y otro y de los respectivos contenidos, es difícil realmente establecer comparaciones.
¿Nos hallamos ante un nuevo envoltorio de ideas no tan nuevas? En buena medida, sí. Incluso la comunidad de destino compartido, la mayor novedad de la diplomacia china y llamada a convertirla en un pilar de la gobernanza global como expresión de su modelo de relaciones internacionales, presenta, en su fundamento, claras reminiscencias del “nuevo pensamiento” que el odiado Gorbachov alentaba en la URSS de la perestroika en los años 80 del siglo pasado.
Xi es un nacionalista, un comunista patriótico si me apuran, que debe hacer lo imposible por evitar el fracaso en el momento más crucial de la historia contemporánea china, cuando más cerca parece estar el gigante asiático de alcanzar el objetivo de cumplir la modernización ansiada desde finales del siglo XIX poniendo fin a dos siglos de decadencia. Los dirigentes chinos piensan mucho en clave histórica y cultural. De ahí que se extremen las cautelas y se cierre filas para evitar riesgos que puedan hacer derrapar el proceso. Todo vale para ello, incluso lo que pudiera parecer un pensamiento prematuro.