BEIJING, 21 oct (Xinhua) — Todos los que siguieran el discurso pronunciado por Xi Jinping en la inauguración del XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh) recibieron el mensaje en voz alta y clara: Una nueva era ha comenzado.
El núcleo de la alocución de Xi es que el socialismo con peculiaridades chinas ha entrado en una nueva época, la «contradicción principal» que afronta la sociedad china, una lema que ha durado 36 años, ha variado. Es un cambio que «afecta a todo el panorama».
La «contradicción principal» es un término que la mayor parte de los chinos recuerdan de la escuela primaria, pero solo unos pocos extranjeros, expertos en marxismo chino, conocerán este vocablo aparentemente hermético de la jerga política.
Los marxistas interpretan el mundo a través del materialismo dialéctico. Las contradicciones o «fuerzas dinámicas opuestas» son omnipresentes en la sociedad y provocan los cambios sociales. La «contradicción principal» es la que define la sociedad. En el proceso de identificarla y resolverla, la sociedad se desarrolla pacíficamente. Si se deja sin resolver, puede llevar al caos y finalmente, según predijo Marx, a la revolución.
Desde que asumió el poder en 1949, el PCCh ha identificado la contradicción principal, y a medida de que los tiempos y la contradicción fueron cambiando, ha respondido con nuevas políticas
Poco después de 1949, la contradicción principal era «el pueblo contra el imperialismo, el feudalismo y los restos de las fuerzas del Kuomintang» para después evolucionar hacia «el proletariado contra la burguesía», una mentalidad que desembocó en unas prolongadas turbulencias sociales por todo el país.
En 1981, el PCCh cambió su evaluación de la contradicción principal a «las crecientes necesidades materiales y culturales frente a la atrasada producción social», un cambio político histórico y origen de la reforma y la apertura. Desarrollar la economía, sobre todo a través del crecimiento, fue apoyado en consecuencia por el PCCh como «tarea central». La reforma económica orientado por el mercado, considerada en aquel entonces como una receta mágica para transformar la producción, fue aplicada a una escala sin precedentes.
El resto es una historia que conocemos bien. La economía china creció rápidamente y se convirtió en la segunda mayor del mundo, aumentando cerca del 10 por ciento anual durante más de tres décadas. China se convirtió en la fábrica del mundo. Los bienes de consumo, que eran una rareza en el país en 1981, abundan actualmente.
La lista de productos hechos en China crece hoy día sin parar, sus productos son más sofisticados. Desde chips del tamaño de una uña hasta aviones a reacción y trenes de alta velocidad, la fábrica del mundo es ahora el laboratorio y el mercado del mundo. Han surgido gigantescas compañías de internet y la pujante demanda de los consumidores es satisfecha a través de la tecnología móvil más avanzada. La era de «la producción social atrasada» ha quedado definitivamente atrás.
«A lo que nos enfrentamos ahora es a la contradicción entre el desarrollo desequilibrado e insuficiente y las necesidades crecientes del pueblo de una vida mejor», dijo Xi.
Pero con la riqueza llegan nuevos deseos: una educación en Oxford o Cambridge, unas vacaciones en California, una villa en Sidney.
Esta demanda de una vida mejor en el extranjero se deriva de la incapacidad de satisfacer estos deseos en el país. El nivel más alto de educación no está disponible o es extremadamente escaso. En los mejores hospitales hay largas listas de espera. Los sitios turísticos están llenos y los servicios que ofrecen no han avanzado al mismo ritmo que las expectativas de los visitantes.
A pesar de las enormes mejoras, el esmog sigue siendo un problema obvio. Una tienda del interior del Hotel Jingxi del centro de Beijing, donde muchos delegados del Partido se alojan durante el congreso, vende máscaras faciales, incluyendo unas con un filtro eléctrico a un precio de 398 yuanes (60 dólares). «Por su salud, por favor, use una máscara en días de esmog», dice un letrero. Dando un paseo afuera del Jingxi, uno encuentra apartamentos viejos y humildes que se venden por más de 80.000 yuanes el metro cuadrado.
«El pueblo plantea demandas cada día más amplias en su búsqueda de una vida mejor y formula no solo exigencias más elevadas en lo referente a la vida material y cultural, sino también en ámbitos como la democracia, el imperio de la ley, la equidad, la justicia, la seguridad y el medio ambiente», indicó Xi.
Servir a la mayoría de la gente es lo que distingue al socialismo del capitalismo, que solo protege los intereses de unos pocos elegidos, dijo Karl Marx hace unos 150 años. La prosperidad común es el sello distintivo del socialismo.
El desarrollo de las diversas regiones chinas es marcadamente dispar. En la montañosa provincia suroccidental de Guizhou, cuyos delegados se unieron el jueves con Xi en una mesa redonda, los ingresos familiares siguen siendo muy bajos.
Cuando una delegada le dijo a Xi que un licor local se vende por solo 99 yuanes, comentó: «¡Eso no es barato!… Puede que no sea tan popular si se encarece demasiado».
Los ingresos medios en Guizhou fueron de 15.121 yuanes el año pasado, menos de un tercio lo que en Shanghai.
La diferencia en la riqueza personal entre ricos y pobres no es una preocupación menor. Los tres hombres más ricos del país, dos gurús de internet y un magnate inmobiliario, acumulan cada uno un patrimonio de más de 30.000 millones de dólares, según los últimos rankings de Hurun. Mientras tanto, millones de personas luchan por sobrevivir con menos de un dólar al día.
La política del PCCh apunta a un desarrollo más equilibrado y de mejor calidad entre todas las regiones y sectores, y se espera que continúe así durante un tiempo, tal vez hasta que la contradicción principal cambie nuevamente.
Xi no adorna su discurso. China, destacó, permanecerá en la etapa primaria del socialismo durante mucho tiempo. El estatus internacional de China como país en vías de desarrollo no ha cambiado.
Su estrategia de desarrollo en dos etapas está pensada a 30 años vista, con el objetivo de convertir a China en un «gran país socialista moderno» para mediados del siglo XXI.
Solo una China próspera, fuerte, democrática, culturalmente avanzada, armoniosa y hermosa estará lista para cruzar el umbral hacia la próxima etapa del socialismo.