El resultado de los procesos electorales vividos en Taiwán el 12 de enero (legislativas) y 22 de marzo (presidenciales) abren un nuevo escenario, presidido por el retorno del Kuomintang (KMT) al centro de la vida política. En efecto, en enero, impuso una severa derrota a su rival, el Partido Democrático Progresista (PDP), al obtener una mayoría holgada en el Parlamento (81 diputados de 113). Y ahora, su candidato, Ma Ying-Jeou, ha logrado la presidencia.
Taiwán es la reserva territorial de la República de China, trasladada por Chiang Kai-shek en 1949, cuando perdió la guerra civil frente al Partido Comunista de Mao Zedong. Si Mao no hubiera ganado, probablemente no existiría este problema. De hecho, Taiwán formó parte de China entre 1945 y 1949. El derrotado KMT, con el apoyo de EEUU y las potencias occidentales, aplicó en la isla varias décadas de terror blanco hasta que a finales de los años ochenta lideró la transición democrática. Durante ese período, el gobernante KMT mantuvo la ficción de representar a toda la China “libre” y la aspiración de “reconquistar” el continente. Los demócratas taiwaneses, por el contrario, defendían la necesidad de abandonar la retórica del KMT, originaria del continente, “conformarse” con la idea de que la República de China dejó de existir al perder la guerra civil y que Taiwán es hoy un sujeto más de la comunidad internacional. En el marco de la transición democrática, el desgaste sufrido y la división interna del KMT permitió en 2000 que los partidarios de hacer de Taiwán un país “normal”, los soberanistas del PDP, lograran la presidencia, ejercida desde entonces por Chen Shui-bian, no sin polémica, especialmente durante su segundo mandato, marcado por la corrupción.
Paradójicamente, esta evolución aproximó de nuevo a los viejos enemigos, comunistas y nacionalistas, pues ambos, a diferencia de los soberanistas, comparten la idea de la existencia de una sola China, aunque cada uno defiende una interpretación diferente de dicho principio. Los años de mandato del PDP, si bien moderados por la influencia del KMT, mayoritario en el Parlamento, fueron especialmente difíciles para la China continental, quien se mostró dispuesta a impedir, incluso por la fuerza, su separación irreversible. Misiles orientados a la isla, ejercicios militares de intimidación y Ley Antisecesión ejemplifican esa respuesta. El referéndum sobre el ingreso de Taiwán (o de la República de China, según el KMT) en Naciones Unidas, desarrollado en paralelo a las elecciones presidenciales, en realidad, lo que preguntaba a la ciudadanía es si considera que Taiwán debe ser un Estado, no sólo de hecho, como ya es, sino también de derecho. Caso de ganar otorgaría una legitimidad importante a los partidarios de un Taiwán separado de China. Pero la gestión política de esa victoria, que no se ha producido, sería prácticamente imposible debido a la oposición de Pekín, con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, y sin el apoyo de todos los países que no reconocen diplomáticamente a la República de China, hoy la inmensa mayoría y cada vez más.
Falló la estrategia electoral del PDP, basada en dos premisas. Primera, China es una gran amenaza, lo cual es difícil de acreditar cuando las relaciones económicas entre ambas son tan importantes (102,3 mil millones de dólares de comercio bilateral en 2007 con un aumento del 16,1% y un saldo muy favorable a la isla), cuando más de un millón de empresarios taiwaneses residen en el continente y cuando el PCCh y el KMT, los dos bandos que pelearon a muerte en la guerra civil, dialogan sin problema desde 2005. Segunda, utilizar el reclamo de un imposible, el ingreso en Naciones Unidas, como aglutinante y movilizador de su base electoral. El rechazo internacional al referéndum presentó al PDP como una amenaza para la estabilidad.
Ante este nuevo escenario político, ¿estamos en la antesala de la unificación tan anhelada por Pekín? Las dificultades son muchas y es poco probable. En primer lugar, políticas: a la imposibilidad de que el KMT pueda existir en el continente como un partido más se debe añadir que Taipei no comparte el sueño nacionalista chino. Se requiere una mayor influencia de Taiwán en los comportamientos continentales y una mayor apertura de Pekín, tendiendo puentes, incluso hacia los soberanistas, que ayuden a superar la confrontación que divide la isla; de lo contrario, las resistencias persistirán. En segundo lugar, estratégicas: la importancia del estrecho de Taiwán para Japón es enorme y, por otra parte, de llevarse cabo la unificación, EEUU vería enormemente debilitada una condición “arbitral” que hoy facilita su presencia en dicho entorno geopolítico. En tercer lugar, sociales: las nuevas generaciones de taiwaneses ya no se identifican con el continente y los millones de exiliados en 1949 son cada vez menos. Los años de gobierno del PDP han estimulado la taiwanización, obligando incluso a modificar la estrategia político-electoral del KMT. A ello debemos añadir que la corriente mayoritaria en el seno del KMT no apuesta por la unificación, como tampoco por la independencia, sino por el statu quo.
En el marco del principio “un país, dos sistemas”, Pekín ofrece a Taipei mantener su sistema político y económico, incluso sus fuerzas armadas, pero no parece suficiente. Hu Jintao ha sido más inteligente que su antecesor, Jiang Zemin, quien recurría a la amenaza y ejercicios militares para contrarrestar el auge secesionista. El actual presidente chino, que en el reciente XVII Congreso del PCCh propuso un acuerdo de paz entre ambas partes, ha apostado por el diálogo con todos aquellos que no aspiran a la independencia y ha obtenido mejores resultados. Ello puede facilitar hoy una considerable profundización de los intercambios económicos y comerciales, ya muy importantes, en materia de inversiones, turismo y comunicaciones, que aún no son directas, a pesar del clamor de la poderosa comunidad empresarial taiwanesa, afectando a sectores como la banca o los seguros, eliminando progresivamente las restricciones impuestas por motivos de seguridad. Las elites económico-empresariales de la isla y del continente comparten muchos intereses comunes. Habrá también más contactos sociales y culturales. Y, sobre todo, habrá más diálogo político, pero conscientes, ambas partes, de que el proceso de acercamiento podría ser tan largo como el cauce del río Yangtsé, sin poder arribar a ninguna orilla en bastante tiempo.